/ viernes 21 de enero de 2022

Contraluz | Tlacote

Aquella noche de enero de 1992, hace 30 años, el Capitán Adolfo Vega Montoto, entonces Secretario de Seguridad, pasó por mi. En una camioneta blanca, solos con su chofer emprendimos el trayecto prácticamente en silencio.

Treinta y tantos kilómetros después arribamos al llano que semejaba entre penumbras a varios corralones de vehículos de todo tipo desplegados en un horizonte difuso partido por una avenida por la que entramos en medio de cientos de personas que hacían filas informes en medio de murmullos, rosarios, letanías, cantos y mesurados gritos de imprevistos ayudantes y vendedores que ofertaban servicios, comida y “bidones” para el agua…

Estábamos en Tlacote el Bajo donde contamos más de 300 autobuses entreverados entre cientos de camionetas y vehículos diversos. La iluminación la generaban algunas decenas de focos distribuidos en el informe vallecito alcanzado por las sombras.

Miles de personas llegaban cada día al desplegarse la noticia de que ahí se regalaba el “agua milagrosa” que curaba todo tipo de enfermedades.

La leyenda había surgido cuando el dueño de la hacienda, Jesús Chaín contó que dos de sus animales se habían curado con el agua de pozo que había perforado. Un perro que tenía sarna, primero. Y un ovino enfermo después. Agua ligera, dijo, pues pesaba menos que la normal. Después, la conseja popular hablaba de un hombre con cáncer que se había curado.

Aquella visión a la que me llevó Vega Montoto recordaba o remitía fácilmente a alguna película de Fellini: todo era real, pero no lo parecía: sombras, eriales, piedras, arbustos, árboles jóvenes y multitudes contentas, entusiasmadas, esperanzadas por conseguir el agua milagrosa de Tlacote que el dueño regalaba para aliviar males, algunos incurables, propios o de parientes cercanos y lejanos. Ahí se veían corros entonando cánticos a Jesús y a María; religiosas repartiendo estampitas; jóvenes ofreciendo velas, comida y agua; o llevando carretillas con bidones “al mejor precio”.

Ambulantes, lugareños y de distintas partes de la república, habían aparecido también expendiendo tortas, aguas frescas, tacos. Muchos de ellos se quedarían.

El fenómeno que pronto fue nacional y en pocos meses internacional, había llegado en tiempos de relativa bonanza económica y de expectativas muy importantes como el TLC; en lo político México había asumido la ineludible globalización con el GATT; en lo internacional Francis Fukuyama pregonaba (1992) el “fin de la historia”, tras la caída del Muro de Berlín, la debacle de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría.

A nivel local se había dado en paz y sin apremio el cambio de gobierno al culminar Mariano Palacios Alcocer su intensa gestión y entregar las riendas del gobierno a Enrique Burgos García que generaba grandes expectativas tras haber triunfado ante una aún muy desdibujada oposición cuyo candidato principal Arturo Nava Bolaños, del PAN, había reconocido sin ambages su derrota.

Ante la impredecible avalancha de visitantes, Gobierno del Estado y Municipio encabezados por Enrique Burgos García y Alfonso Ballesteros tomaron una serie de medidas para regular en lo posible la situación surgida a raíz del “agua de Tlacote”: cubrir vigilancia y seguridad en toda la zona; dotar de servicios indispensables los alrededores de la Hacienda; vigilancia permanente en materia de salubridad e higiene; logística indispensable para regular el tránsito de vehículos.

A nivel de comunicación se emitieron boletines sobre la realidad del agua, que era bastante ordinaria, así como resultados de análisis realizados por la UAQ dirigida entonces por Jesús Pérez Hermosillo, en los que quedaba claro que se trataba de agua común.

Cuando el fenómeno trascendió a nivel internacional hubo qué realizar boletines, entrevistas, grabaciones y videos, en español, inglés y francés que fueron enviados a las embajadas y a los medios más importantes solicitaran o no la información.

Pero el mito continuó creciendo, secundado además por personalidades reconocidas del mundo del espectáculo y de los deportes como José José, Angélica María, Cantinflas y en el deporte internacional el laureado basquetbolista Magic Johnson quien en 1991 había anunciado haber dado positivo al VIH.

Pero la situación iba mucho más allá. El “agua milagrosa” era solicitada por personalidades del más alto rango de todos los ámbitos: político, académico, periodístico, eclesiástico, militar.

Los flujos de visitantes extranjeros de decenas de países interesados en el Agua de Tlacote se multiplicaron.

Abierta la llave de la esperanza alentada por testimonios de presuntas curaciones que nunca fueron probadas, el fenómeno tardó tiempo en retraerse.

Influyó también alguna declaración del dueño de la Hacienda Jesús Chaín quien en conferencia de prensa habló alguna vez de extraterrestres y de curaciones futuras con “unas cuantas gotas”. En tanto, pese a la precariedad del escenario central, no hubo muertes, ni brotes infecciosos como muchos temían pese a las multitudinarias veladas de la esperanza.

Quizá el último gran escándalo conocido fue el que ocurrió el 19 de agosto de 1993 cuando se conoció que 120 pasajeros argentinos se atrincheraron en el aeropuerto internacional de Ezeiza en Buenos

Aires luego de que la policía no les dejó ingresar el “agua milagrosa”.

Ese día llegaron tres vuelos desde México. En el primero, de Aero Perú, viajaron cinco mil litros de agua. El de Aerolíneas Argentinas aterrizó por la tarde con cuatro mil litros y el de Ecuatoriana llegó con dos mil litros más.

La Nación, en su edición del 20 de agosto de 1993 reseñó: “una chica de 18 años enferma de VIH esperaba el arribo de su mañana con 80 litros de agua. Amenazó con suicidarse y salpicar con sangre a los funcionarios aduaneros que retenían el líquido”.

Finalmente el gobierno central permitió la entrada del “agua milagrosa” y el escándalo no escaló a otros niveles.

Después de ese incidente no hubo más, al menos de trascendencia similar.

El mito del agua milagrosa fenecía.

Don Jesús Chaín falleció de cáncer en 2004.

La Hacienda de Tlacote quedó sin agua, varios años después por lo que hubo qué perforar a mayor profundidad para restituir el vital líquido a las labores agrícolas que desarrolla.

Culminó así un largo episodio de credulidad masiva, primitiva e inocente, digno del surrealismo más acendrado que entre sus pliegues dejó a la posteridad más preguntas que respuestas sobre la fragilidad de la condición humana, sobre el poder de la esperanza y los placebos, sobre la trascendencia de la razón, y sobre la dimensión de la fe.


Aquella noche de enero de 1992, hace 30 años, el Capitán Adolfo Vega Montoto, entonces Secretario de Seguridad, pasó por mi. En una camioneta blanca, solos con su chofer emprendimos el trayecto prácticamente en silencio.

Treinta y tantos kilómetros después arribamos al llano que semejaba entre penumbras a varios corralones de vehículos de todo tipo desplegados en un horizonte difuso partido por una avenida por la que entramos en medio de cientos de personas que hacían filas informes en medio de murmullos, rosarios, letanías, cantos y mesurados gritos de imprevistos ayudantes y vendedores que ofertaban servicios, comida y “bidones” para el agua…

Estábamos en Tlacote el Bajo donde contamos más de 300 autobuses entreverados entre cientos de camionetas y vehículos diversos. La iluminación la generaban algunas decenas de focos distribuidos en el informe vallecito alcanzado por las sombras.

Miles de personas llegaban cada día al desplegarse la noticia de que ahí se regalaba el “agua milagrosa” que curaba todo tipo de enfermedades.

La leyenda había surgido cuando el dueño de la hacienda, Jesús Chaín contó que dos de sus animales se habían curado con el agua de pozo que había perforado. Un perro que tenía sarna, primero. Y un ovino enfermo después. Agua ligera, dijo, pues pesaba menos que la normal. Después, la conseja popular hablaba de un hombre con cáncer que se había curado.

Aquella visión a la que me llevó Vega Montoto recordaba o remitía fácilmente a alguna película de Fellini: todo era real, pero no lo parecía: sombras, eriales, piedras, arbustos, árboles jóvenes y multitudes contentas, entusiasmadas, esperanzadas por conseguir el agua milagrosa de Tlacote que el dueño regalaba para aliviar males, algunos incurables, propios o de parientes cercanos y lejanos. Ahí se veían corros entonando cánticos a Jesús y a María; religiosas repartiendo estampitas; jóvenes ofreciendo velas, comida y agua; o llevando carretillas con bidones “al mejor precio”.

Ambulantes, lugareños y de distintas partes de la república, habían aparecido también expendiendo tortas, aguas frescas, tacos. Muchos de ellos se quedarían.

El fenómeno que pronto fue nacional y en pocos meses internacional, había llegado en tiempos de relativa bonanza económica y de expectativas muy importantes como el TLC; en lo político México había asumido la ineludible globalización con el GATT; en lo internacional Francis Fukuyama pregonaba (1992) el “fin de la historia”, tras la caída del Muro de Berlín, la debacle de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría.

A nivel local se había dado en paz y sin apremio el cambio de gobierno al culminar Mariano Palacios Alcocer su intensa gestión y entregar las riendas del gobierno a Enrique Burgos García que generaba grandes expectativas tras haber triunfado ante una aún muy desdibujada oposición cuyo candidato principal Arturo Nava Bolaños, del PAN, había reconocido sin ambages su derrota.

Ante la impredecible avalancha de visitantes, Gobierno del Estado y Municipio encabezados por Enrique Burgos García y Alfonso Ballesteros tomaron una serie de medidas para regular en lo posible la situación surgida a raíz del “agua de Tlacote”: cubrir vigilancia y seguridad en toda la zona; dotar de servicios indispensables los alrededores de la Hacienda; vigilancia permanente en materia de salubridad e higiene; logística indispensable para regular el tránsito de vehículos.

A nivel de comunicación se emitieron boletines sobre la realidad del agua, que era bastante ordinaria, así como resultados de análisis realizados por la UAQ dirigida entonces por Jesús Pérez Hermosillo, en los que quedaba claro que se trataba de agua común.

Cuando el fenómeno trascendió a nivel internacional hubo qué realizar boletines, entrevistas, grabaciones y videos, en español, inglés y francés que fueron enviados a las embajadas y a los medios más importantes solicitaran o no la información.

Pero el mito continuó creciendo, secundado además por personalidades reconocidas del mundo del espectáculo y de los deportes como José José, Angélica María, Cantinflas y en el deporte internacional el laureado basquetbolista Magic Johnson quien en 1991 había anunciado haber dado positivo al VIH.

Pero la situación iba mucho más allá. El “agua milagrosa” era solicitada por personalidades del más alto rango de todos los ámbitos: político, académico, periodístico, eclesiástico, militar.

Los flujos de visitantes extranjeros de decenas de países interesados en el Agua de Tlacote se multiplicaron.

Abierta la llave de la esperanza alentada por testimonios de presuntas curaciones que nunca fueron probadas, el fenómeno tardó tiempo en retraerse.

Influyó también alguna declaración del dueño de la Hacienda Jesús Chaín quien en conferencia de prensa habló alguna vez de extraterrestres y de curaciones futuras con “unas cuantas gotas”. En tanto, pese a la precariedad del escenario central, no hubo muertes, ni brotes infecciosos como muchos temían pese a las multitudinarias veladas de la esperanza.

Quizá el último gran escándalo conocido fue el que ocurrió el 19 de agosto de 1993 cuando se conoció que 120 pasajeros argentinos se atrincheraron en el aeropuerto internacional de Ezeiza en Buenos

Aires luego de que la policía no les dejó ingresar el “agua milagrosa”.

Ese día llegaron tres vuelos desde México. En el primero, de Aero Perú, viajaron cinco mil litros de agua. El de Aerolíneas Argentinas aterrizó por la tarde con cuatro mil litros y el de Ecuatoriana llegó con dos mil litros más.

La Nación, en su edición del 20 de agosto de 1993 reseñó: “una chica de 18 años enferma de VIH esperaba el arribo de su mañana con 80 litros de agua. Amenazó con suicidarse y salpicar con sangre a los funcionarios aduaneros que retenían el líquido”.

Finalmente el gobierno central permitió la entrada del “agua milagrosa” y el escándalo no escaló a otros niveles.

Después de ese incidente no hubo más, al menos de trascendencia similar.

El mito del agua milagrosa fenecía.

Don Jesús Chaín falleció de cáncer en 2004.

La Hacienda de Tlacote quedó sin agua, varios años después por lo que hubo qué perforar a mayor profundidad para restituir el vital líquido a las labores agrícolas que desarrolla.

Culminó así un largo episodio de credulidad masiva, primitiva e inocente, digno del surrealismo más acendrado que entre sus pliegues dejó a la posteridad más preguntas que respuestas sobre la fragilidad de la condición humana, sobre el poder de la esperanza y los placebos, sobre la trascendencia de la razón, y sobre la dimensión de la fe.