/ viernes 11 de octubre de 2019

El Baúl

Perlas de una campaña


Eran los tiempos de las campañas electorales, y en una de las reuniones masivas que el candidato tuvo, los dirigentes sectoriales quisieron que conociera las entrañas de la problemática que vivían los que iban a ser gobernados. Así que, después del desayuno, lo llevaron a uno de los confines de la ciudad.

De pie, detrás del micrófono, ajustándose los lentes de tanto en tanto y bajo los chorros del sol de la media mañana, el dirigente empezó a leer lo que había preparado, pero emocionado por el momento y nervioso, a pesar de estar acostumbrado a hablar ante las multitudes, comenzó su discurso con una desafortunada forma de distinguir los sexos:

-¡Compañeros colonos, compañeras colonas!…

Risitas nerviosas se esparcieron sobre las cabezas de las muchedumbres mientras el candidato se esforzaba por minimizar lo rústico de la oratoria del dirigente.

Luego lo llevaron hacia otras colonias cuya gente vivía en medio de incomodidades y con la esperanza de que, llegado el momento, cuando el candidato triunfara y se sentara en su poltrona del poder, les llevara los servicios básicos, por lo menos. Pero allá también, como aquí, la gente hablaba su propio lenguaje, al margen de las reglas gramaticales.

De modo que, desde que llegaron, con palabras llanas la lideresa, que era una mujer con una humanidad severa y con actitudes de valiente, le hizo saber al candidato el atraso dramático que había en el comienzo de tantas obras públicas, deuda de los gobiernos que ya se iban. Le dijeron que los que vivían en el comienzo de la colonia, no tenían problemas con las lluvias. No era el caso de los que estaban trepados en la colina:

-Y usted sabe, licenciado –dijo la lideresa-, que las gallinas de arriba cagan a las de abajo

El candidato asentía con la cabeza cuantas quejas escuchaba de la gente, y trataba, cuanto le era posible, de disimular que le incomodaba ese lenguaje, pero con sonrisas, saludando con la mano en alto y abrazando a los que iban a votar por él, se desplazaba entre las multitudes. Con esta actitud llegó al sitio donde culminaban sus actividades públicas de ese día. Era otra colonia en las orillas de una población.

Un hombre con muchos años encima, sobrero de palma y ropa parchada y guaraches, se acercó y se quejó con angustia del olvido en que estaban él y sus vecinos.

-¡No, no se haga pendejo, Don Chepe! –le dijo con firmeza la representante de la autoridad municipal-, ¿no le he ayudado con ladrillos, con sacos de cemento, con carretillas de arena y con láminas…?

-No, pos´ sí, pero…

-¿Entonces?.... ¡No se haga pendejo, Don Chepe!

Perlas de una campaña


Eran los tiempos de las campañas electorales, y en una de las reuniones masivas que el candidato tuvo, los dirigentes sectoriales quisieron que conociera las entrañas de la problemática que vivían los que iban a ser gobernados. Así que, después del desayuno, lo llevaron a uno de los confines de la ciudad.

De pie, detrás del micrófono, ajustándose los lentes de tanto en tanto y bajo los chorros del sol de la media mañana, el dirigente empezó a leer lo que había preparado, pero emocionado por el momento y nervioso, a pesar de estar acostumbrado a hablar ante las multitudes, comenzó su discurso con una desafortunada forma de distinguir los sexos:

-¡Compañeros colonos, compañeras colonas!…

Risitas nerviosas se esparcieron sobre las cabezas de las muchedumbres mientras el candidato se esforzaba por minimizar lo rústico de la oratoria del dirigente.

Luego lo llevaron hacia otras colonias cuya gente vivía en medio de incomodidades y con la esperanza de que, llegado el momento, cuando el candidato triunfara y se sentara en su poltrona del poder, les llevara los servicios básicos, por lo menos. Pero allá también, como aquí, la gente hablaba su propio lenguaje, al margen de las reglas gramaticales.

De modo que, desde que llegaron, con palabras llanas la lideresa, que era una mujer con una humanidad severa y con actitudes de valiente, le hizo saber al candidato el atraso dramático que había en el comienzo de tantas obras públicas, deuda de los gobiernos que ya se iban. Le dijeron que los que vivían en el comienzo de la colonia, no tenían problemas con las lluvias. No era el caso de los que estaban trepados en la colina:

-Y usted sabe, licenciado –dijo la lideresa-, que las gallinas de arriba cagan a las de abajo

El candidato asentía con la cabeza cuantas quejas escuchaba de la gente, y trataba, cuanto le era posible, de disimular que le incomodaba ese lenguaje, pero con sonrisas, saludando con la mano en alto y abrazando a los que iban a votar por él, se desplazaba entre las multitudes. Con esta actitud llegó al sitio donde culminaban sus actividades públicas de ese día. Era otra colonia en las orillas de una población.

Un hombre con muchos años encima, sobrero de palma y ropa parchada y guaraches, se acercó y se quejó con angustia del olvido en que estaban él y sus vecinos.

-¡No, no se haga pendejo, Don Chepe! –le dijo con firmeza la representante de la autoridad municipal-, ¿no le he ayudado con ladrillos, con sacos de cemento, con carretillas de arena y con láminas…?

-No, pos´ sí, pero…

-¿Entonces?.... ¡No se haga pendejo, Don Chepe!

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