/ miércoles 11 de agosto de 2021

Contraluz | Héroe queretano

Si bien siempre me precié de haber tenido buenos maestros de historia, con el tiempo me pareció inexplicable la poca o nula difusión dada a un héroe queretano que marcó su gesta épica en la triste Batalla de Churubusco contra el ejército invasor de Estados Unidos y sus intereses expansionistas que le costaron a México la pérdida de más de la mitad de su territorio.

Me refiero al coronel Francisco Peñúñuri (1814-1847) del que no supe a través de la historia oficial sino por alusiones y estudios de investigadores como Eduardo Rabell Urbiola, Ángela Moyano Pahissa, Fernando Díaz Ramírez y Enrique Martínez y Martínez.

Por fortuna Francisco Peñúñuri fue recordado y revalorado durante la conmemoración de los 170 años de la referida batalla entra las fuerzas armadas mexicanas y el Batallón de San Patricio en agosto de 2017. Por ellos supe que el coronel Francisco Peñuñuri y Morales, se volcó y murió en el campo de guerra en el que fue convertido el ex convento franciscano de Churubusco.

En los Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos Manuel Payno consigna que habiéndose quedado sin municiones las tropas mexicanas: “nuestros soldados, por su parte, llenos de desesperación, descansaban ya en su mayor parte sobre sus armas descompuestas, y ardientes como el fuego vivo que habían despedido.

“Los generales Rincón y Anaya, agobiados también de tristeza, viendo que no les quedaba arbitrio para prolongar la resistencia, mandaron que la fuerza toda se replegara al interior del convento y, esperar el fallo de su suerte; pero todavía en aquellos terribles momentos en que hasta la esperanza misma parecía perdida, hubo valientes que intentaron hacer el último esfuerzo de la desesperación, y su denuedo añadió nuevas víctimas a las que ya nos había costado aquella memorable defensa.

“El intrépido Peñúñuri se dispone a cargar a la bayoneta sobre el enemigo, a la cabeza de unos cuantos soldados de su cuerpo; pero apenas ha avanzado unos cuantos pasos, cuando una bala lo hiere de muerte. Ni aun entonces se doblega su corazón esforzado: incapaz ya de moverse, retirado por sus amigos al interior del convento continúa aun alentado a sus soldados, y muere, por fin, con la dignidad y la grandeza de los héroes”.

Alguna versión afirma que cuando se le advirtió que iba a una muerte segura, habría contestado: “la muerte está en todas partes”. Durante la celebración de 2017 Francisco Peñúñuri fue sentidamente evocado por el investigador José Luis Rodríguez Juárez, adscrito al Museo Nacional de las Intervenciones (MNI), quien dentro del acervo del recinto ubicó un dibujo y un grabado que dan cuenta de su importante participación en la Batalla de Churubusco que fue encabezada por los generales Pedro María Anaya y Manuel Rincón, así como por el capitán irlandés John O’Reilly, al frente del Batallón de San Patricio, quienes unieron fuerzas contra a los estadunidenses. En dicha batalla, lamentablemente, los sitiados fueron sometidos por el invasor porque se quedaron sin parque, ya que Antonio López de Santa Anna les llevó balas que no eran compatibles con las armas con las que libraban el combate.

Francisco Peñúñuri nació en San Juan del Río en 1814. Poco se sabe de sus primeros pasos y adolescencia, dedicándose después, al parecer al comercio en la Ciudad de México. En 1846 Peñúñuri se desempeñaba como segundo ayudante en el Batallón Independencia y comandaba una de las compañías después de los sucesos de la Batalla de Padierna en la que se ordenó un repliegue general concentrándose, para la protección de la retirada, una improvisada defensa en el Convento de Churubusco al mando de los generales Manuel Rincón y Pedro María Anaya.

La primera acción del coronel Peñúñuri fue proteger la retirada desde la torre del templo de Coyoacán donde enfrenta con tropas de vanguardia al invasor, replegándose después hasta Churubusco donde toman posesión en el convento. Ahí junto con los demás defensores luchan durante más de tres horas contra el invasor hasta que se les agotan las municiones.

Un año después, se celebraría el primer aniversario de la batalla. Así narra los hechos José María Roa Bárcena en su libro “Recuerdos de la Invasión Norteamericana, por un Joven Entonces (1883)”:

“El 20 de agosto se celebró en México el primer aniversario de la acción de Churubusco. Desde la tarde de la víspera, el Batallón Independencia marchó a aquel punto y se alojó en el convento de San Diego. En las primeras horas del día se procedió a la exhumación del cadáver de don Francisco Peñúñuri, que se encontró casi en esqueleto, pues no conservaba intactos más que el pie y la mano del lado que recibió, en el costado, una de las tres heridas que le dieron muerte. En aquel acto solemne todos los asistentes hicieron votos por el descanso del espíritu del mártir de la más noble de las causas. Casi toda la población de la capital se trasladó allí… Los oficiales y soldados del Independencia con la voz trémula, con los ojos llorosos repetían los sucesos más interesantes, enseñaban el árbol a cuyo pie recibió Peñúñuri la herida mortal…”

En gran cortejo, cuenta, donde las bandas tocaban a sordina, los soldados llevaban las armas a la fuenerala, las calles del tránsito estaban llenas de gentío inmenso, se habían puesto en los balcones cortinas blancas con lazos negros; las campanas de los templos doblaban. La comitiva pasó frente a Palacio en cuyo balcón principal estaba el presidente de la República; los restos fueron depositados en la Aduana; y el 29 de agosto de concluyó la solemnidad con las

“suntuosas honras religiosas que se hicieron a Peñúñuri, y la conducción de sus restos al cementerio de Santa Paula”.

Si bien siempre me precié de haber tenido buenos maestros de historia, con el tiempo me pareció inexplicable la poca o nula difusión dada a un héroe queretano que marcó su gesta épica en la triste Batalla de Churubusco contra el ejército invasor de Estados Unidos y sus intereses expansionistas que le costaron a México la pérdida de más de la mitad de su territorio.

Me refiero al coronel Francisco Peñúñuri (1814-1847) del que no supe a través de la historia oficial sino por alusiones y estudios de investigadores como Eduardo Rabell Urbiola, Ángela Moyano Pahissa, Fernando Díaz Ramírez y Enrique Martínez y Martínez.

Por fortuna Francisco Peñúñuri fue recordado y revalorado durante la conmemoración de los 170 años de la referida batalla entra las fuerzas armadas mexicanas y el Batallón de San Patricio en agosto de 2017. Por ellos supe que el coronel Francisco Peñuñuri y Morales, se volcó y murió en el campo de guerra en el que fue convertido el ex convento franciscano de Churubusco.

En los Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos Manuel Payno consigna que habiéndose quedado sin municiones las tropas mexicanas: “nuestros soldados, por su parte, llenos de desesperación, descansaban ya en su mayor parte sobre sus armas descompuestas, y ardientes como el fuego vivo que habían despedido.

“Los generales Rincón y Anaya, agobiados también de tristeza, viendo que no les quedaba arbitrio para prolongar la resistencia, mandaron que la fuerza toda se replegara al interior del convento y, esperar el fallo de su suerte; pero todavía en aquellos terribles momentos en que hasta la esperanza misma parecía perdida, hubo valientes que intentaron hacer el último esfuerzo de la desesperación, y su denuedo añadió nuevas víctimas a las que ya nos había costado aquella memorable defensa.

“El intrépido Peñúñuri se dispone a cargar a la bayoneta sobre el enemigo, a la cabeza de unos cuantos soldados de su cuerpo; pero apenas ha avanzado unos cuantos pasos, cuando una bala lo hiere de muerte. Ni aun entonces se doblega su corazón esforzado: incapaz ya de moverse, retirado por sus amigos al interior del convento continúa aun alentado a sus soldados, y muere, por fin, con la dignidad y la grandeza de los héroes”.

Alguna versión afirma que cuando se le advirtió que iba a una muerte segura, habría contestado: “la muerte está en todas partes”. Durante la celebración de 2017 Francisco Peñúñuri fue sentidamente evocado por el investigador José Luis Rodríguez Juárez, adscrito al Museo Nacional de las Intervenciones (MNI), quien dentro del acervo del recinto ubicó un dibujo y un grabado que dan cuenta de su importante participación en la Batalla de Churubusco que fue encabezada por los generales Pedro María Anaya y Manuel Rincón, así como por el capitán irlandés John O’Reilly, al frente del Batallón de San Patricio, quienes unieron fuerzas contra a los estadunidenses. En dicha batalla, lamentablemente, los sitiados fueron sometidos por el invasor porque se quedaron sin parque, ya que Antonio López de Santa Anna les llevó balas que no eran compatibles con las armas con las que libraban el combate.

Francisco Peñúñuri nació en San Juan del Río en 1814. Poco se sabe de sus primeros pasos y adolescencia, dedicándose después, al parecer al comercio en la Ciudad de México. En 1846 Peñúñuri se desempeñaba como segundo ayudante en el Batallón Independencia y comandaba una de las compañías después de los sucesos de la Batalla de Padierna en la que se ordenó un repliegue general concentrándose, para la protección de la retirada, una improvisada defensa en el Convento de Churubusco al mando de los generales Manuel Rincón y Pedro María Anaya.

La primera acción del coronel Peñúñuri fue proteger la retirada desde la torre del templo de Coyoacán donde enfrenta con tropas de vanguardia al invasor, replegándose después hasta Churubusco donde toman posesión en el convento. Ahí junto con los demás defensores luchan durante más de tres horas contra el invasor hasta que se les agotan las municiones.

Un año después, se celebraría el primer aniversario de la batalla. Así narra los hechos José María Roa Bárcena en su libro “Recuerdos de la Invasión Norteamericana, por un Joven Entonces (1883)”:

“El 20 de agosto se celebró en México el primer aniversario de la acción de Churubusco. Desde la tarde de la víspera, el Batallón Independencia marchó a aquel punto y se alojó en el convento de San Diego. En las primeras horas del día se procedió a la exhumación del cadáver de don Francisco Peñúñuri, que se encontró casi en esqueleto, pues no conservaba intactos más que el pie y la mano del lado que recibió, en el costado, una de las tres heridas que le dieron muerte. En aquel acto solemne todos los asistentes hicieron votos por el descanso del espíritu del mártir de la más noble de las causas. Casi toda la población de la capital se trasladó allí… Los oficiales y soldados del Independencia con la voz trémula, con los ojos llorosos repetían los sucesos más interesantes, enseñaban el árbol a cuyo pie recibió Peñúñuri la herida mortal…”

En gran cortejo, cuenta, donde las bandas tocaban a sordina, los soldados llevaban las armas a la fuenerala, las calles del tránsito estaban llenas de gentío inmenso, se habían puesto en los balcones cortinas blancas con lazos negros; las campanas de los templos doblaban. La comitiva pasó frente a Palacio en cuyo balcón principal estaba el presidente de la República; los restos fueron depositados en la Aduana; y el 29 de agosto de concluyó la solemnidad con las

“suntuosas honras religiosas que se hicieron a Peñúñuri, y la conducción de sus restos al cementerio de Santa Paula”.