/ miércoles 19 de mayo de 2021

Contraluz | Madre y maestro

Por muchas razones, para mí siempre luminosas, mayo es un mes que desde que me acuerdo me trae gozos. Me alegran los campos arados listos para recibir la semilla con las primeras lluvias; las flores, girasoles de todos colores que encienden llanos y llanuras. Pero también porque es el tiempo en que enverdecen gratitudes, así sea por los festejos a la madre y a los maestros.

En casa, mi madre nos enseñó a leer y a escribir a los 10 hermanos y hermanas. Era maestra de todos los días y por la casa pasaron primos, sobrinos y cientos de niños y niñas –algunos señalados como “infantes problema”- así como muchachas de servicio doméstico para aprender a leer y a escribir. Le encantaba enseñar las primeras letras; gozaba cuando menores y jóvenes terminaban los primeros libros, mismos que les regalaba para que siguieran estudiando. Nunca cobró; decía que era su apostolado.

Después de comer, la mesa del comedor, que yo veía grandísima, se convertía en el espacio vivo del aprendizaje. En torno a ella se sentaban los alumnos y alumnas que libro abierto y cuaderno de doble raya aprendían los rudimentos de lectura y escritura. No había gritos; recuerdo el silencio activo roto casi en murmullos mientras unas leían, otros escribían y avanzaban sólidamente lección tras lección. Los menores de casa éramos incluidos en el sereno ritual para aprender en los mismos libros iniciales: “Leo y escribo y “Poco a poco”.

Recuerdo el jolgorio de las muchachas del campo que terminaban los libros y su orondo retorno a las casas donde servían. También a más de algún niño “problema” que le traían “porque es muy tonto y no aprende nada”, y su aceptación condicionada: “va a aprender, pero usted no lo hostigue ni lo regañe mientras venga aquí…” y aprendían como todos, ya sin la presión o la ansiedad familiar.

Entre remembranzas advertí que me faltaba algo: saber del autor o autora de aquellos libros que tanto significaron para mí, para mi mamá y para sus cientos de alumnos de la tarde, en la mesa del comedor. Y gracias al trabajo de la maestra Patricia Hurtado Tomás supe que escritor de aquellos pequeños libros era Daniel Delgadillo Gutiérrez nacido en Atizapán de Zaragoza, Estado de México en 1872 y fallecido en la Ciudad de México el 18 de octubre de 1933 y que sus restos reposan desde 1974 en la rotonda de los hombres ilustres de dicho estado en el cementerio municipal de Toluca.

Luego de cursar sus estudios primarios en la escuela de Artes y Oficios ingresó a la escuela Normal de la Ciudad de México, obteniendo diversos premios y una medalla de plata por su dedicación y esmero en sus estudios. Entre sus maestros figuraron Ignacio Manuel Altamirano, (de Historia y Lectura Superior) Miguel E. Schultz (Cosmografía y Geografía), Alfonso Herrera (Biología), Manuel M.

Flores y Luis Ruiz (Pedagogía) de quienes años después Delgadillo

Gutiérrez expresaría: “Los profesores de aquella época, edad de oro de la escuela normal de México, especialistas de reconocida competencia, nos acostumbraron a oír lecciones verdaderamente originales, profundas, llenas de ciencia puesta al día. Me vienen a la memoria las prácticas que el maestro Carlos A. Carrillo impartía a sus alumnos; la vehemencia de sus discursos, la sencillez y naturalidad de sus razonamientos, la gran persuasión de sus argumentos y el lenguaje castizo que brotaba de sus labios con admirable facilidad y con vasta erudición en todas las ramas del saber”.

Delgadillo se gradúo en 1893 a la edad de 21 años, e inició ejerciendo la docencia en la escuela primaria Anexa a la Normal de Profesores; la cátedra de Geografía la Escuela Nacional Preparatoria; las de Cosmografía, Geografía, Ciencia de la Educación y Metodología de las Ciencias Sociales, en la Escuela Nacional de Maestros.

Formó parte del grupo de Gregorio Torres Quintero, Abraham Castellanos, Celso Pineda y otros, con quienes compartió una gran amistad y conocimientos difundiendo sus ideas pedagógicas en la educación primaria y Normal formados en la teoría y práctica por los grandes Educadores de finales del siglo XIX; casi todos ellos escribieron algo referente a su especialidad e integraron un grupo de escritores de obras para la escuela Primaria.

Perteneció la corriente Pedagógica de la enseñanza Objetiva, o Intuitiva. La formulación y la práctica de la enseñanza objetiva como procedimiento didáctico aplicable a cualquier asignatura “que consiste en orientar el trabajo escolar en forma atractiva y amena para los niños, al hacer a un lado el rigorismo formal de clase”. Se pronunció en contra de la enseñanza tradicionalista basado en abstracciones.

La trayectoria que tuvieron sus obras dentro de la cultura escolar fue muy amplia, como un recurso pedagógico en la formación del alumno en el arte de leer y en la enseñanza de la geografía.

“En sus trabajos iniciales, denota una marcada influencia de Pestalozzi, que posiblemente le llegó por conducto de sus maestros, ya que la literatura pedagógica de la época era profusa y él estaba en permanente contacto con los avances mundiales de la Educación” así como también en la aplicación del proceso de enseñanza aprendizaje del principio del desarrollo integral armónico del niño.

Formador de varias generaciones de profesores, se destacó por su formación enciclopédica y por su interés en los problemas didácticos; señalando nuevos rumbos en la enseñanza del lenguaje, la geografía y las matemáticas.

De 1920 a 1922 fue director de la Escuela Normal de Profesores. “Hablar de su obra, señala Patricia Hurtado, es un placer ya que predica con el ejemplo nos dice el qué, el cómo y el cuándo enseñar, de una manera sencilla, práctica sin olvidar al niño, el profesor, la técnica y el conocimiento amalgamándolos para formar en sus lectores, hombres y mujeres que amen a su país y valoren las riquezas materiales que nos brinda su flora y fauna y aprecien su cultura”.

Lamentablemente sus materiales pedagógicos personales y las obras escritas originales no se han conservado, sin embargo su herencia literaria ha tenido una gran proyección a través de las reimpresiones de sus obras editadas por la casa editorial Herrero Hermanos Sucesores, familia de españoles que se dedicaron a la difusión de las obras escritas por los profesores mexicanos.

Escribió para los seis años de primaria los libros: “Leo y Escribo”;

“Poco a Poco”, “¡Adelante!”; “Saber leer”, “¡Patria!”, “Alma y corazón”.

Estos últimos se quedaron en etapa de preparación por la muerte del autor. Los primeros tres se reimprimieron en más de 70 ediciones, hasta entrados los años 70 del siglo anterior así como sus obras referidas a la Geografía: La República Mexicana, La Tierra, Compendio de Geografía Universal.

A Daniel Delgadillo, profesor que solo puedo imaginar, debo yo, como muchos, junto con mis primeras letras en aquella democrática mesa del comedor de mi casa compartida con mamá, parte del gusto por la lectura, la escritura y la integralidad gozosa que implica la búsqueda del saber, de la verdad y de la belleza.

Por muchas razones, para mí siempre luminosas, mayo es un mes que desde que me acuerdo me trae gozos. Me alegran los campos arados listos para recibir la semilla con las primeras lluvias; las flores, girasoles de todos colores que encienden llanos y llanuras. Pero también porque es el tiempo en que enverdecen gratitudes, así sea por los festejos a la madre y a los maestros.

En casa, mi madre nos enseñó a leer y a escribir a los 10 hermanos y hermanas. Era maestra de todos los días y por la casa pasaron primos, sobrinos y cientos de niños y niñas –algunos señalados como “infantes problema”- así como muchachas de servicio doméstico para aprender a leer y a escribir. Le encantaba enseñar las primeras letras; gozaba cuando menores y jóvenes terminaban los primeros libros, mismos que les regalaba para que siguieran estudiando. Nunca cobró; decía que era su apostolado.

Después de comer, la mesa del comedor, que yo veía grandísima, se convertía en el espacio vivo del aprendizaje. En torno a ella se sentaban los alumnos y alumnas que libro abierto y cuaderno de doble raya aprendían los rudimentos de lectura y escritura. No había gritos; recuerdo el silencio activo roto casi en murmullos mientras unas leían, otros escribían y avanzaban sólidamente lección tras lección. Los menores de casa éramos incluidos en el sereno ritual para aprender en los mismos libros iniciales: “Leo y escribo y “Poco a poco”.

Recuerdo el jolgorio de las muchachas del campo que terminaban los libros y su orondo retorno a las casas donde servían. También a más de algún niño “problema” que le traían “porque es muy tonto y no aprende nada”, y su aceptación condicionada: “va a aprender, pero usted no lo hostigue ni lo regañe mientras venga aquí…” y aprendían como todos, ya sin la presión o la ansiedad familiar.

Entre remembranzas advertí que me faltaba algo: saber del autor o autora de aquellos libros que tanto significaron para mí, para mi mamá y para sus cientos de alumnos de la tarde, en la mesa del comedor. Y gracias al trabajo de la maestra Patricia Hurtado Tomás supe que escritor de aquellos pequeños libros era Daniel Delgadillo Gutiérrez nacido en Atizapán de Zaragoza, Estado de México en 1872 y fallecido en la Ciudad de México el 18 de octubre de 1933 y que sus restos reposan desde 1974 en la rotonda de los hombres ilustres de dicho estado en el cementerio municipal de Toluca.

Luego de cursar sus estudios primarios en la escuela de Artes y Oficios ingresó a la escuela Normal de la Ciudad de México, obteniendo diversos premios y una medalla de plata por su dedicación y esmero en sus estudios. Entre sus maestros figuraron Ignacio Manuel Altamirano, (de Historia y Lectura Superior) Miguel E. Schultz (Cosmografía y Geografía), Alfonso Herrera (Biología), Manuel M.

Flores y Luis Ruiz (Pedagogía) de quienes años después Delgadillo

Gutiérrez expresaría: “Los profesores de aquella época, edad de oro de la escuela normal de México, especialistas de reconocida competencia, nos acostumbraron a oír lecciones verdaderamente originales, profundas, llenas de ciencia puesta al día. Me vienen a la memoria las prácticas que el maestro Carlos A. Carrillo impartía a sus alumnos; la vehemencia de sus discursos, la sencillez y naturalidad de sus razonamientos, la gran persuasión de sus argumentos y el lenguaje castizo que brotaba de sus labios con admirable facilidad y con vasta erudición en todas las ramas del saber”.

Delgadillo se gradúo en 1893 a la edad de 21 años, e inició ejerciendo la docencia en la escuela primaria Anexa a la Normal de Profesores; la cátedra de Geografía la Escuela Nacional Preparatoria; las de Cosmografía, Geografía, Ciencia de la Educación y Metodología de las Ciencias Sociales, en la Escuela Nacional de Maestros.

Formó parte del grupo de Gregorio Torres Quintero, Abraham Castellanos, Celso Pineda y otros, con quienes compartió una gran amistad y conocimientos difundiendo sus ideas pedagógicas en la educación primaria y Normal formados en la teoría y práctica por los grandes Educadores de finales del siglo XIX; casi todos ellos escribieron algo referente a su especialidad e integraron un grupo de escritores de obras para la escuela Primaria.

Perteneció la corriente Pedagógica de la enseñanza Objetiva, o Intuitiva. La formulación y la práctica de la enseñanza objetiva como procedimiento didáctico aplicable a cualquier asignatura “que consiste en orientar el trabajo escolar en forma atractiva y amena para los niños, al hacer a un lado el rigorismo formal de clase”. Se pronunció en contra de la enseñanza tradicionalista basado en abstracciones.

La trayectoria que tuvieron sus obras dentro de la cultura escolar fue muy amplia, como un recurso pedagógico en la formación del alumno en el arte de leer y en la enseñanza de la geografía.

“En sus trabajos iniciales, denota una marcada influencia de Pestalozzi, que posiblemente le llegó por conducto de sus maestros, ya que la literatura pedagógica de la época era profusa y él estaba en permanente contacto con los avances mundiales de la Educación” así como también en la aplicación del proceso de enseñanza aprendizaje del principio del desarrollo integral armónico del niño.

Formador de varias generaciones de profesores, se destacó por su formación enciclopédica y por su interés en los problemas didácticos; señalando nuevos rumbos en la enseñanza del lenguaje, la geografía y las matemáticas.

De 1920 a 1922 fue director de la Escuela Normal de Profesores. “Hablar de su obra, señala Patricia Hurtado, es un placer ya que predica con el ejemplo nos dice el qué, el cómo y el cuándo enseñar, de una manera sencilla, práctica sin olvidar al niño, el profesor, la técnica y el conocimiento amalgamándolos para formar en sus lectores, hombres y mujeres que amen a su país y valoren las riquezas materiales que nos brinda su flora y fauna y aprecien su cultura”.

Lamentablemente sus materiales pedagógicos personales y las obras escritas originales no se han conservado, sin embargo su herencia literaria ha tenido una gran proyección a través de las reimpresiones de sus obras editadas por la casa editorial Herrero Hermanos Sucesores, familia de españoles que se dedicaron a la difusión de las obras escritas por los profesores mexicanos.

Escribió para los seis años de primaria los libros: “Leo y Escribo”;

“Poco a Poco”, “¡Adelante!”; “Saber leer”, “¡Patria!”, “Alma y corazón”.

Estos últimos se quedaron en etapa de preparación por la muerte del autor. Los primeros tres se reimprimieron en más de 70 ediciones, hasta entrados los años 70 del siglo anterior así como sus obras referidas a la Geografía: La República Mexicana, La Tierra, Compendio de Geografía Universal.

A Daniel Delgadillo, profesor que solo puedo imaginar, debo yo, como muchos, junto con mis primeras letras en aquella democrática mesa del comedor de mi casa compartida con mamá, parte del gusto por la lectura, la escritura y la integralidad gozosa que implica la búsqueda del saber, de la verdad y de la belleza.