/ domingo 10 de noviembre de 2019

Aquí Querétaro

Eran cerca de treinta vehículos, mayoritariamente camionetas. Algunos sin placas, otros con luces tipo estrobo, y otros con manchas rojas, como de sangre, sobre la carrocería. En ellos, hombres armados, algunos con máscaras y pasamontañas cubriéndoles el rosto. Todo, una noche cualquiera de inicios de noviembre en la apacible ciudad de Querétaro.

Y el horno no está para bollos en estos tiempos que corren, así que la alarma empezó a cundir entre los pobladores que vieron el paso de la caravana vehicular por la céntrica calle de Zaragoza, rumbo a las alturas del Sangremal, el tanque del agua y, finalmente, los Arcos.

Las cámaras de seguridad instaladas en la avenida los detectaron también y se dio la voz de alarma entre las corporaciones policiacas. Y hasta la zona se trasladaron unidades de la policía estatal, de las policías municipales de Querétaro, El Marqués y Corregidora, además de la Fiscalía. El caso, al parecer, no era menor.

Interceptaron a aquellos extraños vehículos, supongo que al grito de arriba las manos y temblándoles un poquito las rodillas, en la Calzada de los Arcos, justo por donde cruza Bernardo Quintana. Los sicarios, que acabaron siendo falsos como sus armas, fueron abandonando los vehículos en los que viajaban sin oponer resistencia.

Los fusiles eran, en realidad, de gotcha, esta práctica de entretenimiento que ensucia ropas y produce moretones, y las manchas en las carrocerías, tinta roja. Los detenidos dijeron pertenecer, no a alguno de los cárteles que operan en nuestro país, sino al grupo Trokas, que practican esa entretención de manera cotidiana y que querían, aprovechando los días pasados de Halloween, tomarse una foto del recuerdo.

Unos veinte de la banda fueron remitidos a los juzgados cívicos para hacerle frente a su falta administrativa, mientras los uniformados respiraban con mayor tranquilidad, suspiraban de vez en vez, y hasta hacían alguna llamada telefónica para contar el incidente a sus más allegados. La noche queretana volvía a su tranquilidad acostumbrada. O casi.

Confusiones así, en tiempos de sobresaltos a nivel nacional, no dejan de inquietar y hasta de asustar abiertamente. Detalles como los del grupo Trokas adquieren dimensiones de disparate tan temerario como estúpido. Y detalles así, irremediablemente, enriquecen el anecdotario de una ciudad ya no condenada al aburrimiento.

Eran cerca de treinta vehículos, mayoritariamente camionetas. Algunos sin placas, otros con luces tipo estrobo, y otros con manchas rojas, como de sangre, sobre la carrocería. En ellos, hombres armados, algunos con máscaras y pasamontañas cubriéndoles el rosto. Todo, una noche cualquiera de inicios de noviembre en la apacible ciudad de Querétaro.

Y el horno no está para bollos en estos tiempos que corren, así que la alarma empezó a cundir entre los pobladores que vieron el paso de la caravana vehicular por la céntrica calle de Zaragoza, rumbo a las alturas del Sangremal, el tanque del agua y, finalmente, los Arcos.

Las cámaras de seguridad instaladas en la avenida los detectaron también y se dio la voz de alarma entre las corporaciones policiacas. Y hasta la zona se trasladaron unidades de la policía estatal, de las policías municipales de Querétaro, El Marqués y Corregidora, además de la Fiscalía. El caso, al parecer, no era menor.

Interceptaron a aquellos extraños vehículos, supongo que al grito de arriba las manos y temblándoles un poquito las rodillas, en la Calzada de los Arcos, justo por donde cruza Bernardo Quintana. Los sicarios, que acabaron siendo falsos como sus armas, fueron abandonando los vehículos en los que viajaban sin oponer resistencia.

Los fusiles eran, en realidad, de gotcha, esta práctica de entretenimiento que ensucia ropas y produce moretones, y las manchas en las carrocerías, tinta roja. Los detenidos dijeron pertenecer, no a alguno de los cárteles que operan en nuestro país, sino al grupo Trokas, que practican esa entretención de manera cotidiana y que querían, aprovechando los días pasados de Halloween, tomarse una foto del recuerdo.

Unos veinte de la banda fueron remitidos a los juzgados cívicos para hacerle frente a su falta administrativa, mientras los uniformados respiraban con mayor tranquilidad, suspiraban de vez en vez, y hasta hacían alguna llamada telefónica para contar el incidente a sus más allegados. La noche queretana volvía a su tranquilidad acostumbrada. O casi.

Confusiones así, en tiempos de sobresaltos a nivel nacional, no dejan de inquietar y hasta de asustar abiertamente. Detalles como los del grupo Trokas adquieren dimensiones de disparate tan temerario como estúpido. Y detalles así, irremediablemente, enriquecen el anecdotario de una ciudad ya no condenada al aburrimiento.