/ domingo 18 de abril de 2021

Aquí Querétaro

Don José Staufert fue un muy activo y exitoso empresario que, cuando el siglo veinte apenas comenzaba, descubrió la veta del entretenimiento como un negocio redituable en aquel Querétaro porfirista. Aprovechó la desaparición del antiguo mercado de San Antonio, en lo que hoy conocemos como Jardín Corregidora, e instaló ahí una pista de patinaje para la elegante sociedad queretana de la época, que pronto la convirtió en un éxito.

El concurrido espacio para utilizar patines se sumó a una agencia de bicicletas que el propio Staufert tenía instalada en el bello patio de la familia De la Llata, en la calle que por entonces se llamaba Cinco de Mayo, que anteriormente había sido la Calle Real, y que hoy conocemos como Madero. Efectivamente, el negocio de bicicletas de este singular emprendedor se ubicaba en lo que ahora conocemos como el Pasaje de la Llata, y en ese patio que sirve desde hace años como restaurante, debajo de lo que por mucho tiempo fue también el casino de la ciudad.

Aquel espíritu emprendedor de don José se convirtió en el antecedente de algunos espacios y negocios que, años después, fructificarían en el pujante Querétaro de ese mismo siglo veinte, como el establecimiento de la familia Félix, en el costado poniente de la Alameda Hidalgo, que sirvió por años para la venta y renta de bicicletas, esta última posibilidad una socorrida práctica de los niños y jóvenes que en el espacio verde de la Alameda andaban en bicicleta con soltura y diversión.

En cuanto a las pistas de patinajes, siempre para patines de ruedas, ningún queretano de antaño podrá olvidar la pista del Jardín Guerrero, donde se juntaba la juventud de la época para practicar ese deporte, y de paso, citarse con la novia, o el novio, y pasar la tarde a la sombra de los árboles de ese predio que, tiempo atrás, había sido ideado como receptor de una Catedral que nunca se construyó.

A diferencia de la pista del Guerrero, que era totalmente gratuita, vinieron después algunos lugares para la práctica del patinaje, ahora sí con un costo de entrada y hasta de renta de patines para quienes no contaban con su correspondiente par; de ellos, quizá el más famoso fue Patinerama, allá por donde iniciaba Álamos Segunda Sección y donde se instalaría posteriormente un famoso salón de fiestas llamado Chamali. El sitio, como pista de patinaje, gozó primero de las bondades de la novedad, y después, de las desgracias del olvido.

Hoy podemos contar en Querétaro con alguna pista de patinar en hielo, cosa impensable entre la sociedad de aquel Querétaro tranquilo de la segunda mitad del siglo veinte, y desde luego, también inimaginable en los inicios del mismo siglo, incluso para la mente de un imaginativo empresario llamado José Staufert.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Inesperadamente, Fernando Tapia murió de un infarto fulminante, hace apenas unos días, cuando se trasladaba en un autobús a otra ciudad.

Fue Fernando un hombre de inflexibles y comprometidas ideas de izquierda, que sufrió, en su momento, la persecución de un poder que lo veía como un enemigo. Ni esa persecución, ni la traición de sus compañeros de la Facultad de Psicología, de la que fue Director en su momento, le hicieron claudicar de sus posturas y su modo de pensar y actuar. Si algo le caracterizó, además de su trato siempre cordial y receptivo con todos, fue una cualidad que escasea mucho en la actualidad: la coherencia.

Su muerte es una pérdida sensible para este Querétaro que tanto necesita de hombres de su persistencia y su claridad de ideas.

Don José Staufert fue un muy activo y exitoso empresario que, cuando el siglo veinte apenas comenzaba, descubrió la veta del entretenimiento como un negocio redituable en aquel Querétaro porfirista. Aprovechó la desaparición del antiguo mercado de San Antonio, en lo que hoy conocemos como Jardín Corregidora, e instaló ahí una pista de patinaje para la elegante sociedad queretana de la época, que pronto la convirtió en un éxito.

El concurrido espacio para utilizar patines se sumó a una agencia de bicicletas que el propio Staufert tenía instalada en el bello patio de la familia De la Llata, en la calle que por entonces se llamaba Cinco de Mayo, que anteriormente había sido la Calle Real, y que hoy conocemos como Madero. Efectivamente, el negocio de bicicletas de este singular emprendedor se ubicaba en lo que ahora conocemos como el Pasaje de la Llata, y en ese patio que sirve desde hace años como restaurante, debajo de lo que por mucho tiempo fue también el casino de la ciudad.

Aquel espíritu emprendedor de don José se convirtió en el antecedente de algunos espacios y negocios que, años después, fructificarían en el pujante Querétaro de ese mismo siglo veinte, como el establecimiento de la familia Félix, en el costado poniente de la Alameda Hidalgo, que sirvió por años para la venta y renta de bicicletas, esta última posibilidad una socorrida práctica de los niños y jóvenes que en el espacio verde de la Alameda andaban en bicicleta con soltura y diversión.

En cuanto a las pistas de patinajes, siempre para patines de ruedas, ningún queretano de antaño podrá olvidar la pista del Jardín Guerrero, donde se juntaba la juventud de la época para practicar ese deporte, y de paso, citarse con la novia, o el novio, y pasar la tarde a la sombra de los árboles de ese predio que, tiempo atrás, había sido ideado como receptor de una Catedral que nunca se construyó.

A diferencia de la pista del Guerrero, que era totalmente gratuita, vinieron después algunos lugares para la práctica del patinaje, ahora sí con un costo de entrada y hasta de renta de patines para quienes no contaban con su correspondiente par; de ellos, quizá el más famoso fue Patinerama, allá por donde iniciaba Álamos Segunda Sección y donde se instalaría posteriormente un famoso salón de fiestas llamado Chamali. El sitio, como pista de patinaje, gozó primero de las bondades de la novedad, y después, de las desgracias del olvido.

Hoy podemos contar en Querétaro con alguna pista de patinar en hielo, cosa impensable entre la sociedad de aquel Querétaro tranquilo de la segunda mitad del siglo veinte, y desde luego, también inimaginable en los inicios del mismo siglo, incluso para la mente de un imaginativo empresario llamado José Staufert.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Inesperadamente, Fernando Tapia murió de un infarto fulminante, hace apenas unos días, cuando se trasladaba en un autobús a otra ciudad.

Fue Fernando un hombre de inflexibles y comprometidas ideas de izquierda, que sufrió, en su momento, la persecución de un poder que lo veía como un enemigo. Ni esa persecución, ni la traición de sus compañeros de la Facultad de Psicología, de la que fue Director en su momento, le hicieron claudicar de sus posturas y su modo de pensar y actuar. Si algo le caracterizó, además de su trato siempre cordial y receptivo con todos, fue una cualidad que escasea mucho en la actualidad: la coherencia.

Su muerte es una pérdida sensible para este Querétaro que tanto necesita de hombres de su persistencia y su claridad de ideas.