/ viernes 15 de abril de 2022

Contraluz | Viernes Santo “Semana Santa”

Aquel ruido sordo de tablas que chocan que parecía descender desde la cúpula del templo al crucero principal y luego a todo el templo causaba susto, sobre todo si uno era niño que recién pasaba a experimentar la vivencia de las cosas de Dios.

Desde la tarde del Jueves Santo las campanas de nuestra ciudad, como todas, quedaban en silencio e iniciaba su función el poderoso sonido de la matraca que lanzaba su llamado lúgubre a los fieles para que asistiesen a los actos religiosos en un ambiente procesional de silencio, luto y reflexión.

El Viernes Santo, antes del Viacrucis, en la celebración de las Siete Palabras y la Adoración de la Cruz se poblaba la tarde de la vieja ciudad cuasi monástica, de rumores litúrgicos, de tristes alabados, salmodias y esa extraña percusión de las matracas. Las había grandes que se armaban en los campanarios, y

pequeñas que suplían en el interior de los templos a las campanillas, durante los días de luto tras la crucifixión y muerte de Cristo.

Las matracas también eran utilizadas en la ceremonia llamada el “Oficio de Tinieblas”, de profundo significado.

Se utilizaba para ello, un candelabro especial que tenía 15 velas, llamado tenebrario, que representaban a los 11 apóstoles que permanecieron tras la traición del Iscariote, las tres marías (María

Salomé, María de Cleofás y María Magdalena) y a la Virgen María, cuyo cirio era más destacado que los otros.

Tanto las luces del templo como las velas se iban apagando una tras otra, para quedar el templo prácticamente a oscuras tras el canto de los salmos. Al final, quedaba encendido sólo el cirio principal que recordaba la muerte del Redentor.

Para culminar la liturgia, los fieles hacían ruido con matracas propias que se adquirían afuera o dentro de los templos, para evocar el ruido del terremoto que convulsionó la tierra en el momento de la muerte de Cristo, otros instrumentos como los cuernos, podían ser utilizados en ese momento.

Este Oficio presentaba todas las características de las

exequias: salmos, antífonas y responsos de lamentación, omitiendo todo tipo de himno, sin acompañamientos musicales y con el altar desnudo, las imágenes cubiertas y con la oscuridad cada vez mayor. Al finalizar el Oficio no se daba la bendición ni había rito de despedida.

Con el Concilio Vaticano II y la adecuación de la liturgia, la matraca se utiliza hoy sólo en algunas poblaciones rurales apegadas a la tradición y que han convertido dicho instrumento en un juguete en peligro de extinción que acompaña fiestas y jolgorios, incluidos eventos deportivos.

Querétaro así, se vestía de solemnidad, de introspección y de silencios.

Y en el fondo privaba la reflexión de la finitud material y de la esperanza para las almas todas, gracias al misterioso sacrificio del Hijo de Dios.

Más en estos días que en otros, se manifestaba el anhelo de contrición y de perdón.

Los fieles, de hecho casi todos lo eran, atendían a los llamados de oración y austeridad, y después de la misa del Jueves Santo se distribuía en las calles yendo a los distintos templos en la llamada “Visita de las Siete Casas”

Había vendimias bastante sobrias: palmas el Domingo de Ramos; pan bendito, matracas, trigo verde, manzanilla, nieves y aguas frescas.

Los cines cerraban o pasaban películas “ad hoc” como “El Manto Sagrado” o “Rey de Reyes”. La radio expendía música religiosa o música clásica en medio de reflexiones de sacerdotes o laicos debidamente preparados.

Había representaciones de las Tres Caídas, no muchas, y procesiones de duelo en distintos barrios de la ciudad.

La fiesta volvía el “Sábado de Gloria” con la popular quema de Judas, jolgorio que fue cancelado, para arribar al Domingo, previa Vigilia Pascual, en medio de alegría, himnos y cantos solemnes en que se celebra en unidad la mayor fiesta del mundo creyente: la Resurrección de Cristo.

“Revocación”

Todo esto recordaba ayer en medio de una Semana Santa que inició con una extraña votación sobre “revocación de mandato” que no fue propuesta por el pueblo, sino por la autoridad.

Como tanto que ocurre hoy en día, el tema de la “revocación de mandato” vistió colores de división, intransigencia, denuncia y deshonor, sembrando mayor preocupación y duda que certidumbre en cuanto avance democrático y paz.

El ejercicio constitucional se llevó a cabo, como debía ser, pero dejó en su camino sombras tan grandes que exigen mayores tiempos para el silencio, la reflexión y la toma de decisiones.

Ojalá en estas vacaciones retorne aunque sea un poco, el espíritu de cordialidad perdido; el anhelo de civilidad serena y racional que lleve a tomar las mejores decisiones por la paz, por el desarrollo, por la justicia y por la sensatez.

Y finalmente, por el aprecio del mensaje de hace más de dos mil años que habla del Amor sin límite; de auténtica justicia para todos, en especial para los que menos tienen; de humildad del que se da para servir; de la alegría del que sabe de un horizonte de esperanza para quien hace, sin egoísmos ni caprichos, el bien al que fue llamado.


Aquel ruido sordo de tablas que chocan que parecía descender desde la cúpula del templo al crucero principal y luego a todo el templo causaba susto, sobre todo si uno era niño que recién pasaba a experimentar la vivencia de las cosas de Dios.

Desde la tarde del Jueves Santo las campanas de nuestra ciudad, como todas, quedaban en silencio e iniciaba su función el poderoso sonido de la matraca que lanzaba su llamado lúgubre a los fieles para que asistiesen a los actos religiosos en un ambiente procesional de silencio, luto y reflexión.

El Viernes Santo, antes del Viacrucis, en la celebración de las Siete Palabras y la Adoración de la Cruz se poblaba la tarde de la vieja ciudad cuasi monástica, de rumores litúrgicos, de tristes alabados, salmodias y esa extraña percusión de las matracas. Las había grandes que se armaban en los campanarios, y

pequeñas que suplían en el interior de los templos a las campanillas, durante los días de luto tras la crucifixión y muerte de Cristo.

Las matracas también eran utilizadas en la ceremonia llamada el “Oficio de Tinieblas”, de profundo significado.

Se utilizaba para ello, un candelabro especial que tenía 15 velas, llamado tenebrario, que representaban a los 11 apóstoles que permanecieron tras la traición del Iscariote, las tres marías (María

Salomé, María de Cleofás y María Magdalena) y a la Virgen María, cuyo cirio era más destacado que los otros.

Tanto las luces del templo como las velas se iban apagando una tras otra, para quedar el templo prácticamente a oscuras tras el canto de los salmos. Al final, quedaba encendido sólo el cirio principal que recordaba la muerte del Redentor.

Para culminar la liturgia, los fieles hacían ruido con matracas propias que se adquirían afuera o dentro de los templos, para evocar el ruido del terremoto que convulsionó la tierra en el momento de la muerte de Cristo, otros instrumentos como los cuernos, podían ser utilizados en ese momento.

Este Oficio presentaba todas las características de las

exequias: salmos, antífonas y responsos de lamentación, omitiendo todo tipo de himno, sin acompañamientos musicales y con el altar desnudo, las imágenes cubiertas y con la oscuridad cada vez mayor. Al finalizar el Oficio no se daba la bendición ni había rito de despedida.

Con el Concilio Vaticano II y la adecuación de la liturgia, la matraca se utiliza hoy sólo en algunas poblaciones rurales apegadas a la tradición y que han convertido dicho instrumento en un juguete en peligro de extinción que acompaña fiestas y jolgorios, incluidos eventos deportivos.

Querétaro así, se vestía de solemnidad, de introspección y de silencios.

Y en el fondo privaba la reflexión de la finitud material y de la esperanza para las almas todas, gracias al misterioso sacrificio del Hijo de Dios.

Más en estos días que en otros, se manifestaba el anhelo de contrición y de perdón.

Los fieles, de hecho casi todos lo eran, atendían a los llamados de oración y austeridad, y después de la misa del Jueves Santo se distribuía en las calles yendo a los distintos templos en la llamada “Visita de las Siete Casas”

Había vendimias bastante sobrias: palmas el Domingo de Ramos; pan bendito, matracas, trigo verde, manzanilla, nieves y aguas frescas.

Los cines cerraban o pasaban películas “ad hoc” como “El Manto Sagrado” o “Rey de Reyes”. La radio expendía música religiosa o música clásica en medio de reflexiones de sacerdotes o laicos debidamente preparados.

Había representaciones de las Tres Caídas, no muchas, y procesiones de duelo en distintos barrios de la ciudad.

La fiesta volvía el “Sábado de Gloria” con la popular quema de Judas, jolgorio que fue cancelado, para arribar al Domingo, previa Vigilia Pascual, en medio de alegría, himnos y cantos solemnes en que se celebra en unidad la mayor fiesta del mundo creyente: la Resurrección de Cristo.

“Revocación”

Todo esto recordaba ayer en medio de una Semana Santa que inició con una extraña votación sobre “revocación de mandato” que no fue propuesta por el pueblo, sino por la autoridad.

Como tanto que ocurre hoy en día, el tema de la “revocación de mandato” vistió colores de división, intransigencia, denuncia y deshonor, sembrando mayor preocupación y duda que certidumbre en cuanto avance democrático y paz.

El ejercicio constitucional se llevó a cabo, como debía ser, pero dejó en su camino sombras tan grandes que exigen mayores tiempos para el silencio, la reflexión y la toma de decisiones.

Ojalá en estas vacaciones retorne aunque sea un poco, el espíritu de cordialidad perdido; el anhelo de civilidad serena y racional que lleve a tomar las mejores decisiones por la paz, por el desarrollo, por la justicia y por la sensatez.

Y finalmente, por el aprecio del mensaje de hace más de dos mil años que habla del Amor sin límite; de auténtica justicia para todos, en especial para los que menos tienen; de humildad del que se da para servir; de la alegría del que sabe de un horizonte de esperanza para quien hace, sin egoísmos ni caprichos, el bien al que fue llamado.