/ domingo 28 de noviembre de 2021

Contraluz | Vicente Leñero

Cuando terminó la carrera de Ingeniería en la UNAM dedicó parte de su tiempo a trabajar en más de alguna construcción, pero en su mente bullían más la palabra, la escritura y su sentido, que el cálculo, las estructuras y el andamiaje misterioso de la relación con intendentes, superintendentes, maestros y albañiles.

Vicente Leñero y Otero se sabían en una encrucijada que no le quitaba el sueño. Había estudiado ingeniería por presión familiar. Por cuestiones económica debía optar por algo más práctico que escribir, le habían dicho en su casa. Por eso estudió ingeniería.

Pero cuando pensaba en la palabra, en la expresión escrita, algo más profundo se le removía. Le venía de lejos, de allá de sus tiempos adolescentes en su natal Guadalajara donde había visto la luz en junio de 1933 y donde se había hecho amante de las letras a fuerza de inercias domésticas en una casa donde padres y hermanos eran grandes lectores.

Le habían gustado mucho Julio Verne y Emilio Salgari, y de los locales admiraba especialmente a Juan Rulfo –Pedro Páramo- y a Juan José Arreola –Confabulario-. Le cautivaban su lenguaje llano, su sencillez mágica, sus descripciones misteriosas entre bambalinas del alma y nubes aborregadas; entre telones de mares y selvas que hablaban de valentías desaliñadas, de polvaredas luminosas; de corazones aturdidos; y de sed enhorquetada.

Fue entonces cuando fue a pedir una beca al Centro Mexicano de Escritores. Tenía en su haber dos premios en un Concurso Nacional del Cuento Universitario (1959) en el que había ganado el primero y el segundo lugar y la edición rústica en Editorial Jus de “La Polvareda y otros cuentos”.

En su solicitud formal de la beca, con algunos anexos escritos, especificaba con sencillez “quiero dedicarme a escribir”. Pero fue rechazado por Centro Mexicano de Escritores. Yanet Aguilar Sosa nos cuenta que Leñero que tenía 27 años y su libro de cuentos bajo el brazo, no recibió mayor explicación de quien sólo firmó el rechazo con sus iniciales “E.D.” y que definió así al entonces joven ingeniero:

“Inteligente. No hay pedantería ni rasgos de autosuficiencia. Más bien modesto. Inhibido. Escasos mecanismos de proyección e identificación. Evidentes elementos de inseguridad que muy probablemente están integrados a un núcleo conflictual más profundo”. Al calce, la fecha: 30 de julio de 1960.

Ese joven, que insistió en la obtención de la beca un año después, en 1961, y volvió a ser rechazado, se convirtió en el primer escritor mexicano en ganar el Premio Biblioteca Breve en 1963 con Los albañiles, una novela avanzada para su época; incluso incomprendida. Vicente Leñero había laborado en la revista Señal, (1954-1989) que fue un semanario católico que llegaba a los hogares por medio de suscripción. En esta revista participaban escritores católicos, tanto de la jerarquía como seglares, entre los que destacaban el Pbro. Pedro Velázquez, Carlos Alvear Acevedo, Antonio Estrada, José N. Chávez,

Antonio Díaz Soto y Gama, Pbro. Fernando de la Mora M.S.S., Ignacio

Martín del Campo, S. J., Mons. Joaquín Antonio Peñaloza, Guadalupe Chávez, Ramón Zorrilla, Luis Rabasa, Horacio Guajardo, Mariano

Azuela, Alejandro Avilés, Miguel Ángel Granados Chapa, Fidel Samaniego, entre otros.

Después Vicente Leñero se integró a Excélsior e hizo gran equipo en los mejores días del diario, con Julio Sherer, Miguel Angel Granados Chapa. A la salida de Excélsior en 1976 fue también con Julio Sherer, fundador de Proceso del que fue subdirector. Dirigió la revista Claudia y antes había laborado también en el Heraldo de México.

Para su fortuna cumplió y gozó a plenitud su anhelo: dedicarse a escribir. Fue maestro del periodismo, de la novela, el teatro y el guionismo cinematográfico.

Su obra es vasta y toca con precisión todos los linderos que se propuso. Sencillo, introvertido, honrado, alegre, vivió de escribir y en todo fue maestro. Alejado siempre de alharacas y festines; de alfombras y oropeles; su medida fue él mismo, por eso, aunque tuvo oportunidad y no le faltaron cantos al oído, no cedió ante el poder, la riqueza, el jolgorio y la fatuidad.

Sus temas fueron variados, escribió sobre la vida y la muerte, la religión, el campo y las ciudades, la sociedad y sus dramas, el ajedrez y las loterías, el teatro, los periodistas y los políticos. Su sencillez y buen humor al relatar le hicieron granjearse el reconocimiento de un público muy amplio tanto en México como en España, Estados Unidos y naciones sudamericanas.

Después de “La Polvareda y otros cuentos” vino su primera novela, “La voz adolorida”, monólogo de un enfermo mental acerca de la vida; después, en 1963, la novela “Los Albañiles” que obtuvo el importante Premio Biblioteca Breve, dejando en el camino al escritor uruguayo Mario Benedetti.

Vino después la dramaturgia con guiones teatrales y adaptaciones de Los Albañiles, Los Hijos de Sánchez, Pueblo Rechazado y El Juicio.

Las novelas-documentales La gota de agua y Asesinato.

Y guiones cinematográficos para 18 cintas, entre ellas, El Callejón de los Milagros, El crimen del padre Amaro y El Garabato.

Nunca dejó de escribir reportajes y crónicas en medios impresos tanto diarios como revistas.

Recibió innumerables reconocimientos, entre los más destacados, el Premio Xavier Villaurrutia en el año 2000. En 2010 fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. En 2011 recibió la Medalla Bellas Artes de México.

La vida del maestro Vicente Leñero y Otero se apagó hace casi siete años, el 3 de diciembre de 2014 en Ciudad de México, cuando tenía 81 años de edad.

Cuando terminó la carrera de Ingeniería en la UNAM dedicó parte de su tiempo a trabajar en más de alguna construcción, pero en su mente bullían más la palabra, la escritura y su sentido, que el cálculo, las estructuras y el andamiaje misterioso de la relación con intendentes, superintendentes, maestros y albañiles.

Vicente Leñero y Otero se sabían en una encrucijada que no le quitaba el sueño. Había estudiado ingeniería por presión familiar. Por cuestiones económica debía optar por algo más práctico que escribir, le habían dicho en su casa. Por eso estudió ingeniería.

Pero cuando pensaba en la palabra, en la expresión escrita, algo más profundo se le removía. Le venía de lejos, de allá de sus tiempos adolescentes en su natal Guadalajara donde había visto la luz en junio de 1933 y donde se había hecho amante de las letras a fuerza de inercias domésticas en una casa donde padres y hermanos eran grandes lectores.

Le habían gustado mucho Julio Verne y Emilio Salgari, y de los locales admiraba especialmente a Juan Rulfo –Pedro Páramo- y a Juan José Arreola –Confabulario-. Le cautivaban su lenguaje llano, su sencillez mágica, sus descripciones misteriosas entre bambalinas del alma y nubes aborregadas; entre telones de mares y selvas que hablaban de valentías desaliñadas, de polvaredas luminosas; de corazones aturdidos; y de sed enhorquetada.

Fue entonces cuando fue a pedir una beca al Centro Mexicano de Escritores. Tenía en su haber dos premios en un Concurso Nacional del Cuento Universitario (1959) en el que había ganado el primero y el segundo lugar y la edición rústica en Editorial Jus de “La Polvareda y otros cuentos”.

En su solicitud formal de la beca, con algunos anexos escritos, especificaba con sencillez “quiero dedicarme a escribir”. Pero fue rechazado por Centro Mexicano de Escritores. Yanet Aguilar Sosa nos cuenta que Leñero que tenía 27 años y su libro de cuentos bajo el brazo, no recibió mayor explicación de quien sólo firmó el rechazo con sus iniciales “E.D.” y que definió así al entonces joven ingeniero:

“Inteligente. No hay pedantería ni rasgos de autosuficiencia. Más bien modesto. Inhibido. Escasos mecanismos de proyección e identificación. Evidentes elementos de inseguridad que muy probablemente están integrados a un núcleo conflictual más profundo”. Al calce, la fecha: 30 de julio de 1960.

Ese joven, que insistió en la obtención de la beca un año después, en 1961, y volvió a ser rechazado, se convirtió en el primer escritor mexicano en ganar el Premio Biblioteca Breve en 1963 con Los albañiles, una novela avanzada para su época; incluso incomprendida. Vicente Leñero había laborado en la revista Señal, (1954-1989) que fue un semanario católico que llegaba a los hogares por medio de suscripción. En esta revista participaban escritores católicos, tanto de la jerarquía como seglares, entre los que destacaban el Pbro. Pedro Velázquez, Carlos Alvear Acevedo, Antonio Estrada, José N. Chávez,

Antonio Díaz Soto y Gama, Pbro. Fernando de la Mora M.S.S., Ignacio

Martín del Campo, S. J., Mons. Joaquín Antonio Peñaloza, Guadalupe Chávez, Ramón Zorrilla, Luis Rabasa, Horacio Guajardo, Mariano

Azuela, Alejandro Avilés, Miguel Ángel Granados Chapa, Fidel Samaniego, entre otros.

Después Vicente Leñero se integró a Excélsior e hizo gran equipo en los mejores días del diario, con Julio Sherer, Miguel Angel Granados Chapa. A la salida de Excélsior en 1976 fue también con Julio Sherer, fundador de Proceso del que fue subdirector. Dirigió la revista Claudia y antes había laborado también en el Heraldo de México.

Para su fortuna cumplió y gozó a plenitud su anhelo: dedicarse a escribir. Fue maestro del periodismo, de la novela, el teatro y el guionismo cinematográfico.

Su obra es vasta y toca con precisión todos los linderos que se propuso. Sencillo, introvertido, honrado, alegre, vivió de escribir y en todo fue maestro. Alejado siempre de alharacas y festines; de alfombras y oropeles; su medida fue él mismo, por eso, aunque tuvo oportunidad y no le faltaron cantos al oído, no cedió ante el poder, la riqueza, el jolgorio y la fatuidad.

Sus temas fueron variados, escribió sobre la vida y la muerte, la religión, el campo y las ciudades, la sociedad y sus dramas, el ajedrez y las loterías, el teatro, los periodistas y los políticos. Su sencillez y buen humor al relatar le hicieron granjearse el reconocimiento de un público muy amplio tanto en México como en España, Estados Unidos y naciones sudamericanas.

Después de “La Polvareda y otros cuentos” vino su primera novela, “La voz adolorida”, monólogo de un enfermo mental acerca de la vida; después, en 1963, la novela “Los Albañiles” que obtuvo el importante Premio Biblioteca Breve, dejando en el camino al escritor uruguayo Mario Benedetti.

Vino después la dramaturgia con guiones teatrales y adaptaciones de Los Albañiles, Los Hijos de Sánchez, Pueblo Rechazado y El Juicio.

Las novelas-documentales La gota de agua y Asesinato.

Y guiones cinematográficos para 18 cintas, entre ellas, El Callejón de los Milagros, El crimen del padre Amaro y El Garabato.

Nunca dejó de escribir reportajes y crónicas en medios impresos tanto diarios como revistas.

Recibió innumerables reconocimientos, entre los más destacados, el Premio Xavier Villaurrutia en el año 2000. En 2010 fue nombrado miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. En 2011 recibió la Medalla Bellas Artes de México.

La vida del maestro Vicente Leñero y Otero se apagó hace casi siete años, el 3 de diciembre de 2014 en Ciudad de México, cuando tenía 81 años de edad.