Dicen que murió de viejo, pero antes de ello, vivió episodios de vida menos famosos. Un buen día, o, mejor dicho, una mala noche, las autoridades de la ciudad consideraron que el león había acabado de cumplir con la misión encomendada por los notables del pueblo para mantener a raya a los jóvenes queretanos, obligándolos a regresar a sus moradas cuando las manecillas del reloj de San Francisco marcaran las nueve de la noche. La llegada de tanto “fuereño” acostumbrado a trasnochar y sin miedo alguno al, ya para entonces, viejo león, había logrado hacer un tanto inútil su presencia nocturna por las adoquinadas calles queretanas.
Así que resguardaron al animal y, años después, lo exhibieron en la Alameda Hidalgo, para regocijo de los queretanos que aún sobrevivían a la creciente invasión chilanga. Cuando el famélico zoológico que lo albergaba cerró, dicen que lo adoptó un empresario conocido, propietario de cantinas, que lo albergó en instalaciones desde donde podía ver el acueducto. Tiempo después, como he dicho, murió de viejo.
Algo similar pasó con los percherones de Carretas, que murieron en el retiro, aunque nunca en el olvido. Los jamelgos, que recorrían las calles repartiendo leche, fueron colocados en un corral de la antigua hacienda colindante con el Acueducto, después de una turbulenta noche de sueños, o más bien, de pesadillas, de su dueño. Resulta que el señor Urquiza, que tal era el nombre del hacendado, soñó que su hacienda se convertía en hotel y centro comercial, y que la leche producida por sus vacas dejaba de venderse porque las nuevas generaciones la considerarían dañina e inventarían la leche de coco, de almendra, de soya, de avena, y hasta de nuez de la India. Fue tal su enojo, o su “muina”, como relataban sus empleados, que decidió dedicar el resto de la vida de sus preciosos caballos tan solo a que pasearan a sus nietos por los alfalfares del entorno.
Ya sin león y sin percherones, se quedó como protagonista de la escena, Wisky, un simpático mono araña que había traído hasta estas tierras el señor Aubert y que se paseaba por el gran árbol del jardín de su casa, mientras los niños, y aún los mayores, se regocijaban con su presencia. Hay quien dice que el chango fue traído desde el sur de nuestro país por su dueño, que había ido hasta allá en plan de trabajo, pero, al parecer, lo cierto es que Wisky era procedente del África central, hasta donde había llegado el señor Aubert, en su vida secreta de aventurero, como asistente de un tal Indiana Jones, o Harrison Ford, no recuerdo bien.
El caso es que el simpático mono araña se volvió ciego cuando vio a una parejita de enamorados entregándose a su pasión desbordada, motivados por la presencia del propio chango, mientras se recargaban en la enrejada. Tiempo después, Wisky murió también de viejo, como el león y los percherones.
Siendo inminente la conmemoración de un aniversario más de nuestra ciudad, me pareció oportuno recordar estas historias que forman parte de un legado donde todo, o casi, está aderezado de leyenda.