/ domingo 22 de septiembre de 2019

Aquí Querétaro

Las comunidades pequeñas suelen ser más proclives a los chismes y a las historias inventadas; a los mitos que nacen de la nada y se van haciendo grandes de a poco, como si de una bola de nieve se tratara, hasta convertirse en todo un fenómeno social.

Pese a que Querétaro es una ciudad que ha crecido desbordadamente en las últimas décadas, hasta alcanzar la nada pequeña cifra de un millón de habitantes, sigue teniendo esa misma proclividad, acaso, eso sí, con menos duración y persistencia, a hacer aparente realidad hechos de dudosa credibilidad.

Nuestra historia está repleta de esos cuentos populares. Las antiguas leyendas, que sirvieron de tema de conversación en la intimidad de las habitaciones, se trocaron en historias que la gente repite con tal insistencia y convicción que se convierten en hechos aparentemente incontrovertibles. Una de ellas, por ejemplo, la existencia de un largo túnel que comunica al ex convento de La Cruz con el Cerro de las Campanas, por donde, se asegura, escapó Maximiliano de sus habitaciones en aquella noche en la que fue tomada la ciudad por las tropas juaristas.

La milagrosa agua salida de un pozo en Tlacote ha sido, quizá, el caso más significativo de nuestra historia más reciente, pues traspasó las fronteras queretanas y se convirtió en una noticia incluso internacional. Alrededor de Tlacote, por meses, se congregaron, de manera permanente, cientos y hasta miles de personas que pensaban que el ingerir de aquella agua podía curarlos de las más graves enfermedades, y el fenómeno se empezó a convertir en un problema. Mientras duró, porque finalmente se extinguió.

El Chupacabras es otro de los casos más sonados. Un extraño ser, que nunca nadie vio, pero que todo mundo imaginó, que atacaba animales y hasta seres humanos, y que causó escozor entre la comunidad queretana, que asumió al personaje como en otros sitios del país.

Y qué decir del famoso Chino, que por los alrededores del Acueducto se dedicaba a chupar la sangre, cual vampiro, de los trasnochados; o del obrero de la Coca Cola que, por allá de los setentas, se cayó en un contenedor de ese producto sin que la policía se enterara, y sin que los propietarios de la fábrica dejaran de vender sus refrescos con partículas del infortunado muerto.

Las lenguas queretanas, famosas por su demoledor poder, han hecho de las suyas siempre, y aún lo más fantasioso, lo más increíble o improbable, se vuelve factible con base en la insistencia. A veces con maledicencia, y a veces sin mala fe, las fantasías salidas de la nada se vuelven realidad irrefutable, mientras duran.

Y mientras, efectivamente, duran, resulta temerario ir en su contra, pues el hacerlo convierte al escéptico en ignorante y al incrédulo en estúpido. En ese estatus se arriesga a estar quien, hoy por hoy, duda de la existencia de un jaguar en los alrededores de Juriquilla.

Las comunidades pequeñas suelen ser más proclives a los chismes y a las historias inventadas; a los mitos que nacen de la nada y se van haciendo grandes de a poco, como si de una bola de nieve se tratara, hasta convertirse en todo un fenómeno social.

Pese a que Querétaro es una ciudad que ha crecido desbordadamente en las últimas décadas, hasta alcanzar la nada pequeña cifra de un millón de habitantes, sigue teniendo esa misma proclividad, acaso, eso sí, con menos duración y persistencia, a hacer aparente realidad hechos de dudosa credibilidad.

Nuestra historia está repleta de esos cuentos populares. Las antiguas leyendas, que sirvieron de tema de conversación en la intimidad de las habitaciones, se trocaron en historias que la gente repite con tal insistencia y convicción que se convierten en hechos aparentemente incontrovertibles. Una de ellas, por ejemplo, la existencia de un largo túnel que comunica al ex convento de La Cruz con el Cerro de las Campanas, por donde, se asegura, escapó Maximiliano de sus habitaciones en aquella noche en la que fue tomada la ciudad por las tropas juaristas.

La milagrosa agua salida de un pozo en Tlacote ha sido, quizá, el caso más significativo de nuestra historia más reciente, pues traspasó las fronteras queretanas y se convirtió en una noticia incluso internacional. Alrededor de Tlacote, por meses, se congregaron, de manera permanente, cientos y hasta miles de personas que pensaban que el ingerir de aquella agua podía curarlos de las más graves enfermedades, y el fenómeno se empezó a convertir en un problema. Mientras duró, porque finalmente se extinguió.

El Chupacabras es otro de los casos más sonados. Un extraño ser, que nunca nadie vio, pero que todo mundo imaginó, que atacaba animales y hasta seres humanos, y que causó escozor entre la comunidad queretana, que asumió al personaje como en otros sitios del país.

Y qué decir del famoso Chino, que por los alrededores del Acueducto se dedicaba a chupar la sangre, cual vampiro, de los trasnochados; o del obrero de la Coca Cola que, por allá de los setentas, se cayó en un contenedor de ese producto sin que la policía se enterara, y sin que los propietarios de la fábrica dejaran de vender sus refrescos con partículas del infortunado muerto.

Las lenguas queretanas, famosas por su demoledor poder, han hecho de las suyas siempre, y aún lo más fantasioso, lo más increíble o improbable, se vuelve factible con base en la insistencia. A veces con maledicencia, y a veces sin mala fe, las fantasías salidas de la nada se vuelven realidad irrefutable, mientras duran.

Y mientras, efectivamente, duran, resulta temerario ir en su contra, pues el hacerlo convierte al escéptico en ignorante y al incrédulo en estúpido. En ese estatus se arriesga a estar quien, hoy por hoy, duda de la existencia de un jaguar en los alrededores de Juriquilla.