/ domingo 6 de junio de 2021

Aquí Querétaro | El Río

Por estos inicios de junio, pero en 1947 la ciudad inauguraba un servicio, una posibilidad de esparcimiento que hoy resulta difícil imaginar. En el llamado Canal del Atole de nuestro río, a espaldas de lo que por muchos años fue el rastro municipal, se ubicaron seis lanchas dispuestas a ser utilizadas por la población.

Yo no viví esa experiencia queretana, pero guardo en la memoria la descarga de sangre de los animales sacrificados en el rastro a las turbias aguas del Río Querétaro, manchándolas de un intenso rojo, y por ello, me resulta inimaginable que alguien pudiera acompañar su cauce en una lancha.

No así en otras zonas del río, más hacia el oriente, en donde las aguas también eran turbias pero donde al menos no llegaban las descargas del rastro. Recuerdo aún con asombro, por ejemplo, como nuestro compañero del Queretano, Francisco Ramírez, el popular “Ratón”, se metía en las abundantes aguas del río crecido, a la altura del Puente de San Antonio, para salir de ellas por ahí del Puente Grande en una hazaña que a mí me parecía imposible.

También sé, aunque desde luego no lo viví tampoco, que existieron otras embarcaciones para distracción de los queretanos sobre nuestro río, allá por el siglo diecinueve, cuando “La Otra Banda” era aún un terreno alejado del centro de la ciudad, más social que físicamente.

Era ese mismo río que por los setentas del siglo veinte se pensó entubar, al que en los ochentas le sembraron patos y fuentes respiradoras y que cada época de lluvias se desbordaba a la altura de Ezequiel Montes, dejaba sin posibilidades de utilizar las canchas de “Acapulquito” en el Instituto Queretano, alejaba a las señoras que iban a lavar ropa a sus escasas y tranquilas aguas o anegaba el profundo hoyo que las ladrilleras habían dejado en donde hoy inicia Prolongación Tecnológico, espacio por cierto, que fue rellenado con desechos y tierra, y posteriormente edificado, justo ahí sobre lo que un día fue espacio hueco.

El caso es que nuestro río, el de los puentes Grande, Colorado, San Antonio, de la Revolución, o del Frijomil; el que limitaba la ciudad en el norte y servía de frontera de la llamada “Otra Banda”, nunca ha logrado ser lo que otros ríos para muchas ciudades del mundo. El de “Querétaro” es el caso de un río a ratos olvidado y a otros, presa de planes y ocurrencias temporales que acabaron por desaparecer.

Hoy ya nadie lava ahí la ropa y afortunadamente no es constante objeto de preocupación ante las seguras inundaciones; hoy ya no se tiñe del rojo de la sangre de los animales sacrificados en el rastro, ni inunda las formas del antiguo, y sustituido, Puente del Frijomil; ya no se lanza en él nuestro recordado “Ratón”, ni por supuesto, se alquilan lanchas como otrora para navegar apaciblemente sobre sus nada transparentes aguas.

ACOTACIÓN AL MARGEN

El momento ha llegado.

Dicen que son, quizá, las elecciones más importantes en la historia contemporánea de México.

Las urnas nos esperan y es un derecho, y también una obligación, no dejarlas esperándonos.

Por estos inicios de junio, pero en 1947 la ciudad inauguraba un servicio, una posibilidad de esparcimiento que hoy resulta difícil imaginar. En el llamado Canal del Atole de nuestro río, a espaldas de lo que por muchos años fue el rastro municipal, se ubicaron seis lanchas dispuestas a ser utilizadas por la población.

Yo no viví esa experiencia queretana, pero guardo en la memoria la descarga de sangre de los animales sacrificados en el rastro a las turbias aguas del Río Querétaro, manchándolas de un intenso rojo, y por ello, me resulta inimaginable que alguien pudiera acompañar su cauce en una lancha.

No así en otras zonas del río, más hacia el oriente, en donde las aguas también eran turbias pero donde al menos no llegaban las descargas del rastro. Recuerdo aún con asombro, por ejemplo, como nuestro compañero del Queretano, Francisco Ramírez, el popular “Ratón”, se metía en las abundantes aguas del río crecido, a la altura del Puente de San Antonio, para salir de ellas por ahí del Puente Grande en una hazaña que a mí me parecía imposible.

También sé, aunque desde luego no lo viví tampoco, que existieron otras embarcaciones para distracción de los queretanos sobre nuestro río, allá por el siglo diecinueve, cuando “La Otra Banda” era aún un terreno alejado del centro de la ciudad, más social que físicamente.

Era ese mismo río que por los setentas del siglo veinte se pensó entubar, al que en los ochentas le sembraron patos y fuentes respiradoras y que cada época de lluvias se desbordaba a la altura de Ezequiel Montes, dejaba sin posibilidades de utilizar las canchas de “Acapulquito” en el Instituto Queretano, alejaba a las señoras que iban a lavar ropa a sus escasas y tranquilas aguas o anegaba el profundo hoyo que las ladrilleras habían dejado en donde hoy inicia Prolongación Tecnológico, espacio por cierto, que fue rellenado con desechos y tierra, y posteriormente edificado, justo ahí sobre lo que un día fue espacio hueco.

El caso es que nuestro río, el de los puentes Grande, Colorado, San Antonio, de la Revolución, o del Frijomil; el que limitaba la ciudad en el norte y servía de frontera de la llamada “Otra Banda”, nunca ha logrado ser lo que otros ríos para muchas ciudades del mundo. El de “Querétaro” es el caso de un río a ratos olvidado y a otros, presa de planes y ocurrencias temporales que acabaron por desaparecer.

Hoy ya nadie lava ahí la ropa y afortunadamente no es constante objeto de preocupación ante las seguras inundaciones; hoy ya no se tiñe del rojo de la sangre de los animales sacrificados en el rastro, ni inunda las formas del antiguo, y sustituido, Puente del Frijomil; ya no se lanza en él nuestro recordado “Ratón”, ni por supuesto, se alquilan lanchas como otrora para navegar apaciblemente sobre sus nada transparentes aguas.

ACOTACIÓN AL MARGEN

El momento ha llegado.

Dicen que son, quizá, las elecciones más importantes en la historia contemporánea de México.

Las urnas nos esperan y es un derecho, y también una obligación, no dejarlas esperándonos.