/ domingo 21 de marzo de 2021

Aquí Querétaro

Le dicen ”mancha”, pero mancha puede entenderse como una marca de suciedad en la superficie de una cosa, o más positivamente, en parte de una cosa o zona de una superficie que destaca por tener un color o aspecto diferente al resto. El caso es que la mancha que me ocupa es la urbana, que en Querétaro nos ha abrumado sin remedio ni mesura.

Una mancha urbana que puede entenderse como una zona de nuestra superficie con aspecto diferente al campo o al cerro que rodeaba nuestra ciudad otrora, pero también, en algunos casos y por desgracia, puede considerarse una marca, cada vez más extendida, de suciedad urbana.

Los queretanos de muy antaño podrán recordar con nostalgia los paseos para recoger garambullos en el Cerro de Pathé, o los días de campo en el Mesón del Prado, o los baños en El Piojito, o las peregrinaciones al santuario de la Virgen del Pueblito, o los amplísimos alfalfares en la carretera a Tlacote, o las travesías para llegar a las haciendas de Juriquilla o de Chichimequillas, o las frescas huertas de La Cañada, o el establo de Carretas, o la lejana e incipiente zona industrial, o la Burócrata como colonia lindero del Cimatario, o la vista de las cúpulas citadinas desde la “nueva” Carretera Panamericana, o las casas de cartón recién instaladas en Lomas de Casa Blanca, o el Libramiento al que le pusieron Bernardo Quintana.

Sí, los queretanos de otrora recuerdan muy bien los límites de una ciudad manejable, en la que todo distaba apenas unos minutos, y sobre la que, desde entonces, caía la lúgubre sentencia jamás escuchada de que estábamos cometiendo los mismos errores que la Ciudad de México, esos años llamada D.F.

El futuro, ése que veíamos distante y nunca nos animamos, o nos atrevimos, a enfrentar con tiempo, nos rebasó por la derecha, convirtiendo a nuestra ciudad en el destino predilecto para vivir, en el lugar por excelencia para invertir, en el espacio ideal para colapsar. A diferencia de otras ciudades medias del país, quizá con condiciones orográficas más adecuadas, como Aguascalientes, no previmos circuitos vehiculares que aliviaran nuestro tráfico por venir, y dejamos que nuestro libramiento se convirtiera en avenida inevitable, nuestra carretera en calle con transporte pesado, y nuestros cerros y tierras de cultivo en fraccionamientos y más fraccionamientos.

Es la mancha urbana que todo lo abarca y para la que no parece haber límites; la que no sólo cambia el color de nuestro entorno, antes natural, sino que, muchas veces, lo marca de una especie de suciedad para la que no parece haber marcha atrás, ni limpieza posible.

También hoy, como ayer, la sentencia parece viva y vigente. También ahora se escucha, acaso ya más desesperanzadamente, aquello de que estamos cometiendo los mismos errores que la Ciudad de México. Y quizá, lamentablemente, ya los cometimos todos.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Me llama la atención el término utilizado para quienes, entre la población, esperan, cada vez más desesperados, la vacuna contra el Covid. “Abuelitos” les llaman.

Más vale que no tarden, pues yo, que aún no soy abuelito, puedo serlo ya cuando, finalmente, como con la mancha urbana, en cuestión de vacunas el futuro nos alcance.

Le dicen ”mancha”, pero mancha puede entenderse como una marca de suciedad en la superficie de una cosa, o más positivamente, en parte de una cosa o zona de una superficie que destaca por tener un color o aspecto diferente al resto. El caso es que la mancha que me ocupa es la urbana, que en Querétaro nos ha abrumado sin remedio ni mesura.

Una mancha urbana que puede entenderse como una zona de nuestra superficie con aspecto diferente al campo o al cerro que rodeaba nuestra ciudad otrora, pero también, en algunos casos y por desgracia, puede considerarse una marca, cada vez más extendida, de suciedad urbana.

Los queretanos de muy antaño podrán recordar con nostalgia los paseos para recoger garambullos en el Cerro de Pathé, o los días de campo en el Mesón del Prado, o los baños en El Piojito, o las peregrinaciones al santuario de la Virgen del Pueblito, o los amplísimos alfalfares en la carretera a Tlacote, o las travesías para llegar a las haciendas de Juriquilla o de Chichimequillas, o las frescas huertas de La Cañada, o el establo de Carretas, o la lejana e incipiente zona industrial, o la Burócrata como colonia lindero del Cimatario, o la vista de las cúpulas citadinas desde la “nueva” Carretera Panamericana, o las casas de cartón recién instaladas en Lomas de Casa Blanca, o el Libramiento al que le pusieron Bernardo Quintana.

Sí, los queretanos de otrora recuerdan muy bien los límites de una ciudad manejable, en la que todo distaba apenas unos minutos, y sobre la que, desde entonces, caía la lúgubre sentencia jamás escuchada de que estábamos cometiendo los mismos errores que la Ciudad de México, esos años llamada D.F.

El futuro, ése que veíamos distante y nunca nos animamos, o nos atrevimos, a enfrentar con tiempo, nos rebasó por la derecha, convirtiendo a nuestra ciudad en el destino predilecto para vivir, en el lugar por excelencia para invertir, en el espacio ideal para colapsar. A diferencia de otras ciudades medias del país, quizá con condiciones orográficas más adecuadas, como Aguascalientes, no previmos circuitos vehiculares que aliviaran nuestro tráfico por venir, y dejamos que nuestro libramiento se convirtiera en avenida inevitable, nuestra carretera en calle con transporte pesado, y nuestros cerros y tierras de cultivo en fraccionamientos y más fraccionamientos.

Es la mancha urbana que todo lo abarca y para la que no parece haber límites; la que no sólo cambia el color de nuestro entorno, antes natural, sino que, muchas veces, lo marca de una especie de suciedad para la que no parece haber marcha atrás, ni limpieza posible.

También hoy, como ayer, la sentencia parece viva y vigente. También ahora se escucha, acaso ya más desesperanzadamente, aquello de que estamos cometiendo los mismos errores que la Ciudad de México. Y quizá, lamentablemente, ya los cometimos todos.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Me llama la atención el término utilizado para quienes, entre la población, esperan, cada vez más desesperados, la vacuna contra el Covid. “Abuelitos” les llaman.

Más vale que no tarden, pues yo, que aún no soy abuelito, puedo serlo ya cuando, finalmente, como con la mancha urbana, en cuestión de vacunas el futuro nos alcance.