/ viernes 6 de diciembre de 2019

El Baúl

Las travesuras del querendón


El peluquero se acuerda de las confidencias de uno de sus clientes mientras embadurna la brocha de jabón en agua. Dice que el hombre estaba tirado en la cama, descansando mientras estaba la comida. “Te habla”, le dijo su compañera. ¿Y qué quiere?, dijo él. “¡Qué ha de querer! Pos´ te viene a reclamar”, dijo ella. Él se puso su camisa y salió. “¡¿Y esto qué es?!”, le dijo la que lo buscaba y le enseñó una carta manuscrita: “¿Ya sabías que perdí el niño?”, era la primera línea del escrito. Los dos se hicieron de palabras y se empujaron hasta la media calle. Los vecinos tuvieron que intervenir para evitar que la golpeara.

El cliente era herrero. Estaba casado. Pero no tenían hijos. La vida matrimonial no había ido tan bien desde los primeros meses. Alegaban por cualquier cosa, aunque siempre se conciliaban. La herrería la heredó del papá con todos los problemas del progenitor, muerto ya hacía unos meses.

-¿Así está bien? –dijo el peluquero y untó en el cuello la brocha enjabonada.

Se acuerda de que por entonces había conflictos matrimoniales que se salían por las ventanas y los tejados de las casas y de rato ya los conocía todo el vecindario. Fue este uno de esos casos.

La mujer del herrero era cabizbaja pero tenía momentos en que era áspera y hasta brabucona, de modo que por esta razón se había enemistado con el señor de la miscelánea, que estaba cerca del domicilio conyugal; con la vecina de enfrente, que le echaba la basura cuando barría la banqueta de su casa en las mañanas; con la familia de él porque cuando iban a comer a su casa no llevaban algo para la comida, y con su marido, porque en veces la trataba como sirvienta.

Estaba peleada con casi todos.

Un día, el herrero dejó la casa. Los vecinos se dieron cuenta de la ausencia porque la mujer lo demostraba de cualquier modo. A quien se la quedaba mirando le decía mil cosas porque qué me ves, ¿se te perdió algo? Pronto los vecinos conocieron la verdad.

Dice el peluquero que el herrero le dijo que un día él y su consorte se mandaron ir al diablo y él se salió de su casa para siempre sin llevarse nada. De manera que la mujer aprovechó la oportunidad para hurgar en todas las cosas de él hasta que encontró la carta. El peluquero dice que la carta no tenía destinatario ni tampoco rúbrica de quien la había escrito. Pero era cierto lo del bebé: había nacido muerto.

-Entonces, el herrero tenía dos mujeres…

-¡No!; el muchacho que se murió era de una de las queridas que tuvo el papá del herrero; y cuando falleció el señor, el hijo se llevó la carta a su casa y la escondió. Y cuando se separaron se fue a vivir con otra, con la que estaba cuando la esposa le enseñó la carta, pensando que el chamaco había sido de él…

Las travesuras del querendón


El peluquero se acuerda de las confidencias de uno de sus clientes mientras embadurna la brocha de jabón en agua. Dice que el hombre estaba tirado en la cama, descansando mientras estaba la comida. “Te habla”, le dijo su compañera. ¿Y qué quiere?, dijo él. “¡Qué ha de querer! Pos´ te viene a reclamar”, dijo ella. Él se puso su camisa y salió. “¡¿Y esto qué es?!”, le dijo la que lo buscaba y le enseñó una carta manuscrita: “¿Ya sabías que perdí el niño?”, era la primera línea del escrito. Los dos se hicieron de palabras y se empujaron hasta la media calle. Los vecinos tuvieron que intervenir para evitar que la golpeara.

El cliente era herrero. Estaba casado. Pero no tenían hijos. La vida matrimonial no había ido tan bien desde los primeros meses. Alegaban por cualquier cosa, aunque siempre se conciliaban. La herrería la heredó del papá con todos los problemas del progenitor, muerto ya hacía unos meses.

-¿Así está bien? –dijo el peluquero y untó en el cuello la brocha enjabonada.

Se acuerda de que por entonces había conflictos matrimoniales que se salían por las ventanas y los tejados de las casas y de rato ya los conocía todo el vecindario. Fue este uno de esos casos.

La mujer del herrero era cabizbaja pero tenía momentos en que era áspera y hasta brabucona, de modo que por esta razón se había enemistado con el señor de la miscelánea, que estaba cerca del domicilio conyugal; con la vecina de enfrente, que le echaba la basura cuando barría la banqueta de su casa en las mañanas; con la familia de él porque cuando iban a comer a su casa no llevaban algo para la comida, y con su marido, porque en veces la trataba como sirvienta.

Estaba peleada con casi todos.

Un día, el herrero dejó la casa. Los vecinos se dieron cuenta de la ausencia porque la mujer lo demostraba de cualquier modo. A quien se la quedaba mirando le decía mil cosas porque qué me ves, ¿se te perdió algo? Pronto los vecinos conocieron la verdad.

Dice el peluquero que el herrero le dijo que un día él y su consorte se mandaron ir al diablo y él se salió de su casa para siempre sin llevarse nada. De manera que la mujer aprovechó la oportunidad para hurgar en todas las cosas de él hasta que encontró la carta. El peluquero dice que la carta no tenía destinatario ni tampoco rúbrica de quien la había escrito. Pero era cierto lo del bebé: había nacido muerto.

-Entonces, el herrero tenía dos mujeres…

-¡No!; el muchacho que se murió era de una de las queridas que tuvo el papá del herrero; y cuando falleció el señor, el hijo se llevó la carta a su casa y la escondió. Y cuando se separaron se fue a vivir con otra, con la que estaba cuando la esposa le enseñó la carta, pensando que el chamaco había sido de él…

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