/ domingo 4 de julio de 2021

Aquí Querétaro

Desde siempre, el llamado popularmente Puente Grande representó la unión entre las bandas separadas por el río de la ciudad; la comunicación más efectiva entre el centro de la ciudad y ese lugar destinado a quienes, por diversas razones, no podían vivir en él, aquellos que eran de “la obra banda”.

Y aunque ese puente, ubicado donde hoy desemboca la calle de Juárez, se llamaba oficialmente Puente de Piedra, todos en Querétaro lo conocían como el Puente Grande, sobre todo para diferenciarlo de los otros puentes que fueron construyéndose en la ciudad, desde el viejo molino de San Antonio hasta el poniente mismo de la entonces pequeña mancha urbana.

Podían descubrirse pues puentes como el de San Antonio, cuyo nombre respondía a la fábrica a la que daba acceso, el del Frijomil, al que se incursionaba escaleras abajo frente a la hoy calle de Altamirano; el Colorado, frente a Pasteur, con todo y su famosa leyenda del sereno sin cabeza, y el de la Revolución, que une las calles de Guerrero y Cuauhtémoc, y que con su alma de hierro representó, en su tiempo, la modernidad.

Pero, como digo, el llamado Puente Grande fue siempre la principal comunicación entre ambos lados del río. Un puente que, por cierto, ha sufrido varias modificaciones, principalmente en su tamaño, desde su primera construcción, a la vista del jardín que todos conocemos como “de los platitos”.

La más grande de sus intervenciones se realizó en 1903, luego de un proceso de adaptación que había iniciado a finales del año anterior. Para las fiestas de Independencia de ese año, que por entonces resaltaban el cumpleaños de Porfirio Díaz, se reinauguró el puente, principalmente para dar una necesaria comodidad de comunicación con el centro de la ciudad a la recién construida estación del Ferrocarril Nacional, hoy convertida en centro cultural.

La intención de aquella remodelación fue darle al puente accesibilidad a los tranvías que por entonces circulaban por nuestra ciudad, lo mismo que a carruajes, a jinetes y a personas de a pie, en una modalidad que bien podría equipararse a lo que ahora se ha dado en llamar “calle total”.

Entonces, tras los trabajos y la reinauguración, el municipio queretano le impuso un nuevo nombre, que los habitantes de estas tierras decidieron nunca abrigar: el de Puente de los Héroes. La gente siguió llamándolo el Puente Grande, pese al nombre oficial.

No hace muchos años, el Puente Grande sufrió la más reciente de sus intervenciones, ésta obligada luego de que un tráiler se enredó en unos cables eléctricos que acabaron por lesionar el remate de una de las columnas de cantera del acceso sur, que ya para entonces tenía muchas manos encima, como el resto de los pilares, a lo largo de la historia. Un contratista privado, finalmente, realizó la restauración correspondiente.

Y el Puente Grande, como el Colorado, como el de la República y el de San Antonio (el del Frijomil fue destruido y substituido por otro hace algunos sexenios), siguen ahí, mirando crecer a una ciudad de la que aún son parte fundamental.

ACOTACIÓN AL MARGEN

La semana pasada hablaba aquí mismo de don Nicolás González Jáuregui y de su titánica aventura de construir, en menos de un año, la plaza de toros Santa María, que sustituyó a la Colón, que había sido destruida, en las inmediaciones de la Alameda Hidalgo, cuando la década de los sesenta del pasado siglo iniciaba.

La plaza Colón fue inaugurada el 24 de noviembre de 1907, lo que permite sentenciar que estuvo en pie durante cincuenta y cuatro años. La Santa María cumplirá este año, también en noviembre, cincuenta y ocho, lo que supone que es ya más antigua que aquella que le sirvió de antecedente.

Sólo como un dato más.

Desde siempre, el llamado popularmente Puente Grande representó la unión entre las bandas separadas por el río de la ciudad; la comunicación más efectiva entre el centro de la ciudad y ese lugar destinado a quienes, por diversas razones, no podían vivir en él, aquellos que eran de “la obra banda”.

Y aunque ese puente, ubicado donde hoy desemboca la calle de Juárez, se llamaba oficialmente Puente de Piedra, todos en Querétaro lo conocían como el Puente Grande, sobre todo para diferenciarlo de los otros puentes que fueron construyéndose en la ciudad, desde el viejo molino de San Antonio hasta el poniente mismo de la entonces pequeña mancha urbana.

Podían descubrirse pues puentes como el de San Antonio, cuyo nombre respondía a la fábrica a la que daba acceso, el del Frijomil, al que se incursionaba escaleras abajo frente a la hoy calle de Altamirano; el Colorado, frente a Pasteur, con todo y su famosa leyenda del sereno sin cabeza, y el de la Revolución, que une las calles de Guerrero y Cuauhtémoc, y que con su alma de hierro representó, en su tiempo, la modernidad.

Pero, como digo, el llamado Puente Grande fue siempre la principal comunicación entre ambos lados del río. Un puente que, por cierto, ha sufrido varias modificaciones, principalmente en su tamaño, desde su primera construcción, a la vista del jardín que todos conocemos como “de los platitos”.

La más grande de sus intervenciones se realizó en 1903, luego de un proceso de adaptación que había iniciado a finales del año anterior. Para las fiestas de Independencia de ese año, que por entonces resaltaban el cumpleaños de Porfirio Díaz, se reinauguró el puente, principalmente para dar una necesaria comodidad de comunicación con el centro de la ciudad a la recién construida estación del Ferrocarril Nacional, hoy convertida en centro cultural.

La intención de aquella remodelación fue darle al puente accesibilidad a los tranvías que por entonces circulaban por nuestra ciudad, lo mismo que a carruajes, a jinetes y a personas de a pie, en una modalidad que bien podría equipararse a lo que ahora se ha dado en llamar “calle total”.

Entonces, tras los trabajos y la reinauguración, el municipio queretano le impuso un nuevo nombre, que los habitantes de estas tierras decidieron nunca abrigar: el de Puente de los Héroes. La gente siguió llamándolo el Puente Grande, pese al nombre oficial.

No hace muchos años, el Puente Grande sufrió la más reciente de sus intervenciones, ésta obligada luego de que un tráiler se enredó en unos cables eléctricos que acabaron por lesionar el remate de una de las columnas de cantera del acceso sur, que ya para entonces tenía muchas manos encima, como el resto de los pilares, a lo largo de la historia. Un contratista privado, finalmente, realizó la restauración correspondiente.

Y el Puente Grande, como el Colorado, como el de la República y el de San Antonio (el del Frijomil fue destruido y substituido por otro hace algunos sexenios), siguen ahí, mirando crecer a una ciudad de la que aún son parte fundamental.

ACOTACIÓN AL MARGEN

La semana pasada hablaba aquí mismo de don Nicolás González Jáuregui y de su titánica aventura de construir, en menos de un año, la plaza de toros Santa María, que sustituyó a la Colón, que había sido destruida, en las inmediaciones de la Alameda Hidalgo, cuando la década de los sesenta del pasado siglo iniciaba.

La plaza Colón fue inaugurada el 24 de noviembre de 1907, lo que permite sentenciar que estuvo en pie durante cincuenta y cuatro años. La Santa María cumplirá este año, también en noviembre, cincuenta y ocho, lo que supone que es ya más antigua que aquella que le sirvió de antecedente.

Sólo como un dato más.