/ domingo 16 de mayo de 2021

Aquí Querétaro

Hoy, las peluquerías boutique parecen haber acaparado el mercado en el corte de pelo. Lugares elegantes, adornados con objetos antiguos, amueblados con mullidos sillones que hacen pareja con las tradicionales, aunque modernas, sillas de corte; con amplios espejos, señoritas recepcionistas y musculosos estilistas. No siempre, pero casi.

Son lugares donde prácticamente te acuestan, te colocan una toalla caliente sobre la cara, te aplican productos de belleza, te afeitan, y te cortan el pelo al más moderno estilo posible, todo a ritmo de la música que acompaña la experiencia.

Tantas hay que hasta difícil es encontrar una peluquería tradicional, como aquella famosa “La Elegancia”, que en la calle 16 de Septiembre comandaba don Ramón Vega, y de donde se desprendería, con los años, la popular “Amigos”, en Corregidora. Peluquerías donde los queretanos de mi generación pasamos largos minutos esperando, y luego viendo caer sin recato el pelambre que nos caracterizaba.

En los bajos del Gran Hotel, en La Cruz, y hasta en Jardines de la Hacienda, donde don Chava ve pasar la vida y los clientes, se arreglaba el mundo de un plumazo, nos podíamos poner al día de lo que acontecía en nuestra virreinal ciudad, y en algunos casos, hasta se podían leer los interesantes artículos de la revista “Caballero”.

Se trataba, y aún se trata para los más mayores, de una tradición periódica que tuvo antecedentes igualmente comunes en formas y estilos, como aquella que se llamó “El Buen Tono”, y que se ubicaba en la hoy llamada calle Madero, en los bajos de lo que es el histórico Hotel Hidalgo.

Aquel “Buen Tono” era un establecimiento de postín, con todas las características de las peluquerías de la Ciudad de México, con tan extraordinario servicio que hasta los más distinguidos caballeros de la época dejaron de extrañar sus viajes a la capital del país para arreglarse el cano pelo y el prolongado bigote.

El “Buen Tono” fue inaugurada, a principios de 1884, en la más importante calle de la ciudad, entonces llamada Hospital, por el nosocomio que en lo que fuera el ex convento de San José de Gracia se ubicaba, y no dejó de brindar sus constantes servicios hasta 1944, cuando ya ubicada en la calle de Juárez, en los bajos del Gran Hotel, cerró definitivamente sus puertas.

En lo personal extraño a “La Elegancia”. O más bien dicho, extraño aquel Querétaro que se veía detrás de sus puertas mientras esperaba turno para ocupar uno de los sillones donde me arreglarían mi pelo infantil (cortito y con copete, como le gustaba a mi madre); extraño aquella ciudad bulliciosa, pero tranquila, que apenas descubría con unos ojos repletos de sorpresa.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Ayer fue día del maestro. Día de Cabrerita, de Charlie, de Batman, de Lagunas, de Frías, de Carmelita, del Muerto, de Burgos, de Porky, de Camarena… De tantos otros. ¿Quién no recuerda a sus maestros? A los buenos y a los malos. A los de siempre, a los eternos.

Hoy, las peluquerías boutique parecen haber acaparado el mercado en el corte de pelo. Lugares elegantes, adornados con objetos antiguos, amueblados con mullidos sillones que hacen pareja con las tradicionales, aunque modernas, sillas de corte; con amplios espejos, señoritas recepcionistas y musculosos estilistas. No siempre, pero casi.

Son lugares donde prácticamente te acuestan, te colocan una toalla caliente sobre la cara, te aplican productos de belleza, te afeitan, y te cortan el pelo al más moderno estilo posible, todo a ritmo de la música que acompaña la experiencia.

Tantas hay que hasta difícil es encontrar una peluquería tradicional, como aquella famosa “La Elegancia”, que en la calle 16 de Septiembre comandaba don Ramón Vega, y de donde se desprendería, con los años, la popular “Amigos”, en Corregidora. Peluquerías donde los queretanos de mi generación pasamos largos minutos esperando, y luego viendo caer sin recato el pelambre que nos caracterizaba.

En los bajos del Gran Hotel, en La Cruz, y hasta en Jardines de la Hacienda, donde don Chava ve pasar la vida y los clientes, se arreglaba el mundo de un plumazo, nos podíamos poner al día de lo que acontecía en nuestra virreinal ciudad, y en algunos casos, hasta se podían leer los interesantes artículos de la revista “Caballero”.

Se trataba, y aún se trata para los más mayores, de una tradición periódica que tuvo antecedentes igualmente comunes en formas y estilos, como aquella que se llamó “El Buen Tono”, y que se ubicaba en la hoy llamada calle Madero, en los bajos de lo que es el histórico Hotel Hidalgo.

Aquel “Buen Tono” era un establecimiento de postín, con todas las características de las peluquerías de la Ciudad de México, con tan extraordinario servicio que hasta los más distinguidos caballeros de la época dejaron de extrañar sus viajes a la capital del país para arreglarse el cano pelo y el prolongado bigote.

El “Buen Tono” fue inaugurada, a principios de 1884, en la más importante calle de la ciudad, entonces llamada Hospital, por el nosocomio que en lo que fuera el ex convento de San José de Gracia se ubicaba, y no dejó de brindar sus constantes servicios hasta 1944, cuando ya ubicada en la calle de Juárez, en los bajos del Gran Hotel, cerró definitivamente sus puertas.

En lo personal extraño a “La Elegancia”. O más bien dicho, extraño aquel Querétaro que se veía detrás de sus puertas mientras esperaba turno para ocupar uno de los sillones donde me arreglarían mi pelo infantil (cortito y con copete, como le gustaba a mi madre); extraño aquella ciudad bulliciosa, pero tranquila, que apenas descubría con unos ojos repletos de sorpresa.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Ayer fue día del maestro. Día de Cabrerita, de Charlie, de Batman, de Lagunas, de Frías, de Carmelita, del Muerto, de Burgos, de Porky, de Camarena… De tantos otros. ¿Quién no recuerda a sus maestros? A los buenos y a los malos. A los de siempre, a los eternos.