/ domingo 19 de diciembre de 2021

Aquí Querétaro | Tradiciones decembrinas

Apenas el pasado jueves inició, de nueva cuenta y como cada año, el recorrido del tradicional Carro de las Posadas. Con ello, tras la presentación del Heraldo de Navidad, la coronación de la reina de las fiestas decembrinas, la colocación del nacimiento monumental y el alumbrado del árbol navideño, se llega de golpe a la fiesta queretana por excelencia y se incursiona en ese mundo de recuerdos, de nostalgias, de pasado, que inunda las calles y los ánimos queretanos.

Y es que no hay queretano que se precie de serlo que no recuerde con especial afecto alguna vivencia en estos tiempos decembrinos tan queretanos; que no haya esperado con curiosidad, alguna vez al menos, las características de los carros de la Cabalgata, o que no haya cantado en el coro de los niños de los Carros Bíblicos, o que no haya aspirado a que su madre le pintara el rostro con grasa de zapatos para aparecer como el negrito del Carro de las Posadas.

En tiempos en que la ciudad era mucho más chica, más cómoda de tránsito y con una significativamente menor cantidad de vehículos, parecía que las tradiciones decembrinas podían ser admiradas, disfrutadas, degustadas, con mayor tranquilidad y gusto. Mirar la Cabalgata sin codazos, degustar unos buñuelos en los alrededores de la Congregación sin tanta espera y tanta cola, conocer a la reina, alcanzar Heraldos y naranjas, era bastante recurrente en tiempos idos.

Pero a pesar de que los años han pasado, la ciudad se ha desbordado, los venidos de fuera conformaron gran mayoría, y la tecnología nos ha consumido, las tradiciones queretanas decembrinas siguen ahí, incólumes, como si se hubiesen quedado congeladas en un lejano siglo diecinueve, negándose no solo a morir, sino incluso, a impedir cualquier modificación a su añeja estructura.

Aunque, eso sí, hoy cuesta mucho más trabajo llegar hasta ellas, con un tráfico caótico, ríos de gente y prisas notorias. Hoy se aprecian desde las filas posteriores que, necesariamente, nos imponen los tiempos. Y hoy, desde luego, podemos regodearnos en la idea de que siguen vivas y nos remontan a tiempos idos, acaso más felices, acaso no.

Apenas el pasado jueves inició, de nueva cuenta y como cada año, el recorrido del tradicional Carro de las Posadas. Con ello, tras la presentación del Heraldo de Navidad, la coronación de la reina de las fiestas decembrinas, la colocación del nacimiento monumental y el alumbrado del árbol navideño, se llega de golpe a la fiesta queretana por excelencia y se incursiona en ese mundo de recuerdos, de nostalgias, de pasado, que inunda las calles y los ánimos queretanos.

Y es que no hay queretano que se precie de serlo que no recuerde con especial afecto alguna vivencia en estos tiempos decembrinos tan queretanos; que no haya esperado con curiosidad, alguna vez al menos, las características de los carros de la Cabalgata, o que no haya cantado en el coro de los niños de los Carros Bíblicos, o que no haya aspirado a que su madre le pintara el rostro con grasa de zapatos para aparecer como el negrito del Carro de las Posadas.

En tiempos en que la ciudad era mucho más chica, más cómoda de tránsito y con una significativamente menor cantidad de vehículos, parecía que las tradiciones decembrinas podían ser admiradas, disfrutadas, degustadas, con mayor tranquilidad y gusto. Mirar la Cabalgata sin codazos, degustar unos buñuelos en los alrededores de la Congregación sin tanta espera y tanta cola, conocer a la reina, alcanzar Heraldos y naranjas, era bastante recurrente en tiempos idos.

Pero a pesar de que los años han pasado, la ciudad se ha desbordado, los venidos de fuera conformaron gran mayoría, y la tecnología nos ha consumido, las tradiciones queretanas decembrinas siguen ahí, incólumes, como si se hubiesen quedado congeladas en un lejano siglo diecinueve, negándose no solo a morir, sino incluso, a impedir cualquier modificación a su añeja estructura.

Aunque, eso sí, hoy cuesta mucho más trabajo llegar hasta ellas, con un tráfico caótico, ríos de gente y prisas notorias. Hoy se aprecian desde las filas posteriores que, necesariamente, nos imponen los tiempos. Y hoy, desde luego, podemos regodearnos en la idea de que siguen vivas y nos remontan a tiempos idos, acaso más felices, acaso no.