/ miércoles 28 de julio de 2021

Contraluz | Revisión

A doscientos años de la consumación de la Independencia de México ha surgido. Una gran corriente de investigadores que revisan nuestra historia real, lejos ya de las presiones sectarias de la tercer década del siglo XIX. Por ello vale recordar que ya en 1935 Carlos Pereyra recordaba que tras el lanzamiento del Plan de Iguala en febrero de 1821 “El ejército juró la bandera nacional de los Tres Colores y las Tres Garantías: Independencia (verde), Religión (blanco), y Unión (rojo), entendiéndose por esta unión la de criollos y peninsulares. Con ligeras y aisladas resistencias, las guarniciones de todo el país fueron adhiriéndose al Plan de las tres

Garantías…”

La opinión de que el Plan de Iguala adulteraba la idea insurgente en lo político y religioso es falaz; Miguel Hidalgo empezó vitoreando a Fernando VII; Morelos no hizo la guerra al rey, sino al Congreso, y si combatió después al rey más tarde, afirmó, fue porque lo consideraba “napoleónico”; Guerrero aceptó por su parte sin objeciones el Plan de Iguala, con su sistema imperial.

El Plan de Iguala concluye Pereyra fue un acierto político superado por el error que cometió Iturbide al aceptar el trono, aunque entre sus iniciales y más fervorosos hayan estado Valentín Gómez Farías y Viceente Guerrero. A lo que voy es que la historia oficial ha estado bastante canteada del lado de un liberalismo entendible, pero impulsado junto con algunos próceres nuestros, por personajes como Joel N. Poinsset impulsor del republicanismo interesado en la soberanía de los estados para lograr su propósito inicial que era la compra o la anexión de Texas por parte de su país, Estados Unidos. O por otro personaje con visos siniestros al menos para México, Vicente Rocafuerte adinerado magnate ecuatoriano quien escribió la parte “oficial” del capítulo iturbidista en un panfleto publicado en Cuba y Estados Unidos en el que en un sólo párrafo dedica, por ejemplo, 26 adjetivos calificativos para denostar a Iturbide, como ocurrió también con sus críticas a Simón Bolívar de quien luego de ser amigos se apartó señalándolo como “impostor”.

Es Rocafuerte, quien después sería presidente de su país, quien urde su estrategia en casa del embajador de Colombia, Santamaría, para denostar a Iturbide entreverando verdades, medias verdades, mitos y mentiras, en la búsqueda de que su gobierno no fuese reconocido.

Y lo logra, no sólo en ese momento, sino hasta en la inscripción en la

“historia oficial” Lorenzo Zavala -posterior vicepresidente de Texas- y Carlos María Bustamante junto con otros liberales, no secundan y escriben basados en el panfleto de Rocafuerte que se regodea sin pruebas en mitos y leyendas y en supuestos vicios de Iturbide: mujeriego, jugador, apostador, cruelísimo, ladrón, manirroto, vengativo…

Por fortuna hoy en día con motivo de la efeméride se revisa la historia; se documentan hechos concretos y se desechan mitos que distorsionan la verdad y que apuntan a un conocimiento más claro de nuestro pasado y de nuestra historia.

Hemos de recordar que a mediados del siglo XIX la figura de Agustín de Iturbide era reconocida y celebrada, sin omitir errores evidentes que cometió.

Historiadores serios, tanto contemporáneos como posteriores, reconocieron sus méritos y también sus dislates.

José María Bocanegra, historiador y funcionario contemporáneo, lamentó el fin de Iturbide fusilado en Padilla.

Escribió: “El pueblo y la tropa se vieron comprometidos y consternados al saber la muerte del hombre que con tanta gloria consumó la independencia de nuestro país”.

Y también: “El libertador fue víctima de sus mismas acciones y también lo fue de su confianza en la fe y en la amistad de los hombres. Fue igualmente por venganzas, y acaso, acaso por miedo que se le tenía, y por temor asimismo de perder la presa los que la tenían asegurada, y querían afianzar más y más hasta perpetuar su dominación si pudiesen: y por eso se advierte eso que se llama energía en su persecución, no siendo en realidad sino aseguramiento de propios intereses personales y de partido. Si se ha querido disculpar la conducta seguida contra el grande Iturbide por la necesidad y circunstancias para obrar contra él como se obró, debe advertirse que no habla para todos la razón, ni mucho menos se apoya en la justicia semejante modo de discurrir, cuando se sabe, y está bien demostrado, que cuanto se hizo fue por no perder la dominación y sus puestos, y por satisfacer resentimientos ya políticos, ya privados, y saciar sus venganzas. Esto es hoy mucho más claro, y puede decirse y sostenerse como verdad histórica, que sirviendo de una indicación vindicativa, pone una flor en el sepulcro del libertador de México”. Otros historiadores incluido monseñor Francisco Banegas Galván en su

Historia de México dan cuenta de que “la impresión de tristeza causada al otro día por la noticia de su muerte fue general”; la prensa, incluida la escocesa que era la más mordaz, se expresó con circunspección señalando a los que “tan vilmente lo habían comprometido”. En fin. Bueno es que la historia se revise, se aclare, se aleje de subjetivismos extremos y fluya con verdad, con objetividad y con certeza.

A doscientos años de la consumación de la Independencia de México ha surgido. Una gran corriente de investigadores que revisan nuestra historia real, lejos ya de las presiones sectarias de la tercer década del siglo XIX. Por ello vale recordar que ya en 1935 Carlos Pereyra recordaba que tras el lanzamiento del Plan de Iguala en febrero de 1821 “El ejército juró la bandera nacional de los Tres Colores y las Tres Garantías: Independencia (verde), Religión (blanco), y Unión (rojo), entendiéndose por esta unión la de criollos y peninsulares. Con ligeras y aisladas resistencias, las guarniciones de todo el país fueron adhiriéndose al Plan de las tres

Garantías…”

La opinión de que el Plan de Iguala adulteraba la idea insurgente en lo político y religioso es falaz; Miguel Hidalgo empezó vitoreando a Fernando VII; Morelos no hizo la guerra al rey, sino al Congreso, y si combatió después al rey más tarde, afirmó, fue porque lo consideraba “napoleónico”; Guerrero aceptó por su parte sin objeciones el Plan de Iguala, con su sistema imperial.

El Plan de Iguala concluye Pereyra fue un acierto político superado por el error que cometió Iturbide al aceptar el trono, aunque entre sus iniciales y más fervorosos hayan estado Valentín Gómez Farías y Viceente Guerrero. A lo que voy es que la historia oficial ha estado bastante canteada del lado de un liberalismo entendible, pero impulsado junto con algunos próceres nuestros, por personajes como Joel N. Poinsset impulsor del republicanismo interesado en la soberanía de los estados para lograr su propósito inicial que era la compra o la anexión de Texas por parte de su país, Estados Unidos. O por otro personaje con visos siniestros al menos para México, Vicente Rocafuerte adinerado magnate ecuatoriano quien escribió la parte “oficial” del capítulo iturbidista en un panfleto publicado en Cuba y Estados Unidos en el que en un sólo párrafo dedica, por ejemplo, 26 adjetivos calificativos para denostar a Iturbide, como ocurrió también con sus críticas a Simón Bolívar de quien luego de ser amigos se apartó señalándolo como “impostor”.

Es Rocafuerte, quien después sería presidente de su país, quien urde su estrategia en casa del embajador de Colombia, Santamaría, para denostar a Iturbide entreverando verdades, medias verdades, mitos y mentiras, en la búsqueda de que su gobierno no fuese reconocido.

Y lo logra, no sólo en ese momento, sino hasta en la inscripción en la

“historia oficial” Lorenzo Zavala -posterior vicepresidente de Texas- y Carlos María Bustamante junto con otros liberales, no secundan y escriben basados en el panfleto de Rocafuerte que se regodea sin pruebas en mitos y leyendas y en supuestos vicios de Iturbide: mujeriego, jugador, apostador, cruelísimo, ladrón, manirroto, vengativo…

Por fortuna hoy en día con motivo de la efeméride se revisa la historia; se documentan hechos concretos y se desechan mitos que distorsionan la verdad y que apuntan a un conocimiento más claro de nuestro pasado y de nuestra historia.

Hemos de recordar que a mediados del siglo XIX la figura de Agustín de Iturbide era reconocida y celebrada, sin omitir errores evidentes que cometió.

Historiadores serios, tanto contemporáneos como posteriores, reconocieron sus méritos y también sus dislates.

José María Bocanegra, historiador y funcionario contemporáneo, lamentó el fin de Iturbide fusilado en Padilla.

Escribió: “El pueblo y la tropa se vieron comprometidos y consternados al saber la muerte del hombre que con tanta gloria consumó la independencia de nuestro país”.

Y también: “El libertador fue víctima de sus mismas acciones y también lo fue de su confianza en la fe y en la amistad de los hombres. Fue igualmente por venganzas, y acaso, acaso por miedo que se le tenía, y por temor asimismo de perder la presa los que la tenían asegurada, y querían afianzar más y más hasta perpetuar su dominación si pudiesen: y por eso se advierte eso que se llama energía en su persecución, no siendo en realidad sino aseguramiento de propios intereses personales y de partido. Si se ha querido disculpar la conducta seguida contra el grande Iturbide por la necesidad y circunstancias para obrar contra él como se obró, debe advertirse que no habla para todos la razón, ni mucho menos se apoya en la justicia semejante modo de discurrir, cuando se sabe, y está bien demostrado, que cuanto se hizo fue por no perder la dominación y sus puestos, y por satisfacer resentimientos ya políticos, ya privados, y saciar sus venganzas. Esto es hoy mucho más claro, y puede decirse y sostenerse como verdad histórica, que sirviendo de una indicación vindicativa, pone una flor en el sepulcro del libertador de México”. Otros historiadores incluido monseñor Francisco Banegas Galván en su

Historia de México dan cuenta de que “la impresión de tristeza causada al otro día por la noticia de su muerte fue general”; la prensa, incluida la escocesa que era la más mordaz, se expresó con circunspección señalando a los que “tan vilmente lo habían comprometido”. En fin. Bueno es que la historia se revise, se aclare, se aleje de subjetivismos extremos y fluya con verdad, con objetividad y con certeza.