/ miércoles 2 de diciembre de 2020

Contraluz | De música y cantos

Este largo tiempo de cuarentenear ha traído junto al fastidio, ciertas bondades abiertas como en un gran claro de bosque: como desempolvar libros olvidados o no leídos; despertar pianos arrumbados; repulsar guitarras colgadas en las paredes del tiempo; escuchar cantos sublimes oídos antes de carrerita y como de pasada; reflexionar sobre los tiempos que cruzamos, envueltos frecuentemente en confusiones sobre la libertad, el amor o la amistad; sobre las dolorosas sinrazones de la violencia rampante.

Ha sido quizá oportunidad de retorno febril a infancias fervorosas del árbol del bien y del mal; o a las discusiones del positivismo que predica lo efectivo ya y ahora; o a discernir sobre la nublazón de conceptos como alma, espíritu, trascendencia, eternidad, fidelidad, ternura, encanto.

En este tiempo de gran guarecimiento en casa, de confusiones informativas, de dolorosas noticias sobre miles de víctimas, de arrogancias inconfesables, de contradicciones e incertidumbres, no es difícil verse hurgando, sin proponérselo, tiempos, recuerdos ciertos o imaginados, soledades fértiles, libros, películas, discos, revistas, música y canciones, que finalmente tienen el poder de reconfortar en comuniones luminosas; en sentimientos de comunidad; en alegrías nobles y fraternas.

He de decir por ejemplo que yo me he reencontrado, en paz y bajo la luz tenue de este tiempo nublado, con nuestra música mexicana, y latinoamericana en general, gracias, sí, a las ya no tan nuevas tecnologías.

Los italianos tienen una expresión: “dolce far niente” algo así como lo dulce de no hacer nada, que es parte vital de toda existencia que se precie de serlo.

Así, en este “dolce far niente” obligado, sentimiento derramado y multiplicado en medio de la cruel pandemia, me he mecido fuera del tiempo y quizá de mí al escuchar por ejemplo, con toda placidez, sin prisa y sin presión, la versión de “El Pastor” que hace más de diez años ofrecieron aquí la Orquesta Filarmónica dirigida por Guadalupe Flores, el Mariachi Vargas y el excepcional solista Arturo Vargas, dueño del mejor falsete que he escuchado.

Como se sabe, la canción compuesta por “Los Cuates Castilla” – Miguel Ángel y José Ángel Díaz, veracruzanos- es bucólica, no hay drama, ni despecho, ni frenesí, ni tugurios, ni urbes; se trata de una sencilla pintura de montaña y valle, de un pastor, su rebaño y su pifana de carrizo. Todo concuerda, es un rompecabezas sencillo, fácil de armar, pleno de serenidades, de gran armonía musical y de un reiterado falsete, ese que a veces es canto y a veces es llanto disfrazado… Lo gocé a plenitud, esa es la verdad.

En estos días me remití también a dos CDs del sello Deutsche Grammophond de Rolando Villazón intitulados “¡México!” con los Solistas de Bolívar, premiado en 2011 en Alemania; y otro más reciente, de este año, “Serenata Latina” en donde sólo es acompañado por el arpa de Xavier de Maistre en una conjunción espléndida, minimalista, de voz y cuerdas.

Escuché también CD del maravilloso tenor, también mexicano, Ramón Vargas con su Suite de Agustín Lara.

Y “Sentimiento Latino” con gran número de canciones mexicanas del excelso tenor peruano Juan Diego Flórez. No dejé en el olvido a Arturo Chacón Cruz sonorense de cepa que en medio de la pandemia ha hecho honor, desde su casa, a la canción latinoamericana. Y junto con ellos, a nuestra admirada Natalia Lafourcade y el reencuentro de su generación con grandes temas de música mexicana y otros nuevos, con la misma raíz… Y qué decir de la espléndida Lila Downs que tanto ha hecho por nuestra música llevando a todo el mundo su voz, su alegría, su excepcional talante, con arreglos musicales brillantes y novedosos.

Recurrí a muchos otros y me sorprendí gratamente con la joven colombiana irlandesa Katie James y su bondadosa versión de “Deja que salga la luna” del maestro José Alfredo.

Repasé a André Rieu y su DVD “Fiesta Mexicana” donde se advierte su azoro al igual que el de su orquesta cuando miles de mexicanos cantan “Cielito Lindo” en un pletórico Auditorio Nacional.

Y entonces el recuento me rebasó de alegrías: escuché el CD de Juan Arvizu, por cierto hecho en Colombia, de nuestro olvidado “tenor de la voz de seda”, el queretano Juan Arvizu; y la lista no termina, ni terminará, han estado, están ahí, la generosa música y canciones de Juventino Rosas, Macedonio Alcalá, Ricardo Castro, Abundo Martínez, María Grever, Agustín Lara, Consuelo Velázquez, Ema Valdelamar, Tomás Méndez, Rubén Fuentes, Cuco Sánchez, Esparza Oteo, Guty Cárdenas, Manuel M. Ponce, los Hermanos Rigual, Lorenzo Barcelata, Ricardo Palmerín, Tata Nacho, Juan Gabriel, Martín Urieta y muchos, muchos más autores y compositores que siguen reflejando en letras y música nuestras culturas, nuestras luces y sombras, nuestro ser. Pese a la pandemia y a las crisis que con ella nos abruman, mientras haya música y canto nuestro, la esperanza puede brillar.

Ya lo decía el controvertido y llamado filósofo de la desesperanza el rumano Emil Ciorán en su libro “De lágrimas y de santos”: “Cuando escuchamos a Bach, vemos germinar a Dios”.

O: “Pensar que tantos téologos y filósofos han perdido días y noches buscando pruebas de la existencia de Dios, olvidando la única...”.

Este largo tiempo de cuarentenear ha traído junto al fastidio, ciertas bondades abiertas como en un gran claro de bosque: como desempolvar libros olvidados o no leídos; despertar pianos arrumbados; repulsar guitarras colgadas en las paredes del tiempo; escuchar cantos sublimes oídos antes de carrerita y como de pasada; reflexionar sobre los tiempos que cruzamos, envueltos frecuentemente en confusiones sobre la libertad, el amor o la amistad; sobre las dolorosas sinrazones de la violencia rampante.

Ha sido quizá oportunidad de retorno febril a infancias fervorosas del árbol del bien y del mal; o a las discusiones del positivismo que predica lo efectivo ya y ahora; o a discernir sobre la nublazón de conceptos como alma, espíritu, trascendencia, eternidad, fidelidad, ternura, encanto.

En este tiempo de gran guarecimiento en casa, de confusiones informativas, de dolorosas noticias sobre miles de víctimas, de arrogancias inconfesables, de contradicciones e incertidumbres, no es difícil verse hurgando, sin proponérselo, tiempos, recuerdos ciertos o imaginados, soledades fértiles, libros, películas, discos, revistas, música y canciones, que finalmente tienen el poder de reconfortar en comuniones luminosas; en sentimientos de comunidad; en alegrías nobles y fraternas.

He de decir por ejemplo que yo me he reencontrado, en paz y bajo la luz tenue de este tiempo nublado, con nuestra música mexicana, y latinoamericana en general, gracias, sí, a las ya no tan nuevas tecnologías.

Los italianos tienen una expresión: “dolce far niente” algo así como lo dulce de no hacer nada, que es parte vital de toda existencia que se precie de serlo.

Así, en este “dolce far niente” obligado, sentimiento derramado y multiplicado en medio de la cruel pandemia, me he mecido fuera del tiempo y quizá de mí al escuchar por ejemplo, con toda placidez, sin prisa y sin presión, la versión de “El Pastor” que hace más de diez años ofrecieron aquí la Orquesta Filarmónica dirigida por Guadalupe Flores, el Mariachi Vargas y el excepcional solista Arturo Vargas, dueño del mejor falsete que he escuchado.

Como se sabe, la canción compuesta por “Los Cuates Castilla” – Miguel Ángel y José Ángel Díaz, veracruzanos- es bucólica, no hay drama, ni despecho, ni frenesí, ni tugurios, ni urbes; se trata de una sencilla pintura de montaña y valle, de un pastor, su rebaño y su pifana de carrizo. Todo concuerda, es un rompecabezas sencillo, fácil de armar, pleno de serenidades, de gran armonía musical y de un reiterado falsete, ese que a veces es canto y a veces es llanto disfrazado… Lo gocé a plenitud, esa es la verdad.

En estos días me remití también a dos CDs del sello Deutsche Grammophond de Rolando Villazón intitulados “¡México!” con los Solistas de Bolívar, premiado en 2011 en Alemania; y otro más reciente, de este año, “Serenata Latina” en donde sólo es acompañado por el arpa de Xavier de Maistre en una conjunción espléndida, minimalista, de voz y cuerdas.

Escuché también CD del maravilloso tenor, también mexicano, Ramón Vargas con su Suite de Agustín Lara.

Y “Sentimiento Latino” con gran número de canciones mexicanas del excelso tenor peruano Juan Diego Flórez. No dejé en el olvido a Arturo Chacón Cruz sonorense de cepa que en medio de la pandemia ha hecho honor, desde su casa, a la canción latinoamericana. Y junto con ellos, a nuestra admirada Natalia Lafourcade y el reencuentro de su generación con grandes temas de música mexicana y otros nuevos, con la misma raíz… Y qué decir de la espléndida Lila Downs que tanto ha hecho por nuestra música llevando a todo el mundo su voz, su alegría, su excepcional talante, con arreglos musicales brillantes y novedosos.

Recurrí a muchos otros y me sorprendí gratamente con la joven colombiana irlandesa Katie James y su bondadosa versión de “Deja que salga la luna” del maestro José Alfredo.

Repasé a André Rieu y su DVD “Fiesta Mexicana” donde se advierte su azoro al igual que el de su orquesta cuando miles de mexicanos cantan “Cielito Lindo” en un pletórico Auditorio Nacional.

Y entonces el recuento me rebasó de alegrías: escuché el CD de Juan Arvizu, por cierto hecho en Colombia, de nuestro olvidado “tenor de la voz de seda”, el queretano Juan Arvizu; y la lista no termina, ni terminará, han estado, están ahí, la generosa música y canciones de Juventino Rosas, Macedonio Alcalá, Ricardo Castro, Abundo Martínez, María Grever, Agustín Lara, Consuelo Velázquez, Ema Valdelamar, Tomás Méndez, Rubén Fuentes, Cuco Sánchez, Esparza Oteo, Guty Cárdenas, Manuel M. Ponce, los Hermanos Rigual, Lorenzo Barcelata, Ricardo Palmerín, Tata Nacho, Juan Gabriel, Martín Urieta y muchos, muchos más autores y compositores que siguen reflejando en letras y música nuestras culturas, nuestras luces y sombras, nuestro ser. Pese a la pandemia y a las crisis que con ella nos abruman, mientras haya música y canto nuestro, la esperanza puede brillar.

Ya lo decía el controvertido y llamado filósofo de la desesperanza el rumano Emil Ciorán en su libro “De lágrimas y de santos”: “Cuando escuchamos a Bach, vemos germinar a Dios”.

O: “Pensar que tantos téologos y filósofos han perdido días y noches buscando pruebas de la existencia de Dios, olvidando la única...”.