/ domingo 2 de junio de 2019

Aquí Querétaro

Del Piojito a Colorilandia, pasando por El Jacal. En tiempos de calor, que quizá no eran tantos ni tan intensos, los queretanos tenían un escape acuático, un relax en mitad de la canícula.

Dicen que don Venustiano Carranza, quien hizo de Querétaro, y concretamente de La Cañada, un espacio recurrente, tomaba largos baños en El Piojito, la emblemática alberca marquesina que se mantuvo vigente hasta no hace muchos años en el lugar que históricamente suministró agua a la capital queretana. Seguramente ahí, en La Cañada, don Venustiano meditó, al cobijo de las aguas del Piojito, muchas de las decisiones que debió tomar durante los pesarosos años postrevolucionarios.

Con el paso del tiempo, los queretanos, que sin duda disfrutaron de aquella alberca pública en el corazón de la cabecera municipal de El Marqués, también lo harían en la tradicional de El Jacal, justo a la salida a Celaya, y en el hotel del mismo nombre. Punto de reunión, espacio para la convivencia, rescate refrescante en tiempos calurosos, El Jacal vive aún en el recuerdo de los mayores y es referencia obligada para quien recuerda aquellas décadas en las que el siglo veinte vivía su madurez.

Luego vendría un balneario acaso menos glamoroso, pero con idénticos fines de ocio y disfrute, instalado por la carretera a México, a la altura de la comunidad de El Colorado, de donde, supongo, tomó su nombre comercial: Colorilandia. Ahí también, en años más reciente, muchos queretanos disfrutaron de las bondades del agua y mitigaron los efectos del sol.

Y aunque, efectivamente, sigue habiendo balnearios públicos en otros puntos de la geografía queretana, principalmente en los rumbos de Tequisquiapan y Ezequiel Montes, no ha vuelto a funcionar en la llamada algún día “Perla del Bajío” un espacio público para nadar y tomar el sol. Los queretanos de hoy, muchos más que los de antaño, lo hacen en clubes privados o en casas particulares, que es donde se pueden encontrar albercas. Los menos de esos muchos queretanos, claro está, porque los más tienen que conformarse con imaginarlo.

No más Jacales, ni Colorilandias, ni mucho menos Piojitos; no más toques de nostalgia y reminiscencias. Hoy no hay lugar mas que para la intensísima caída de los rayos de sol, entre el asfalto, la cantera y el concreto de una ciudad, acaso como nunca, sedienta y agobiada.

Del Piojito a Colorilandia, pasando por El Jacal. En tiempos de calor, que quizá no eran tantos ni tan intensos, los queretanos tenían un escape acuático, un relax en mitad de la canícula.

Dicen que don Venustiano Carranza, quien hizo de Querétaro, y concretamente de La Cañada, un espacio recurrente, tomaba largos baños en El Piojito, la emblemática alberca marquesina que se mantuvo vigente hasta no hace muchos años en el lugar que históricamente suministró agua a la capital queretana. Seguramente ahí, en La Cañada, don Venustiano meditó, al cobijo de las aguas del Piojito, muchas de las decisiones que debió tomar durante los pesarosos años postrevolucionarios.

Con el paso del tiempo, los queretanos, que sin duda disfrutaron de aquella alberca pública en el corazón de la cabecera municipal de El Marqués, también lo harían en la tradicional de El Jacal, justo a la salida a Celaya, y en el hotel del mismo nombre. Punto de reunión, espacio para la convivencia, rescate refrescante en tiempos calurosos, El Jacal vive aún en el recuerdo de los mayores y es referencia obligada para quien recuerda aquellas décadas en las que el siglo veinte vivía su madurez.

Luego vendría un balneario acaso menos glamoroso, pero con idénticos fines de ocio y disfrute, instalado por la carretera a México, a la altura de la comunidad de El Colorado, de donde, supongo, tomó su nombre comercial: Colorilandia. Ahí también, en años más reciente, muchos queretanos disfrutaron de las bondades del agua y mitigaron los efectos del sol.

Y aunque, efectivamente, sigue habiendo balnearios públicos en otros puntos de la geografía queretana, principalmente en los rumbos de Tequisquiapan y Ezequiel Montes, no ha vuelto a funcionar en la llamada algún día “Perla del Bajío” un espacio público para nadar y tomar el sol. Los queretanos de hoy, muchos más que los de antaño, lo hacen en clubes privados o en casas particulares, que es donde se pueden encontrar albercas. Los menos de esos muchos queretanos, claro está, porque los más tienen que conformarse con imaginarlo.

No más Jacales, ni Colorilandias, ni mucho menos Piojitos; no más toques de nostalgia y reminiscencias. Hoy no hay lugar mas que para la intensísima caída de los rayos de sol, entre el asfalto, la cantera y el concreto de una ciudad, acaso como nunca, sedienta y agobiada.