/ domingo 26 de mayo de 2019

Aquí Querétaro

Hace ya muchos años, cuando en la Ciudad de México estaban de moda los “ejes viales”, a un alcalde queretano se le ocurrió que la Avenida Zaragoza, vía por entonces inevitable de la aún tranquila ciudad, podía convertirse también en uno de ellos. Así que, de pronto, en tiempos donde la inconformidad ciudadana se volvía tan sólo rumor y charla de café, quitó el camellón para ampliar la capacidad vehicular. Tiempo después, no demasiado, otro gobernante restituiría el camellón, a imagen y semejanza del desaparecido, mientras los queretanos sólo mirábamos.

No demasiados años más tarde, un nuevo alcalde decidió grabar para la posteridad sus iniciales al remodelar la vieja caja de agua, en la cúspide misma del Sangremal, desde donde Zaragoza desciende hasta las zonas bajas de la ciudad, como un legado para las futuras generaciones que, desde luego, jamás se preguntarán el porqué de esas letras que se mantienen en la invisibilidad cotidiana.

Y también, con el paso de más años, otra autoridad decidió cortar de tajo la proliferación de comercio ambulante a lo largo de la céntrica avenida, comercial desde siempre, para crear un híbrido, justo frente a la histórica Alameda Hidalgo, que, con su longeva existencia de más de tres lustros, acabó por convertirse en un problema evidente.

No muy lejos de estos tiempos que corren, y exactamente frente a ese pulmón vital de la ciudad, otra administración consideró oportuno construir un paso vehicular sobre Zaragoza. Lo hizo de cantera rosa y elevado, provocando encharcamientos inevitables en época de lluvia, y un paisaje urbano extraño, por decir lo menos.

Hacia el poniente, en su intersección con lo que hoy se llama Avenida Tecnológico, Zaragoza también fue insistente receptáculo de las ocurrencias del poder. Ahí, en esa crucial esquina, solía existir una glorieta, que lo mismo lució una estatua del general Ignacio Zaragoza, que un globo terráqueo, referente por mucho tiempo de la zona. Y para asombro de quienes creyeron que no podría colocarse ahí algo más esperpéntico, años después, otro gobernante decidió colocar, ya sin glorieta, una escultura “contemporánea”, que sobrevive hasta nuestros días y es un ejemplo fehaciente del mal gusto.

Al tiempo de la creación del centro comercial ambulante de frente a nuestra Alameda, también se construyeron locales comerciales en las inmediaciones de los hospitales, justo sobre el amplio y arbolado camellón, que ahí se había mantenido incólume.

Zaragoza es pues, quizá, la más sufrida avenida de Querétaro; la que ha tenido que padecer las más absurdas intervenciones y soportar en cantera, concreto y asfalto propio, las ocurrencias de unos menos y la inacción de los más, compartiendo todos, en mayor o menor medida, las culpas.

Pero hoy los tiempos parecen otros. Las nuevas tecnologías, el crecimiento de la ciudad, las redes sociales y la politización, provocan que los más empiecen trocar la charla de café en queja airada y en grito visible, a veces aderezado por cierta manipulación. Es la propia Avenida Zaragoza y la posibilidad de tala de árboles para el mejoramiento del sistema de transporte público, la que vuelve a ser protagonista.

En días recientes, esto sí como un rumor que podría ser un simple bulo, se ha mencionado la posibilidad de volver a quitar el reedificado camellón de la importante arteria queretana, con los mismos propósitos de beneficiar al transporte público y la movilidad de la zona. Si eso fuese cierto, concluiríamos que a los queretanos nos gusta tropezar con la misma piedra. Esa piedra que se llama Zaragoza.

Hace ya muchos años, cuando en la Ciudad de México estaban de moda los “ejes viales”, a un alcalde queretano se le ocurrió que la Avenida Zaragoza, vía por entonces inevitable de la aún tranquila ciudad, podía convertirse también en uno de ellos. Así que, de pronto, en tiempos donde la inconformidad ciudadana se volvía tan sólo rumor y charla de café, quitó el camellón para ampliar la capacidad vehicular. Tiempo después, no demasiado, otro gobernante restituiría el camellón, a imagen y semejanza del desaparecido, mientras los queretanos sólo mirábamos.

No demasiados años más tarde, un nuevo alcalde decidió grabar para la posteridad sus iniciales al remodelar la vieja caja de agua, en la cúspide misma del Sangremal, desde donde Zaragoza desciende hasta las zonas bajas de la ciudad, como un legado para las futuras generaciones que, desde luego, jamás se preguntarán el porqué de esas letras que se mantienen en la invisibilidad cotidiana.

Y también, con el paso de más años, otra autoridad decidió cortar de tajo la proliferación de comercio ambulante a lo largo de la céntrica avenida, comercial desde siempre, para crear un híbrido, justo frente a la histórica Alameda Hidalgo, que, con su longeva existencia de más de tres lustros, acabó por convertirse en un problema evidente.

No muy lejos de estos tiempos que corren, y exactamente frente a ese pulmón vital de la ciudad, otra administración consideró oportuno construir un paso vehicular sobre Zaragoza. Lo hizo de cantera rosa y elevado, provocando encharcamientos inevitables en época de lluvia, y un paisaje urbano extraño, por decir lo menos.

Hacia el poniente, en su intersección con lo que hoy se llama Avenida Tecnológico, Zaragoza también fue insistente receptáculo de las ocurrencias del poder. Ahí, en esa crucial esquina, solía existir una glorieta, que lo mismo lució una estatua del general Ignacio Zaragoza, que un globo terráqueo, referente por mucho tiempo de la zona. Y para asombro de quienes creyeron que no podría colocarse ahí algo más esperpéntico, años después, otro gobernante decidió colocar, ya sin glorieta, una escultura “contemporánea”, que sobrevive hasta nuestros días y es un ejemplo fehaciente del mal gusto.

Al tiempo de la creación del centro comercial ambulante de frente a nuestra Alameda, también se construyeron locales comerciales en las inmediaciones de los hospitales, justo sobre el amplio y arbolado camellón, que ahí se había mantenido incólume.

Zaragoza es pues, quizá, la más sufrida avenida de Querétaro; la que ha tenido que padecer las más absurdas intervenciones y soportar en cantera, concreto y asfalto propio, las ocurrencias de unos menos y la inacción de los más, compartiendo todos, en mayor o menor medida, las culpas.

Pero hoy los tiempos parecen otros. Las nuevas tecnologías, el crecimiento de la ciudad, las redes sociales y la politización, provocan que los más empiecen trocar la charla de café en queja airada y en grito visible, a veces aderezado por cierta manipulación. Es la propia Avenida Zaragoza y la posibilidad de tala de árboles para el mejoramiento del sistema de transporte público, la que vuelve a ser protagonista.

En días recientes, esto sí como un rumor que podría ser un simple bulo, se ha mencionado la posibilidad de volver a quitar el reedificado camellón de la importante arteria queretana, con los mismos propósitos de beneficiar al transporte público y la movilidad de la zona. Si eso fuese cierto, concluiríamos que a los queretanos nos gusta tropezar con la misma piedra. Esa piedra que se llama Zaragoza.