/ viernes 16 de noviembre de 2018

El Baúl

Cuando la madrugada estaba entrando en el salón de sesiones y los diputados estaban sentados en sus poltronas de magistrados con los ojos entreabiertos, la diputada supuso el tránsito en que andaría la zapatilla. Así que, apenas se había despabilado, desde su poltrona reclamó, y fue entonces que casi todos los colegisladores abrieron bien los ojos y se dieron cuenta de que, mientras ellos hacían que escuchaban la lectura de los considerandos interminables del asunto que iban a aprobar, uno de ellos, que no estaba tan dormido, o que era sonámbulo, había decidido el destino eventual de la prenda.

El presidente de la mesa directiva, que no podía dormitar, aunque deseaba hacerlo, porque dicen que la somnolencia y los bostezos se contagian, alzó la cara y miró hacia el fondo del salón de sesiones, desde donde la voz femenina había venido flotando por encima de las cabezas de los diputados, despertándolos, y pidió respeto para el recinto y luego minimizó lo que parecía una ocurrencia de buen talante. “Prosiga, diputado”, le ordenó al legislador que en la tribuna leía los considerandos del proyecto de decreto del presupuesto de egresos del Poder Ejecutivo del año siguiente. Y el legislador reanudó la lectura y sus colegisladores volvieron a caer en el delicioso sopor de las madrugadas decembrinas, como la de entonces.

A la diputada le subyugaba la ecología. El tema lo tomaba como cimiento de sus discursos, de los proyectos de ley que impulsaba y aún de su agenda de actividades legislativas, al fin y al cabo, andaba en las mismas el partido político en el que militaba. Y por alguna razón, que nunca fue pública y que no tenía que ver nada con sus ideologías políticas, usaba zapatillas. El calzado era consonante con su forma de vestir: zapatos sencillos, cómodos, y ropa sencilla, cómoda también.

Comodidad era lo que necesitaban los legisladores para soportar las largas y tediosas sesiones nocturnas de cada diciembre, que era el colofón de los asuntos públicos que ellos aprobaban durante los meses previos, antes de regodearse con la Nochebuena y las vacaciones de año nuevo.

Esa noche, como en otras tantas noches de los días anteriores, los diputados fueron citados a sesionar en la noche y el principio de la madrugada. El listado de los asuntos agendados era tan largo que más parecía un rosario de buenas intenciones para el año que se avecinaba. De manera que apenas habían sido desahogados los primeros trámites, los diputados empezaron a luchar contra la pesadez de sus párpados y las añoranzas de sus almohadas y de sus camas, con cobijas y todo. Y entre la lucha y las nostalgias se dejaron acariciar por el sopor placentero de la noche, arrellanados en el confort de sus grandes sillones de madera fina.

Estaban soñando sin pausas, cuando la voz los despertó:

-¡Denme mi zapato! -dijo la diputada. Y entonces, en medio de risitas y murmullos de buen humor, la zapatilla inició el retorno por debajo de las poltronas, desde las que estaban adelante, hasta donde había llegado, hacia las que estaban atrás, de donde había salido. Minutos después, casi todos volvieron a dormitar.

Cuando la madrugada estaba entrando en el salón de sesiones y los diputados estaban sentados en sus poltronas de magistrados con los ojos entreabiertos, la diputada supuso el tránsito en que andaría la zapatilla. Así que, apenas se había despabilado, desde su poltrona reclamó, y fue entonces que casi todos los colegisladores abrieron bien los ojos y se dieron cuenta de que, mientras ellos hacían que escuchaban la lectura de los considerandos interminables del asunto que iban a aprobar, uno de ellos, que no estaba tan dormido, o que era sonámbulo, había decidido el destino eventual de la prenda.

El presidente de la mesa directiva, que no podía dormitar, aunque deseaba hacerlo, porque dicen que la somnolencia y los bostezos se contagian, alzó la cara y miró hacia el fondo del salón de sesiones, desde donde la voz femenina había venido flotando por encima de las cabezas de los diputados, despertándolos, y pidió respeto para el recinto y luego minimizó lo que parecía una ocurrencia de buen talante. “Prosiga, diputado”, le ordenó al legislador que en la tribuna leía los considerandos del proyecto de decreto del presupuesto de egresos del Poder Ejecutivo del año siguiente. Y el legislador reanudó la lectura y sus colegisladores volvieron a caer en el delicioso sopor de las madrugadas decembrinas, como la de entonces.

A la diputada le subyugaba la ecología. El tema lo tomaba como cimiento de sus discursos, de los proyectos de ley que impulsaba y aún de su agenda de actividades legislativas, al fin y al cabo, andaba en las mismas el partido político en el que militaba. Y por alguna razón, que nunca fue pública y que no tenía que ver nada con sus ideologías políticas, usaba zapatillas. El calzado era consonante con su forma de vestir: zapatos sencillos, cómodos, y ropa sencilla, cómoda también.

Comodidad era lo que necesitaban los legisladores para soportar las largas y tediosas sesiones nocturnas de cada diciembre, que era el colofón de los asuntos públicos que ellos aprobaban durante los meses previos, antes de regodearse con la Nochebuena y las vacaciones de año nuevo.

Esa noche, como en otras tantas noches de los días anteriores, los diputados fueron citados a sesionar en la noche y el principio de la madrugada. El listado de los asuntos agendados era tan largo que más parecía un rosario de buenas intenciones para el año que se avecinaba. De manera que apenas habían sido desahogados los primeros trámites, los diputados empezaron a luchar contra la pesadez de sus párpados y las añoranzas de sus almohadas y de sus camas, con cobijas y todo. Y entre la lucha y las nostalgias se dejaron acariciar por el sopor placentero de la noche, arrellanados en el confort de sus grandes sillones de madera fina.

Estaban soñando sin pausas, cuando la voz los despertó:

-¡Denme mi zapato! -dijo la diputada. Y entonces, en medio de risitas y murmullos de buen humor, la zapatilla inició el retorno por debajo de las poltronas, desde las que estaban adelante, hasta donde había llegado, hacia las que estaban atrás, de donde había salido. Minutos después, casi todos volvieron a dormitar.

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