/ viernes 8 de julio de 2022

Contraluz | Los libros


En la quinta edición del Hay Festival Querétaro el 5 de septiembre del 2020 tuvo lugar, pandemia de por medio y mediante esquema virtual, una interesante conversación entre la escritora española Irene Vallejo y el escritor mexicano Juan Villoro.

Ahí se planteó la trascendencia e importancia del libro como acompañante perenne de nuestra especie durante muchos siglos, de hecho durante toda nuestra existencia.

Y contra las hoy y desde hace tiempo, tan de moda visiones, versiones y predicciones, apocalípticas algunas del fin del libro, se destacó su vigencia como acompañante de todas las civilizaciones, aún hoy en tiempos de cambios tecnológicos sorprendentes y sus ofertas desbordantes.

El mayor ejemplo precisamente lo constituye el último trabajo de la escritora española Irene Vallejo, el ensayo “El Infinito en un Junco, la invención de los libros en el mundo antiguo” aparecido en 2019 y que hoy cuenta con más de 40 ediciones –cerca de 500 mil ejemplares vendidos- habiendo sido traducido a más de 35 lenguas. En aquella conversación Villoro apuntó que en tanto el libro es un objeto perturbador, parecería siempre encerrar en su propio destino las profecías de su extinción, y citó la famosa profecía del comunicólogo Marshall McLuhan en la década de 1960 quien vaticinó por cierto en un libro, el fin de la cultura libresca, para dar paso a la civilización de la imagen.

Villoro consideraba que aquella proyección implicaría una vuelta al tribalismo, pues si bien la lectura es una actividad que se lleva a cabo en solitario, el gregarismo inherente a medios como la televisión y la radio conducirían a un nuevo acomodo de la humanidad en tribus. Como sabemos, dicha profecía, que muchos otros han sostenido, finalmente no se ha visto cumplida.

Irene Vallejo, por su parte, expuso cómo el libro ha sido un elemento esencial para miles de personas para enfrentar el confinamiento, y celebró haber recibido noticias de amigos libreros que le señalaban que se estaba produciendo una especie de recambio generacional en el que se advertía que mucha gente joven estaba a raíz de esta crisis mundial adentrándose en la lectura.

Pero vale ahondar en El infinito en un junco, ensayo que se lee como una novela de aventuras, que combina la profundidad en el minucioso contenido pleno de historias y nombres –Aquiles, Ulises, Ptolomeo, Herodoto, etc.- desde varios siglos antes de Cristo, con la gracia de una narración elegante y trepidante que entrevera experiencias y citas actuales de novelas, ensayos, cine…

La historia de la fabricación de textos y volúmenes en todos los materiales y soportes del pasado, del presente e incluso del futuro es el hilo conductor del magnífico trabajo publicado por la editorial Siruela.

El ensayo de Irene Vallejo es también un libro de viajes, una ruta con escalas en los campos de batalla de Alejandro Magno, los viajes de Herodoto, la Villa de los Papiros bajo la erupción del Vesubio, en los palacios de Cleopatra y en el escenario del crimen de Hipatia, en las primeras librerías conocidas y en los talleres de copia manuscrita, en las hogueras donde ardieron códices prohibidos, en el Gulag, en la biblioteca de Sarajevo y en el laberinto subterráneo de Oxford; en definitiva, un homenaje a la aventura colectiva protagonizada por miles de personas que, a lo largo del tiempo, han hecho posibles y han protegido los libros: narradoras orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras.

El “Infinito en un Junco” surgió en medio de avatares difíciles, con presiones y circunstancias que hicieron que su autora pensara en el impase en tirar la toalla. Noches de hospital y cuidados por su padre y días largos al cuidado del pequeño hijo enfermo que requerían horas y horas de atención, al lado de columnas de libros, de anotaciones, de tarjetas…

Fueron ocho años de trabajos y de esfuerzo; de estudios y lecturas; de revisiones y de incertidumbres.

La escritora comenta: “La inmensa mayoría de mis lectores no sospechan en qué condiciones tan duras escribí El infinito en un junco”… Ya estaba a punto de tirar la toalla. Mi pareja y yo nos decíamos: “Qué mala suerte hemos tenido”. No sabíamos lo cerca que las cosas estaban de cambiar. Si no hubiera tenido aquellos tiempos para escribir cuando dejaba el hospital y me iba a casa, no sé qué me habría pasado”.

El epílogo ha sido tan luminoso como el que esbozó en su participación en el Hay Festival Querétaro 2020.



En la quinta edición del Hay Festival Querétaro el 5 de septiembre del 2020 tuvo lugar, pandemia de por medio y mediante esquema virtual, una interesante conversación entre la escritora española Irene Vallejo y el escritor mexicano Juan Villoro.

Ahí se planteó la trascendencia e importancia del libro como acompañante perenne de nuestra especie durante muchos siglos, de hecho durante toda nuestra existencia.

Y contra las hoy y desde hace tiempo, tan de moda visiones, versiones y predicciones, apocalípticas algunas del fin del libro, se destacó su vigencia como acompañante de todas las civilizaciones, aún hoy en tiempos de cambios tecnológicos sorprendentes y sus ofertas desbordantes.

El mayor ejemplo precisamente lo constituye el último trabajo de la escritora española Irene Vallejo, el ensayo “El Infinito en un Junco, la invención de los libros en el mundo antiguo” aparecido en 2019 y que hoy cuenta con más de 40 ediciones –cerca de 500 mil ejemplares vendidos- habiendo sido traducido a más de 35 lenguas. En aquella conversación Villoro apuntó que en tanto el libro es un objeto perturbador, parecería siempre encerrar en su propio destino las profecías de su extinción, y citó la famosa profecía del comunicólogo Marshall McLuhan en la década de 1960 quien vaticinó por cierto en un libro, el fin de la cultura libresca, para dar paso a la civilización de la imagen.

Villoro consideraba que aquella proyección implicaría una vuelta al tribalismo, pues si bien la lectura es una actividad que se lleva a cabo en solitario, el gregarismo inherente a medios como la televisión y la radio conducirían a un nuevo acomodo de la humanidad en tribus. Como sabemos, dicha profecía, que muchos otros han sostenido, finalmente no se ha visto cumplida.

Irene Vallejo, por su parte, expuso cómo el libro ha sido un elemento esencial para miles de personas para enfrentar el confinamiento, y celebró haber recibido noticias de amigos libreros que le señalaban que se estaba produciendo una especie de recambio generacional en el que se advertía que mucha gente joven estaba a raíz de esta crisis mundial adentrándose en la lectura.

Pero vale ahondar en El infinito en un junco, ensayo que se lee como una novela de aventuras, que combina la profundidad en el minucioso contenido pleno de historias y nombres –Aquiles, Ulises, Ptolomeo, Herodoto, etc.- desde varios siglos antes de Cristo, con la gracia de una narración elegante y trepidante que entrevera experiencias y citas actuales de novelas, ensayos, cine…

La historia de la fabricación de textos y volúmenes en todos los materiales y soportes del pasado, del presente e incluso del futuro es el hilo conductor del magnífico trabajo publicado por la editorial Siruela.

El ensayo de Irene Vallejo es también un libro de viajes, una ruta con escalas en los campos de batalla de Alejandro Magno, los viajes de Herodoto, la Villa de los Papiros bajo la erupción del Vesubio, en los palacios de Cleopatra y en el escenario del crimen de Hipatia, en las primeras librerías conocidas y en los talleres de copia manuscrita, en las hogueras donde ardieron códices prohibidos, en el Gulag, en la biblioteca de Sarajevo y en el laberinto subterráneo de Oxford; en definitiva, un homenaje a la aventura colectiva protagonizada por miles de personas que, a lo largo del tiempo, han hecho posibles y han protegido los libros: narradoras orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras.

El “Infinito en un Junco” surgió en medio de avatares difíciles, con presiones y circunstancias que hicieron que su autora pensara en el impase en tirar la toalla. Noches de hospital y cuidados por su padre y días largos al cuidado del pequeño hijo enfermo que requerían horas y horas de atención, al lado de columnas de libros, de anotaciones, de tarjetas…

Fueron ocho años de trabajos y de esfuerzo; de estudios y lecturas; de revisiones y de incertidumbres.

La escritora comenta: “La inmensa mayoría de mis lectores no sospechan en qué condiciones tan duras escribí El infinito en un junco”… Ya estaba a punto de tirar la toalla. Mi pareja y yo nos decíamos: “Qué mala suerte hemos tenido”. No sabíamos lo cerca que las cosas estaban de cambiar. Si no hubiera tenido aquellos tiempos para escribir cuando dejaba el hospital y me iba a casa, no sé qué me habría pasado”.

El epílogo ha sido tan luminoso como el que esbozó en su participación en el Hay Festival Querétaro 2020.