/ domingo 10 de abril de 2022

Aquí Querétaro | Pregones y pregoneros

El grito aquí y allá, el anuncio a voz en cuello, el volumen como forma de comunicación efectiva, Querétaro era, como muchas otras, una ciudad de pregones.

El caso más típico, el más recurrente, era el de los voceadores, muchos de ellos niños, que recorrían las calles citadinas con su tradicional pregón: “El Diaariooooo”, para anunciar la venta de nuestro periódico, entonces únicamente en formato impreso, que contenía las buenas y malas nuevas que se generaban en una ciudad entonces tan tranquila como la nuestra. “El Diaariooooo”, como señal de información oportuna, cuando la tecnología no nos había aún rebasado.

Y había también, claro está, pregoneros tradicionales, inolvidables para quienes los conocieron. Uno de ellos era el famoso “Chamula”, que anunciaba las ofertas de “La Luz del Día”, justo frente a sus instalaciones y calle de por medio con el desaparecido mercado Pedro Escobedo. A la vera de las varias puertas de esa casona de una sola planta que otrora había sido residencia conventual, el “Chamula”, con cucurucho sobre la boca, para tener una mayor repercusión, lanzaba la información que la popular abarrotera decidía promocionar, mientras los transeúntes recorrían la céntrica calle de Juárez, o las amas de casa se adentraban en el mercado en pos de su compra diaria.

Un pregón que llenó mis años de niño se daba ya en el otro mercado, también Escobedo, pero Mariano, que vino a substituir al que se convirtió en Plaza de la Constitución. En el nuevo mercado, a unos pasos de Zaragoza, se escuchaba la voz insistente de aquel hombre que tenía ahí su principal nicho, pero que también recorría las calles queretanas con una carretilla de madera donde almacenaba el producto que ofertaba. “Pescado fresco de Veracruuuuz”, decía, una y otra vez, hasta un cansancio que tardaba seguramente muchas horas en llegar.

Hoy pocos pregoneros quedan. Apenas aquellos que en la feria anual decembrina repiten con un micrófono frente a la boca: “Y le doy uno… Y le doy dos… Y llévese tres…”, mientras acumulan montones de cobijas a la espera del primer inocente que se cree aquello de que podrá hacer una compra inmejorable.

Los unos y los otros, los de ayer y los pocos de hoy, han hecho del pregón un arma de comunicación que ha ido dándole paso a otras mucho más sofisticadas. En estos tiempos que corren otros son los sonidos que ganan el ambiente en nuestras calles y nuestros mercados, aún a pesar de los vehículos con bocinas y voces grabadas que solicitan “fierros viejos que vendan”.

Me acordé de todo ello el otro día, muy cerca de donde el “Chamula” pregonaba las ofertas de “La Luz del Día”, cuando un hombre, en la esquina de Madero y Juárez, lanzaba la frase una y otra vez, incansablemente, con unos papelitos en la mano y al paso de los muchos transeúntes citadinos: “Un poema de amor por una moneda… Un poema de amor por una moneda… Un poema de amor por una moneda…”

Nadie, al menos que yo me diera cuenta, le entregó al pregonero moneda alguna, y es que el amor y la poesía son tan viejos ya como “La Luz del Día” y el popular “Chamula”.

El grito aquí y allá, el anuncio a voz en cuello, el volumen como forma de comunicación efectiva, Querétaro era, como muchas otras, una ciudad de pregones.

El caso más típico, el más recurrente, era el de los voceadores, muchos de ellos niños, que recorrían las calles citadinas con su tradicional pregón: “El Diaariooooo”, para anunciar la venta de nuestro periódico, entonces únicamente en formato impreso, que contenía las buenas y malas nuevas que se generaban en una ciudad entonces tan tranquila como la nuestra. “El Diaariooooo”, como señal de información oportuna, cuando la tecnología no nos había aún rebasado.

Y había también, claro está, pregoneros tradicionales, inolvidables para quienes los conocieron. Uno de ellos era el famoso “Chamula”, que anunciaba las ofertas de “La Luz del Día”, justo frente a sus instalaciones y calle de por medio con el desaparecido mercado Pedro Escobedo. A la vera de las varias puertas de esa casona de una sola planta que otrora había sido residencia conventual, el “Chamula”, con cucurucho sobre la boca, para tener una mayor repercusión, lanzaba la información que la popular abarrotera decidía promocionar, mientras los transeúntes recorrían la céntrica calle de Juárez, o las amas de casa se adentraban en el mercado en pos de su compra diaria.

Un pregón que llenó mis años de niño se daba ya en el otro mercado, también Escobedo, pero Mariano, que vino a substituir al que se convirtió en Plaza de la Constitución. En el nuevo mercado, a unos pasos de Zaragoza, se escuchaba la voz insistente de aquel hombre que tenía ahí su principal nicho, pero que también recorría las calles queretanas con una carretilla de madera donde almacenaba el producto que ofertaba. “Pescado fresco de Veracruuuuz”, decía, una y otra vez, hasta un cansancio que tardaba seguramente muchas horas en llegar.

Hoy pocos pregoneros quedan. Apenas aquellos que en la feria anual decembrina repiten con un micrófono frente a la boca: “Y le doy uno… Y le doy dos… Y llévese tres…”, mientras acumulan montones de cobijas a la espera del primer inocente que se cree aquello de que podrá hacer una compra inmejorable.

Los unos y los otros, los de ayer y los pocos de hoy, han hecho del pregón un arma de comunicación que ha ido dándole paso a otras mucho más sofisticadas. En estos tiempos que corren otros son los sonidos que ganan el ambiente en nuestras calles y nuestros mercados, aún a pesar de los vehículos con bocinas y voces grabadas que solicitan “fierros viejos que vendan”.

Me acordé de todo ello el otro día, muy cerca de donde el “Chamula” pregonaba las ofertas de “La Luz del Día”, cuando un hombre, en la esquina de Madero y Juárez, lanzaba la frase una y otra vez, incansablemente, con unos papelitos en la mano y al paso de los muchos transeúntes citadinos: “Un poema de amor por una moneda… Un poema de amor por una moneda… Un poema de amor por una moneda…”

Nadie, al menos que yo me diera cuenta, le entregó al pregonero moneda alguna, y es que el amor y la poesía son tan viejos ya como “La Luz del Día” y el popular “Chamula”.