/ miércoles 10 de febrero de 2021

Contraluz | 200 años

No entiendo. No he entendido hasta ahora la retórica de volver maniqueísmo soberbio que divide y agrede. Una sombra oscura parece permear ese discurso de los buenos y los malos; los conservadores y los liberales; los fifís y los chairos; los reaccionarios y los justos... Ese afán divisionista me suena a secta; a narcisismo iluminado; a patriotería fútil. Esos tiempos, los creía yo superados, dado el fardo de enconos y heridas que dejó a la Patria.

Creo que lamentablemente la prédica ha rendido frutos ahondando escenarios de desunión, de desconfianza, de violencia, de crisis, de decadencia.

México, al igual que otras naciones que viven bajo la sombra del populismo simplista, no es hoy lamentablemente, un país en el que se pueda hablar de unidad nacional, pese a los grandes avances de las últimas décadas en materia de democracia, de libertades y de desarrollo.

Baste ver los mensajes y expresiones, anónimos la mayoría, que se han adueñado de las redes sociales y de sus posibilidades de expresión: la injuria prevalece sobre el discernimiento y la reflexión; la descalificación sobre el ejercicio de la razón; el desnudamiento de complejos sobre la serenidad de la exposición articulada; la mentira grotesca sobre la verdad consciente.

Meditaba lo anterior al recordar hoy, una gran efeméride de nuestra Nación ocurrida hace 200 años –el 10 de febrero de 1821-, conocida como el “Abrazo de Acatempan” entre don Agustín de Iturbide y don Vicente Guerrero.

Cabe recordar que hace dos siglos México vivía, tras la gran agitación del inicio de la guerra de Independencia, salvo la incursión de Francisco Javier Mina en 1817, un profundo impase tras la captura y sacrificio de los primeros líderes de la gesta nacional: Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende y Mariano Matamoros entre muchos otros.

El virrey Félix María Calleja había sido relevado en septiembre de 1816 por Juan Ruiz de Apodaca quien instrumentó una política distinta a la de sus predecesores al generar una política de pacificación mediante el indulto, mismo fue concedido a la mayoría de los líderes insurgentes incluidos Nicolás Bravo e Ignacio López Rayón.

En aquel entonces se negaron a acogerse a esta política: Vicente Guerrero que se mantuvo en el sur; Guadalupe Victoria que prefirió esconderse en agreste zona de Veracruz; Pedro Moreno; Andrés Quintana Roo y Leona Vicario, entre otros.

La total tranquilidad volvió a la Nueva España casi hasta finales de 1819 luego del indulto a 35 mil efectivos; la muerte de casi 10 mil rebeldes y la reclusión de seis mil prisioneros.

Pero el 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan, Andalucía, España, el coronel Rafael de Riego se levantó en armas, proclamando que el rey Fernando VII, vuelto al poder tras la invasión napoleónica, debía jurar la Constitución de Cádiz, que las Cortes Generales habían proclamado en 1812.

Los criollos, acaudillados por el inquisidor general Matías de Monteagudo y por el virrey Apodaca, se reunieron en la Iglesia de la Profesa, y ahí conspiraron y resolvieron separarse de España.

En la Ciudad de México, simpatizantes del régimen absolutista comenzaron a reunirse de forma secreta en el Oratorio de San Felipe Neri, conocido popularmente como el templo de la Profesa. Las reuniones fueron presididas por el canónigo Matías de Monteagudo. Se presupone que participaron Manuel de la Bárcena, fray Mariano López de Bravo y Pimentel, Miguel Bataller, Juan José Espinosa de los Monteros, Antonio de Mier y Villagómez, José Bermúdez Zozaya, Juan Cruz Ruiz de Cabañas, obispo de Guadalajara; Juan Gómez de Navarrete y el obispo de Puebla Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles entre otros.

Durante las primeras reuniones el objetivo era impedir la divulgación de la reinstauración de la Constitución de Cádiz en España, declarando que el rey se encontraba aún sin libertad, para así establecer al virrey como gobernante de la Nueva España. Este plan no prosperó pues las noticias llegaron a Veracruz, el intendente José Dávila y los comerciantes establecidos juraron la Carta Magna. Ante el temor de que el virrey no aceptara la Constitución, organizaron el Batallón de Voluntarios de Fernando VII para ejercer presión a Ruiz de Apodaca.

El 31 de mayo de 1820, el virrey no tuvo más remedio que jurar la

Constitución. Debido a que el virreinato se convirtió en provincia, el puesto de virrey pasó a ser Jefe Político Superior de Nueva España. Los conspiradores de La Profesa se pusieron en contacto con el arzobispo de Guadalajara Juan Ruiz de Cabañas y Crespo, su nuevo plan era proclamar la independencia de México, con la idea de establecer una monarquía con un infante de España. Uno de los resultados más favorables de la conspiración fue la designación de Agustín de Iturbide como comandante en Jefe de los Ejércitos del Sur.

El 9 de noviembre de 1820, Iturbide fue nombrado sustituto de José Gabriel de Armijo para combatir al rebelde Vicente Guerrero que seguía levantado en armas desde su posición en la Sierra del Sur. Los enfrentamientos militares fueron favorables a las fuerzas insurgentes en Zapotepec y Tlatlaya.

El 10 de enero de 1821 Iturbide envió una carta a Guerrero ofreciéndole el indulto y una alianza, pero el caudillo declinó la propuesta.

Paralelamente Iturbide envió cartas a los jefes militares de Michoacán y del Bajío, a los obispos de Puebla, Guadalajara y la mitra de Valladolid. El obispo de Guadalajara Juan Ruiz de Cabañas apoyó con veinticinco mil pesos la campaña.

Iturbide realizó un nuevo acercamiento con Guerrero. Esta vez con resultados positivos se selló un pacto de paz mediante el Abrazo de Acatempan, hoy municipio de Teloloapan, el 10 de febrero de 1821.

Unidas las fuerzas militares de ambos bandos, se formó el Ejército Trigarante.

La unión de Iturbide con Guerrero fue duramente criticada, y por consiguiente, Apodaca tuvo que declarar a Iturbide fuera de la ley. El clero, y la clase aristocrática de la Nueva España, que se oponían a la Constitución de Cádiz, apoyaron moral y económicamente el movimiento independentista.

El 24 de febrero Iturbide proclamó en Iguala su Plan de las Tres Garantías.

En el mes de julio, Apodaca fue relevado de su puesto, de manera interina por Francisco Novella, pues se esperaba la llegada de Juan O'Donojú.

Cuando el nuevo Jefe Político Superior de la Nueva España tomó su puesto, se percató del fuerte apoyo que tenía Iturbide, sin más remedio tuvo que firmar los Tratados de Córdoba en el mes de agosto, en los que se reconocía la Independencia de México.

Así, el Ejército Trigarante entró de manera triunfal a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, consolidando así, la consumación de la Independencia.

Finalmente, el 27 de septiembre el Ejército Trigarante, con Iturbide a la cabeza, hizo su entrada triunfal a la Ciudad de México.

Lamentablemente las divisiones posteriores, costaron más de la mitad del territorio nacional y postergaron durante 40 años las posibilidades de estabilidad, paz, unidad y desarrollo.

No entiendo. No he entendido hasta ahora la retórica de volver maniqueísmo soberbio que divide y agrede. Una sombra oscura parece permear ese discurso de los buenos y los malos; los conservadores y los liberales; los fifís y los chairos; los reaccionarios y los justos... Ese afán divisionista me suena a secta; a narcisismo iluminado; a patriotería fútil. Esos tiempos, los creía yo superados, dado el fardo de enconos y heridas que dejó a la Patria.

Creo que lamentablemente la prédica ha rendido frutos ahondando escenarios de desunión, de desconfianza, de violencia, de crisis, de decadencia.

México, al igual que otras naciones que viven bajo la sombra del populismo simplista, no es hoy lamentablemente, un país en el que se pueda hablar de unidad nacional, pese a los grandes avances de las últimas décadas en materia de democracia, de libertades y de desarrollo.

Baste ver los mensajes y expresiones, anónimos la mayoría, que se han adueñado de las redes sociales y de sus posibilidades de expresión: la injuria prevalece sobre el discernimiento y la reflexión; la descalificación sobre el ejercicio de la razón; el desnudamiento de complejos sobre la serenidad de la exposición articulada; la mentira grotesca sobre la verdad consciente.

Meditaba lo anterior al recordar hoy, una gran efeméride de nuestra Nación ocurrida hace 200 años –el 10 de febrero de 1821-, conocida como el “Abrazo de Acatempan” entre don Agustín de Iturbide y don Vicente Guerrero.

Cabe recordar que hace dos siglos México vivía, tras la gran agitación del inicio de la guerra de Independencia, salvo la incursión de Francisco Javier Mina en 1817, un profundo impase tras la captura y sacrificio de los primeros líderes de la gesta nacional: Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende y Mariano Matamoros entre muchos otros.

El virrey Félix María Calleja había sido relevado en septiembre de 1816 por Juan Ruiz de Apodaca quien instrumentó una política distinta a la de sus predecesores al generar una política de pacificación mediante el indulto, mismo fue concedido a la mayoría de los líderes insurgentes incluidos Nicolás Bravo e Ignacio López Rayón.

En aquel entonces se negaron a acogerse a esta política: Vicente Guerrero que se mantuvo en el sur; Guadalupe Victoria que prefirió esconderse en agreste zona de Veracruz; Pedro Moreno; Andrés Quintana Roo y Leona Vicario, entre otros.

La total tranquilidad volvió a la Nueva España casi hasta finales de 1819 luego del indulto a 35 mil efectivos; la muerte de casi 10 mil rebeldes y la reclusión de seis mil prisioneros.

Pero el 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan, Andalucía, España, el coronel Rafael de Riego se levantó en armas, proclamando que el rey Fernando VII, vuelto al poder tras la invasión napoleónica, debía jurar la Constitución de Cádiz, que las Cortes Generales habían proclamado en 1812.

Los criollos, acaudillados por el inquisidor general Matías de Monteagudo y por el virrey Apodaca, se reunieron en la Iglesia de la Profesa, y ahí conspiraron y resolvieron separarse de España.

En la Ciudad de México, simpatizantes del régimen absolutista comenzaron a reunirse de forma secreta en el Oratorio de San Felipe Neri, conocido popularmente como el templo de la Profesa. Las reuniones fueron presididas por el canónigo Matías de Monteagudo. Se presupone que participaron Manuel de la Bárcena, fray Mariano López de Bravo y Pimentel, Miguel Bataller, Juan José Espinosa de los Monteros, Antonio de Mier y Villagómez, José Bermúdez Zozaya, Juan Cruz Ruiz de Cabañas, obispo de Guadalajara; Juan Gómez de Navarrete y el obispo de Puebla Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles entre otros.

Durante las primeras reuniones el objetivo era impedir la divulgación de la reinstauración de la Constitución de Cádiz en España, declarando que el rey se encontraba aún sin libertad, para así establecer al virrey como gobernante de la Nueva España. Este plan no prosperó pues las noticias llegaron a Veracruz, el intendente José Dávila y los comerciantes establecidos juraron la Carta Magna. Ante el temor de que el virrey no aceptara la Constitución, organizaron el Batallón de Voluntarios de Fernando VII para ejercer presión a Ruiz de Apodaca.

El 31 de mayo de 1820, el virrey no tuvo más remedio que jurar la

Constitución. Debido a que el virreinato se convirtió en provincia, el puesto de virrey pasó a ser Jefe Político Superior de Nueva España. Los conspiradores de La Profesa se pusieron en contacto con el arzobispo de Guadalajara Juan Ruiz de Cabañas y Crespo, su nuevo plan era proclamar la independencia de México, con la idea de establecer una monarquía con un infante de España. Uno de los resultados más favorables de la conspiración fue la designación de Agustín de Iturbide como comandante en Jefe de los Ejércitos del Sur.

El 9 de noviembre de 1820, Iturbide fue nombrado sustituto de José Gabriel de Armijo para combatir al rebelde Vicente Guerrero que seguía levantado en armas desde su posición en la Sierra del Sur. Los enfrentamientos militares fueron favorables a las fuerzas insurgentes en Zapotepec y Tlatlaya.

El 10 de enero de 1821 Iturbide envió una carta a Guerrero ofreciéndole el indulto y una alianza, pero el caudillo declinó la propuesta.

Paralelamente Iturbide envió cartas a los jefes militares de Michoacán y del Bajío, a los obispos de Puebla, Guadalajara y la mitra de Valladolid. El obispo de Guadalajara Juan Ruiz de Cabañas apoyó con veinticinco mil pesos la campaña.

Iturbide realizó un nuevo acercamiento con Guerrero. Esta vez con resultados positivos se selló un pacto de paz mediante el Abrazo de Acatempan, hoy municipio de Teloloapan, el 10 de febrero de 1821.

Unidas las fuerzas militares de ambos bandos, se formó el Ejército Trigarante.

La unión de Iturbide con Guerrero fue duramente criticada, y por consiguiente, Apodaca tuvo que declarar a Iturbide fuera de la ley. El clero, y la clase aristocrática de la Nueva España, que se oponían a la Constitución de Cádiz, apoyaron moral y económicamente el movimiento independentista.

El 24 de febrero Iturbide proclamó en Iguala su Plan de las Tres Garantías.

En el mes de julio, Apodaca fue relevado de su puesto, de manera interina por Francisco Novella, pues se esperaba la llegada de Juan O'Donojú.

Cuando el nuevo Jefe Político Superior de la Nueva España tomó su puesto, se percató del fuerte apoyo que tenía Iturbide, sin más remedio tuvo que firmar los Tratados de Córdoba en el mes de agosto, en los que se reconocía la Independencia de México.

Así, el Ejército Trigarante entró de manera triunfal a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, consolidando así, la consumación de la Independencia.

Finalmente, el 27 de septiembre el Ejército Trigarante, con Iturbide a la cabeza, hizo su entrada triunfal a la Ciudad de México.

Lamentablemente las divisiones posteriores, costaron más de la mitad del territorio nacional y postergaron durante 40 años las posibilidades de estabilidad, paz, unidad y desarrollo.