/ viernes 5 de noviembre de 2021

Contraluz | Complejo Ajuchitlán


Alguna vez fui, ya en tiempos del Querétaro próspero y creciente, al Centro Nacional de Producción Pecuaria, Complejo Ajuchitlán, ubicado en la desviación a la cabecera municipal de Colón.

Era un gran complejo moderno, práctico y bien abastecido en el que se había iniciado la inseminación artificial es decir el trasplante de embriones en ganado bovino.

El motivo era mostrar los avances en la materia a los ministros de agricultura y ganadería de los países de Centroamérica: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

Los objetivos de dicho complejo eran la investigación, la producción y los servicios para el sector, dado lo cual 400 vacas, 83 toros, mil 800 borregos, 18 mil aves y 200 vacas destinadas al trasplante de embriones.

Ante los visitantes se realizó con éxito en la moderna clínica de dicho complejo perteneciente a la SARH, Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, según se dijo entonces, el primer trasplante de embrión de ganado bovino en América Latina (antes sólo se habían efectuado a nivel laboratorio).

Se explicó a los visitantes que el proceso consistía en trasladar el óvulo de una vaca selecta fecundada exprofeso artificialmente con semen de reconocida calidad, a otra vaca llamada receptora en la cual germinaría la nueva cría. Además, a base de tratamientos hormonales, la vaca donadora se preparaba para una ovulación múltiple lo que hacía que no sólo fuera una, sino varias las vacas receptoras de embriones.

La mejoría genética del ganado lechero estaba sí garantizada. Creo que eran tiempos en que México compartía más tiempo y desarrollo con los países del continente especialmente los más pequeños y cercanos.

Los 83 toros de 16 razas distintas –Holstein, Charolais, Suizo, Angus, etc.-, producirían 500 mil dosis de semen al año, de las cuales un 75 por ciento se distribuirían en los 60 bancos de semen de la SARH distribuidos en toda la República.

En el complejo de Ajuchitlán había además, un centro de investigación pecuaria para realizar estudios sobre nutrición y genética de porcinos, un establo lechero en el Centro Nacional de Lactología, ubicado en el mismo complejo, para industrializar la leche en la línea de lacticineos:

quesos, crema, mantequilla, etc., el Centro Nacional de Meleagricultura dedicado a la investigación y producción de guajolotes.

En materia de servicios y capacitación durante el año se impartieron 61 cursos a un total de tres mil 50 personas en cinco áreas distintas: inseminación artificial, meleagricultura, lactología, fomento ganadero e investigaciones pecuarias.

El amplísimo lugar se veía bien organizado, muy limpio y con áreas amplias y bien definidas. El bien equipado centro de lactología con personal y alumnos en pleno aprendizaje; las áreas de bovinos, guajolotes, toros, establo, borregos, puercos.

Ajuchitlán, Colón, que ha visto de nuevo el gran desarrollo con nuevas agroindustrias, fábricas y escuelas, se veía en aquel entonces orgulloso de sus visitantes y del gran complejo que de alguna forma, beneficiaba a la comunidad y la ponía además en el mapa internacional de interés agropecuario por las investigaciones ahí realizadas.

Era además reflejo del largo liderazgo de México en la región país al que se veía como de avanzada en el desarrollo de las naciones hispanoamericanas que veían cerca el paso del subdesarrollo al desarrollo.

Sin desconocer lo mucho que se ha seguido avanzando es propicio preguntar y repreguntar: qué ha pasado con muchos programas serios y justificados en aras de ser mejores, que con el tiempo se han desvanecido, como el Complejo Agropecuario de la SARH en Ajuchitlán, y que además, sus frutos se compartían con países hermanos.

Quizá influyeron las crisis económicas cíclicas que hemos sufrido desde 1976; quizá se encontraron obstáculos que definieron otros derroteros; quizá dejó de importar políticamente el liderazgo en la región…

Pero lo más probable, creo, es que el estigma narcisista de reinventar México cada sexenio, es el que ha dado al traste con programas funcionales, que suponen auténtico desarrollo y que por afanes de frivolidad, sectarios, paternalistas o dictados por el protagonismo insulso, han sido derrocados.

Bueno es que se revise y quite lo que no funciona; pero no es de sabios ni de estadistas arrasar con todo a cada cambio de gobierno poniendo, eso sí, como pretexto al “pueblo”, según convenga a la partitura monocorde y a su coro de pericos y de grillos.

México merece mucho más que eso; construir lo necesario, conservar lo que funciona¸ reconocer el valor de la crítica y de la autocrítica; y dialogar serenamente en todos los niveles que correspondan, cara a cara con el verdadero pueblo.

Desconozco qué pasó con el Complejo Ajuchitlán de la SARH pero sé que era un eslabón de desarrollo; un servicio cierto para el sector agropecuario del país y para el pueblo en general; y un generoso elemento de vinculación con nuestros pueblos hermanos.


Alguna vez fui, ya en tiempos del Querétaro próspero y creciente, al Centro Nacional de Producción Pecuaria, Complejo Ajuchitlán, ubicado en la desviación a la cabecera municipal de Colón.

Era un gran complejo moderno, práctico y bien abastecido en el que se había iniciado la inseminación artificial es decir el trasplante de embriones en ganado bovino.

El motivo era mostrar los avances en la materia a los ministros de agricultura y ganadería de los países de Centroamérica: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.

Los objetivos de dicho complejo eran la investigación, la producción y los servicios para el sector, dado lo cual 400 vacas, 83 toros, mil 800 borregos, 18 mil aves y 200 vacas destinadas al trasplante de embriones.

Ante los visitantes se realizó con éxito en la moderna clínica de dicho complejo perteneciente a la SARH, Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, según se dijo entonces, el primer trasplante de embrión de ganado bovino en América Latina (antes sólo se habían efectuado a nivel laboratorio).

Se explicó a los visitantes que el proceso consistía en trasladar el óvulo de una vaca selecta fecundada exprofeso artificialmente con semen de reconocida calidad, a otra vaca llamada receptora en la cual germinaría la nueva cría. Además, a base de tratamientos hormonales, la vaca donadora se preparaba para una ovulación múltiple lo que hacía que no sólo fuera una, sino varias las vacas receptoras de embriones.

La mejoría genética del ganado lechero estaba sí garantizada. Creo que eran tiempos en que México compartía más tiempo y desarrollo con los países del continente especialmente los más pequeños y cercanos.

Los 83 toros de 16 razas distintas –Holstein, Charolais, Suizo, Angus, etc.-, producirían 500 mil dosis de semen al año, de las cuales un 75 por ciento se distribuirían en los 60 bancos de semen de la SARH distribuidos en toda la República.

En el complejo de Ajuchitlán había además, un centro de investigación pecuaria para realizar estudios sobre nutrición y genética de porcinos, un establo lechero en el Centro Nacional de Lactología, ubicado en el mismo complejo, para industrializar la leche en la línea de lacticineos:

quesos, crema, mantequilla, etc., el Centro Nacional de Meleagricultura dedicado a la investigación y producción de guajolotes.

En materia de servicios y capacitación durante el año se impartieron 61 cursos a un total de tres mil 50 personas en cinco áreas distintas: inseminación artificial, meleagricultura, lactología, fomento ganadero e investigaciones pecuarias.

El amplísimo lugar se veía bien organizado, muy limpio y con áreas amplias y bien definidas. El bien equipado centro de lactología con personal y alumnos en pleno aprendizaje; las áreas de bovinos, guajolotes, toros, establo, borregos, puercos.

Ajuchitlán, Colón, que ha visto de nuevo el gran desarrollo con nuevas agroindustrias, fábricas y escuelas, se veía en aquel entonces orgulloso de sus visitantes y del gran complejo que de alguna forma, beneficiaba a la comunidad y la ponía además en el mapa internacional de interés agropecuario por las investigaciones ahí realizadas.

Era además reflejo del largo liderazgo de México en la región país al que se veía como de avanzada en el desarrollo de las naciones hispanoamericanas que veían cerca el paso del subdesarrollo al desarrollo.

Sin desconocer lo mucho que se ha seguido avanzando es propicio preguntar y repreguntar: qué ha pasado con muchos programas serios y justificados en aras de ser mejores, que con el tiempo se han desvanecido, como el Complejo Agropecuario de la SARH en Ajuchitlán, y que además, sus frutos se compartían con países hermanos.

Quizá influyeron las crisis económicas cíclicas que hemos sufrido desde 1976; quizá se encontraron obstáculos que definieron otros derroteros; quizá dejó de importar políticamente el liderazgo en la región…

Pero lo más probable, creo, es que el estigma narcisista de reinventar México cada sexenio, es el que ha dado al traste con programas funcionales, que suponen auténtico desarrollo y que por afanes de frivolidad, sectarios, paternalistas o dictados por el protagonismo insulso, han sido derrocados.

Bueno es que se revise y quite lo que no funciona; pero no es de sabios ni de estadistas arrasar con todo a cada cambio de gobierno poniendo, eso sí, como pretexto al “pueblo”, según convenga a la partitura monocorde y a su coro de pericos y de grillos.

México merece mucho más que eso; construir lo necesario, conservar lo que funciona¸ reconocer el valor de la crítica y de la autocrítica; y dialogar serenamente en todos los niveles que correspondan, cara a cara con el verdadero pueblo.

Desconozco qué pasó con el Complejo Ajuchitlán de la SARH pero sé que era un eslabón de desarrollo; un servicio cierto para el sector agropecuario del país y para el pueblo en general; y un generoso elemento de vinculación con nuestros pueblos hermanos.