/ domingo 7 de marzo de 2021

Aquí Querétaro

Aquel hotel, o motel, como realmente se anunciaba, llegó a ser, sin duda, el mejor de ese Querétaro de los sesentas. Ubicado en la antigua Carretera Panamericana, era el sitio ideal para pernoctar de toda personalidad que llegaba a nuestra ciudad por aquellos tiempos, incluyendo, por ejemplo, a don Mario Moreno, “Cantinflas”, o a María Victoria.

El “Casa Blanca” era un hotel distinguido, con amplias habitaciones que permitían la llegada del automóvil hasta sus puertas (de ahí el calificativo de motel), y con ventanales y pequeñas terrazas hacia el jardín principal, adornado de una inmejorable piscina. Frente a la carretera y cerca de la recepción, que contaba con un mostrador con acabados de mármol, el también amplio y confortable restaurante.

Ahí, en ese restaurante atendido por verdaderas personalidades populares, como el cocinero Basilio Vega y el mesero Miguel Soto, que se convertía en todo un espectáculo al momento de atender una mesa, se organizaba la más importante cena de fin de año de la ciudad, y se comía como en ningún otro sitio.

Por ahí pasaron, en aquellos sesenta y en las décadas posteriores, trabajadores entregados como el capitán de meseros Lupe Palacios, don Miguel Bringas, padre del periodista, que también atendía mesas; los hermanos Mendoza; Octavio al frente del bar; doña Josefa Mata, ama de llaves y responsable de la limpieza y buena atención en las habitaciones; las hermanas Feli e Imelda Briseño, una de las cuales se ubicaba en la caja del restaurante; la señora Knoffli, que tenía concesionada la pequeña tienda del lobby; o la recamarera Elpidia León, madre de Roberto y Alejandro Guillén, que también ahí trabajaron y el último de los cuales se convertiría en periodista y sería conocido ampliamente por su apelativo de “El Diablo”.

El Casa Blanca también fue el espacio predilecto de los toreros durante décadas; ahí llegaban a cambiarse para sus compromisos en la Plaza Santa María, figuras de la talla de Paco Camino, Manolo Martínez (que organizaba buenos festejos nocturnos en su habitación), Eloy Cavazos, Alfredo Leal, El Viti, y más tarde, Miguel Espinosa o Jorge Gutiérrez.

Pero el tiempo y los intereses financieros y de negocios no perdonan, y nada dura para siempre. El Casa Blanca primero se fraccionó en dos hoteles, luego recibió nuevos locales comerciales donde se ubicaba su restaurante, dividió sus amplias habitaciones, y poco a poco, dejó de ser lo que fue, mientras el entorno con él se modificaba. La Carretera Panamericana, con sus dos camellones y carriles de baja velocidad se convirtió en la Avenida Constituyentes, adornada, en un inicio, de palmeras, y los predios del frente acabaron por recibir edificaciones, al lado de la popular Cabaña y del hotel Flamingo.

El Casa Blanca, o su recuerdo, resulta equivalente a ese Querétaro que también se transformó y acabó por abandonarnos.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Al frente de aquel hotel estuvo, por años, don Paco Vega, quien tuvo por yerno a Rui Madero, queridísimo por tantos en esta ciudad, y quien nos abandonó apenas la semana pasada.

Si algo distinguía a Rui, si algo siempre indicaba su presencia, era esa su risa inconfundible, y luego, claro está, su trato amable. Está ya riendo en un mejor lugar, aunque acá tantos lo extrañen tanto.

Aquel hotel, o motel, como realmente se anunciaba, llegó a ser, sin duda, el mejor de ese Querétaro de los sesentas. Ubicado en la antigua Carretera Panamericana, era el sitio ideal para pernoctar de toda personalidad que llegaba a nuestra ciudad por aquellos tiempos, incluyendo, por ejemplo, a don Mario Moreno, “Cantinflas”, o a María Victoria.

El “Casa Blanca” era un hotel distinguido, con amplias habitaciones que permitían la llegada del automóvil hasta sus puertas (de ahí el calificativo de motel), y con ventanales y pequeñas terrazas hacia el jardín principal, adornado de una inmejorable piscina. Frente a la carretera y cerca de la recepción, que contaba con un mostrador con acabados de mármol, el también amplio y confortable restaurante.

Ahí, en ese restaurante atendido por verdaderas personalidades populares, como el cocinero Basilio Vega y el mesero Miguel Soto, que se convertía en todo un espectáculo al momento de atender una mesa, se organizaba la más importante cena de fin de año de la ciudad, y se comía como en ningún otro sitio.

Por ahí pasaron, en aquellos sesenta y en las décadas posteriores, trabajadores entregados como el capitán de meseros Lupe Palacios, don Miguel Bringas, padre del periodista, que también atendía mesas; los hermanos Mendoza; Octavio al frente del bar; doña Josefa Mata, ama de llaves y responsable de la limpieza y buena atención en las habitaciones; las hermanas Feli e Imelda Briseño, una de las cuales se ubicaba en la caja del restaurante; la señora Knoffli, que tenía concesionada la pequeña tienda del lobby; o la recamarera Elpidia León, madre de Roberto y Alejandro Guillén, que también ahí trabajaron y el último de los cuales se convertiría en periodista y sería conocido ampliamente por su apelativo de “El Diablo”.

El Casa Blanca también fue el espacio predilecto de los toreros durante décadas; ahí llegaban a cambiarse para sus compromisos en la Plaza Santa María, figuras de la talla de Paco Camino, Manolo Martínez (que organizaba buenos festejos nocturnos en su habitación), Eloy Cavazos, Alfredo Leal, El Viti, y más tarde, Miguel Espinosa o Jorge Gutiérrez.

Pero el tiempo y los intereses financieros y de negocios no perdonan, y nada dura para siempre. El Casa Blanca primero se fraccionó en dos hoteles, luego recibió nuevos locales comerciales donde se ubicaba su restaurante, dividió sus amplias habitaciones, y poco a poco, dejó de ser lo que fue, mientras el entorno con él se modificaba. La Carretera Panamericana, con sus dos camellones y carriles de baja velocidad se convirtió en la Avenida Constituyentes, adornada, en un inicio, de palmeras, y los predios del frente acabaron por recibir edificaciones, al lado de la popular Cabaña y del hotel Flamingo.

El Casa Blanca, o su recuerdo, resulta equivalente a ese Querétaro que también se transformó y acabó por abandonarnos.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Al frente de aquel hotel estuvo, por años, don Paco Vega, quien tuvo por yerno a Rui Madero, queridísimo por tantos en esta ciudad, y quien nos abandonó apenas la semana pasada.

Si algo distinguía a Rui, si algo siempre indicaba su presencia, era esa su risa inconfundible, y luego, claro está, su trato amable. Está ya riendo en un mejor lugar, aunque acá tantos lo extrañen tanto.