/ viernes 22 de mayo de 2020

El Baúl

¡Maldito café!


Era su cumpleaños. Y esa mañana estaba deliciosa, con un sol tierno. Y fue a donde se citaron. Desde que llegaron al restaurant las empleadas fueron tan atentas que parecía que atendían a verdaderos personajes. Tan esmeradas eran que los comensales de junto con el rabillo del ojo intentaban saber qué tan importantes eran los recién llegados, pues parecía que para las empleadas era un privilegio atenderlos.

Les pusieron las cartas delante y les recomendaron las delicias de la cocina. Pues que el cumpleañero diga qué quiere. Pero el festejado traía una cara de pocos amigos; y miraba en un lado y otro de una cara y otra de la carta. ¿De casualidad venden menudo? Pero cómo se le ocurría preguntar si venden menudo en un restaurant tan moderno como este, a donde sólo vienen los de la clase media alta. No se fijen, fue un chiste mañanero, expresó una de las empleadas. ¿Y ella por qué habla? ¿Quién la invitó a la plática?

¿Qué les parece si mientras deciden qué desayunarán les traemos un cafecito?, dijo otra mesera. Al del cumpleaños se le iluminó la cara. ¡Caray!, ¡pero qué tino tiene la chica: traernos café! El café es bueno para muchas cosas. Mi abuela lo tomaba para dormir, dijo uno de los comensales. Yo me lo tomo para cortarme la borrachera, dijo otro. Te va a caer de perlas, le dijeron al cumpleañero. Él asintió con la cabeza y se sonrojó un poco. Cuéntanos cómo te fue. Pero cómo querían que les contara lo de la noche anterior si esas experiencias nunca se cuentan. Aunque sea un poco, cuéntanos algo; no nos dejes con las ganas, incitó otro de los comensales.

A ver, jóvenes, dijo la empleada colocando las tazas para servir el café. El cumpleañero se quedó con la palabra en la punta de los labios. Los demás callaron y con la mirada urgieron a las empleadas a dejarlos solos. Pero a punto de ser complacidos, llegaron otras meseras con las viandas del desayuno. Cómo que vas a tomar chocolate, le dijeron al del aniversario. No, hombre; la grasa en el estómago te puede hacer mal. Mejor, espérate al café. Y mientras, que te traigan un juguito con unos hielos y un platito con fruta y limón. Verás que te caerá de perlas, dijo uno más.

Los que ya tenían servido su desayuno esperaron les sirvieran a los demás. No se le vaya a olvidar servirnos café a todos, le dijo uno de ellos a una empleada, una güera espigada, que andaba en sus treinta y tantos. No, cómo se le ocurre si aquí lo traigo, dijo y miró algo coqueta al que había hablado.

Pero calculó mal.

El cumpleañero se levantó como impulsado por un resorte. No alcanzó a decir nada sino sólo a limpiarse la entrepierna del pantalón. La güera se sonrojó y le acercó servilletas de papel. Cuidado, dijo alguien queriendo congelar el momento, dicen que luego uno queda inservible.

¡Maldito café!


Era su cumpleaños. Y esa mañana estaba deliciosa, con un sol tierno. Y fue a donde se citaron. Desde que llegaron al restaurant las empleadas fueron tan atentas que parecía que atendían a verdaderos personajes. Tan esmeradas eran que los comensales de junto con el rabillo del ojo intentaban saber qué tan importantes eran los recién llegados, pues parecía que para las empleadas era un privilegio atenderlos.

Les pusieron las cartas delante y les recomendaron las delicias de la cocina. Pues que el cumpleañero diga qué quiere. Pero el festejado traía una cara de pocos amigos; y miraba en un lado y otro de una cara y otra de la carta. ¿De casualidad venden menudo? Pero cómo se le ocurría preguntar si venden menudo en un restaurant tan moderno como este, a donde sólo vienen los de la clase media alta. No se fijen, fue un chiste mañanero, expresó una de las empleadas. ¿Y ella por qué habla? ¿Quién la invitó a la plática?

¿Qué les parece si mientras deciden qué desayunarán les traemos un cafecito?, dijo otra mesera. Al del cumpleaños se le iluminó la cara. ¡Caray!, ¡pero qué tino tiene la chica: traernos café! El café es bueno para muchas cosas. Mi abuela lo tomaba para dormir, dijo uno de los comensales. Yo me lo tomo para cortarme la borrachera, dijo otro. Te va a caer de perlas, le dijeron al cumpleañero. Él asintió con la cabeza y se sonrojó un poco. Cuéntanos cómo te fue. Pero cómo querían que les contara lo de la noche anterior si esas experiencias nunca se cuentan. Aunque sea un poco, cuéntanos algo; no nos dejes con las ganas, incitó otro de los comensales.

A ver, jóvenes, dijo la empleada colocando las tazas para servir el café. El cumpleañero se quedó con la palabra en la punta de los labios. Los demás callaron y con la mirada urgieron a las empleadas a dejarlos solos. Pero a punto de ser complacidos, llegaron otras meseras con las viandas del desayuno. Cómo que vas a tomar chocolate, le dijeron al del aniversario. No, hombre; la grasa en el estómago te puede hacer mal. Mejor, espérate al café. Y mientras, que te traigan un juguito con unos hielos y un platito con fruta y limón. Verás que te caerá de perlas, dijo uno más.

Los que ya tenían servido su desayuno esperaron les sirvieran a los demás. No se le vaya a olvidar servirnos café a todos, le dijo uno de ellos a una empleada, una güera espigada, que andaba en sus treinta y tantos. No, cómo se le ocurre si aquí lo traigo, dijo y miró algo coqueta al que había hablado.

Pero calculó mal.

El cumpleañero se levantó como impulsado por un resorte. No alcanzó a decir nada sino sólo a limpiarse la entrepierna del pantalón. La güera se sonrojó y le acercó servilletas de papel. Cuidado, dijo alguien queriendo congelar el momento, dicen que luego uno queda inservible.

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