/ domingo 16 de junio de 2019

Aquí Querétaro

Para las nuevas generaciones de queretanos, quizá para alguna no tan nueva, y desde luego, para los llegados hasta estas tierras en décadas recientes, la desaparición de Woolworth ha sido todo un acontecimiento. Ver de pronto, casi de la noche a la mañana, que un establecimiento en el que alguna vivencia necesariamente se ha tenido a lo largo de tantos años, desaparece para darle su lugar a una Tienda del Sol, no deja de ser traumático.

Y es que Woolworth estuvo ahí, en esa vieja y señorial casona de la céntrica calle de Madero, que sólo mantenía su fachada de dos plantas y que alcanzaba otra en la paralela de 16 de Septiembre, durante casi medio siglo. En ese espacio, que algún tiempo contó también con cafetería, los queretanos algo tuvieron que comprar, o consumir, en algún momento de su existencia.

Estaba expirando la década de los sesentas cuando, según relatan los que de ello se acuerdan, se instaló Woolworth en Querétaro, pero fue en la de los setentas donde alcanzó quizá su mayor auge, convirtiéndose en una tienda de moda, donde lo mismo se podía comprar ropa, que discos, utensilios para el hogar y, en algún momento, peces; también, claro está, se podía comer o beber algo en su cafetería, a la que llamaban, gracias a la moda de la época, “fuente de sodas”.

Por eso mueve a la nostalgia, y provoca un pequeño dolorcillo en el alma, su desaparición, motivada para dar espacio a la hermana mayor de una misma empresa: la de un sol por nombre y emblema.

Pero para quienes somos un poco mayores, Woolworth no es la única tienda que ahí, en la antigua Calle Real, extrañaremos. Para mi generación, también la nostalgia aflora con nombres que, para muchos otros, seguramente no significarán nada: La Infantil, Jacarandas, El Sagrado Corazón, Franco Muñoz, Hostería La Marquesa, o La Ciudad de México, por citar algunos. Tiendas todas (en algún caso un espacio para el esparcimiento) que nos remontan a los entrañables sesentas.

La Ciudad de México, del señor Proal, con el primer elevador en Querétaro; Franco Muñoz, tienda inevitable para los queretanos de la época; La Infantil, donde mi madre me compraba pantalones; Jacarandas, con su gran variedad de aromas; El Sagrado Corazón, papelería que desafió al tiempo; o La Marquesa, donde las noches se volvían vida a fuerza de música y bebidas espirituosas. Hoy, a tantos años vistos, acaso sólo queda el señorial Hotel Hidalgo, hasta donde, en los cincuentas, llegó una tarde mi familia, en busca de un futuro mejor.

El caso es que se nos fue también Woolworth, emblemática tienda de los setentas, casi cincuenta años después de su instalación, para alimentarnos la nostalgia de un Querétaro que se nos va… Que se nos fue.

Para las nuevas generaciones de queretanos, quizá para alguna no tan nueva, y desde luego, para los llegados hasta estas tierras en décadas recientes, la desaparición de Woolworth ha sido todo un acontecimiento. Ver de pronto, casi de la noche a la mañana, que un establecimiento en el que alguna vivencia necesariamente se ha tenido a lo largo de tantos años, desaparece para darle su lugar a una Tienda del Sol, no deja de ser traumático.

Y es que Woolworth estuvo ahí, en esa vieja y señorial casona de la céntrica calle de Madero, que sólo mantenía su fachada de dos plantas y que alcanzaba otra en la paralela de 16 de Septiembre, durante casi medio siglo. En ese espacio, que algún tiempo contó también con cafetería, los queretanos algo tuvieron que comprar, o consumir, en algún momento de su existencia.

Estaba expirando la década de los sesentas cuando, según relatan los que de ello se acuerdan, se instaló Woolworth en Querétaro, pero fue en la de los setentas donde alcanzó quizá su mayor auge, convirtiéndose en una tienda de moda, donde lo mismo se podía comprar ropa, que discos, utensilios para el hogar y, en algún momento, peces; también, claro está, se podía comer o beber algo en su cafetería, a la que llamaban, gracias a la moda de la época, “fuente de sodas”.

Por eso mueve a la nostalgia, y provoca un pequeño dolorcillo en el alma, su desaparición, motivada para dar espacio a la hermana mayor de una misma empresa: la de un sol por nombre y emblema.

Pero para quienes somos un poco mayores, Woolworth no es la única tienda que ahí, en la antigua Calle Real, extrañaremos. Para mi generación, también la nostalgia aflora con nombres que, para muchos otros, seguramente no significarán nada: La Infantil, Jacarandas, El Sagrado Corazón, Franco Muñoz, Hostería La Marquesa, o La Ciudad de México, por citar algunos. Tiendas todas (en algún caso un espacio para el esparcimiento) que nos remontan a los entrañables sesentas.

La Ciudad de México, del señor Proal, con el primer elevador en Querétaro; Franco Muñoz, tienda inevitable para los queretanos de la época; La Infantil, donde mi madre me compraba pantalones; Jacarandas, con su gran variedad de aromas; El Sagrado Corazón, papelería que desafió al tiempo; o La Marquesa, donde las noches se volvían vida a fuerza de música y bebidas espirituosas. Hoy, a tantos años vistos, acaso sólo queda el señorial Hotel Hidalgo, hasta donde, en los cincuentas, llegó una tarde mi familia, en busca de un futuro mejor.

El caso es que se nos fue también Woolworth, emblemática tienda de los setentas, casi cincuenta años después de su instalación, para alimentarnos la nostalgia de un Querétaro que se nos va… Que se nos fue.