/ domingo 6 de octubre de 2019

El Cronista sanjuanense - El Ángel de San Juan

Con mucha consternación y tristeza recibí la noticia de que don Ángel falleció. Lo conocí desde mi niñez y hasta últimas fechas nos veíamos en funciones de cine, acudía a los eventos In situ que realizo; charlábamos sobre sus vivencias y compartíamos algunos momentos excepcionales en su vida y de la mía. Don Ángel Bárcenas Martínez fue uno de los personajes más conocidos de la ciudad de San Juan del Río. Un personaje muy querido, no era político, ni deportista, menos artista, fue un sencillo vendedor de dulces.

Aunque nació en Tequisquiapan, llegó a esta ciudad cuando tenía 12 años acompañado de su padre, que había sido contratado como dependiente en un tendajón de la calle Morelos y una vez instalado, trajo a su familia. Con el tiempo, el progenitor tuvo en sociedad una tienda en la Plaza Independencia: “La Providencia”, cerrada por mala administración. Así, el ya joven Ángel debió incursionar en empleos eventuales, pero casi siempre fue vendedor de planta o ambulante de las más diversas mercancías.

Realizó su vida entre el viejo San Juan y los tiempos modernos de la urbe. Era común ver su lento transitar por las calles del centro histórico jalando su diablito en busca de lugar propicio para la venta de sus dulces, sobre todo a la salida de los niños de la escuela. Podríamos pensar que vendía poco, pero no era así, siempre le iba bien; a él se acercaban infinidad de personas quienes con respeto le llaman “Don Ángel”, o cariñosamente “Angelito”. Hoy somos jóvenes y adultos a los que nos vendió en nuestra niñez algunos, por lo mismo, acercan a sus hijos y nietos a que lo conocieran.

Era una delicia charlar con él. Más de cincuenta años recorrió calles, espacios y eventos, conoció a todos los personajes públicos y privados, locales y foráneos. Su plática era historia, una historia de San Juan a través de la propia. Hablaba de deportistas, luchadores, boxeadores, artistas, a todos conoció, con muchos convivió, a todos recordaba. A María Félix, la fue a conocer a Bernal en una filmación. Mucho dejó en la memoria de los sanjuanenses que tuvimos la oportunidad y fortuna de convivir con él. Falta espacio en esta columna para contar sobre sus vivencias.

En San Juan conoció a la que sería su esposa, Aracely, con la que no se casó hasta que obtuvo el dinero para hacerlo y fue cuando en una tocada ganó mil pesos, con ello organizó la fiesta de su boda. Lo casó el padre Leal, que tenía su Casa Hogar en las hoy oficinas del agua en la calle Cuauhtémoc, de donde fue vecino don Ángel hasta el día de su muerte el pasado 29 de septiembre. Formó familia con ocho hijos, casi todos profesionistas, a quienes educó con su digno oficio y quienes le han dado nietos y bisnietos.

Hace décadas, la necesidad le hizo salir de casa con dos bolsas de ixtle cuyo contenido creyó de inicio era solo mercancía, poco tardó en notar su error. Bastó instalarse esa primera mañana afuera del Colegio Centro Unión, entonces ubicado en la calle 27 de Septiembre. Ante los niños, de las bolsas asomó un maravilloso tesoro: muñecos de plástico; El Santo, Superman y el Hombre Araña; silbatos, espantasuegras, exquisitos dulces y ricos tamarindos. Ese fue el secreto, tocar el gusto infantil y venderles dulces ilusiones. Supo entonces su destino y lo aceptó. Repitió la fórmula en todas las escuelas públicas y privadas donde al paso del tiempo se hizo indispensable y hasta sirvió de punto de referencia y guardería provisional. Ostenta el extraño record de ser el único ambulante que nunca ha sido corrido de afuera de las escuelas por los maestros, y ¿cómo iba a ser? si casi todos, al menos los nacidos aquí, fuimos sus clientes.

Su ser activo le impedía quedarse en casa, siempre volvía a la calle. Aunque decía ya se cansaba, no lo denotaba y aparecía por las noches en la Plaza Independencia y los sábados en la mañana en el tianguis del Mercado Juárez, del que fue de los vendedores fundadores, y cómo no, si hasta el Reforma vio nacer entre “pura barda de piedra y nopaleras”.

A últimas fechas, tomó por costumbre asistir a las funciones de cine de los miércoles en el Portal del Diezmo; a los recorridos In situ con un servidor y a las presentaciones de libros que hablaran sobre San Juan. Recuerdo cuando me pidió le dedicara mi libro Crónica de San Juan del Río…”quiero acordarme de usted siempre” me dijo. Descanse en paz el Ángel de San Juan.

Con mucha consternación y tristeza recibí la noticia de que don Ángel falleció. Lo conocí desde mi niñez y hasta últimas fechas nos veíamos en funciones de cine, acudía a los eventos In situ que realizo; charlábamos sobre sus vivencias y compartíamos algunos momentos excepcionales en su vida y de la mía. Don Ángel Bárcenas Martínez fue uno de los personajes más conocidos de la ciudad de San Juan del Río. Un personaje muy querido, no era político, ni deportista, menos artista, fue un sencillo vendedor de dulces.

Aunque nació en Tequisquiapan, llegó a esta ciudad cuando tenía 12 años acompañado de su padre, que había sido contratado como dependiente en un tendajón de la calle Morelos y una vez instalado, trajo a su familia. Con el tiempo, el progenitor tuvo en sociedad una tienda en la Plaza Independencia: “La Providencia”, cerrada por mala administración. Así, el ya joven Ángel debió incursionar en empleos eventuales, pero casi siempre fue vendedor de planta o ambulante de las más diversas mercancías.

Realizó su vida entre el viejo San Juan y los tiempos modernos de la urbe. Era común ver su lento transitar por las calles del centro histórico jalando su diablito en busca de lugar propicio para la venta de sus dulces, sobre todo a la salida de los niños de la escuela. Podríamos pensar que vendía poco, pero no era así, siempre le iba bien; a él se acercaban infinidad de personas quienes con respeto le llaman “Don Ángel”, o cariñosamente “Angelito”. Hoy somos jóvenes y adultos a los que nos vendió en nuestra niñez algunos, por lo mismo, acercan a sus hijos y nietos a que lo conocieran.

Era una delicia charlar con él. Más de cincuenta años recorrió calles, espacios y eventos, conoció a todos los personajes públicos y privados, locales y foráneos. Su plática era historia, una historia de San Juan a través de la propia. Hablaba de deportistas, luchadores, boxeadores, artistas, a todos conoció, con muchos convivió, a todos recordaba. A María Félix, la fue a conocer a Bernal en una filmación. Mucho dejó en la memoria de los sanjuanenses que tuvimos la oportunidad y fortuna de convivir con él. Falta espacio en esta columna para contar sobre sus vivencias.

En San Juan conoció a la que sería su esposa, Aracely, con la que no se casó hasta que obtuvo el dinero para hacerlo y fue cuando en una tocada ganó mil pesos, con ello organizó la fiesta de su boda. Lo casó el padre Leal, que tenía su Casa Hogar en las hoy oficinas del agua en la calle Cuauhtémoc, de donde fue vecino don Ángel hasta el día de su muerte el pasado 29 de septiembre. Formó familia con ocho hijos, casi todos profesionistas, a quienes educó con su digno oficio y quienes le han dado nietos y bisnietos.

Hace décadas, la necesidad le hizo salir de casa con dos bolsas de ixtle cuyo contenido creyó de inicio era solo mercancía, poco tardó en notar su error. Bastó instalarse esa primera mañana afuera del Colegio Centro Unión, entonces ubicado en la calle 27 de Septiembre. Ante los niños, de las bolsas asomó un maravilloso tesoro: muñecos de plástico; El Santo, Superman y el Hombre Araña; silbatos, espantasuegras, exquisitos dulces y ricos tamarindos. Ese fue el secreto, tocar el gusto infantil y venderles dulces ilusiones. Supo entonces su destino y lo aceptó. Repitió la fórmula en todas las escuelas públicas y privadas donde al paso del tiempo se hizo indispensable y hasta sirvió de punto de referencia y guardería provisional. Ostenta el extraño record de ser el único ambulante que nunca ha sido corrido de afuera de las escuelas por los maestros, y ¿cómo iba a ser? si casi todos, al menos los nacidos aquí, fuimos sus clientes.

Su ser activo le impedía quedarse en casa, siempre volvía a la calle. Aunque decía ya se cansaba, no lo denotaba y aparecía por las noches en la Plaza Independencia y los sábados en la mañana en el tianguis del Mercado Juárez, del que fue de los vendedores fundadores, y cómo no, si hasta el Reforma vio nacer entre “pura barda de piedra y nopaleras”.

A últimas fechas, tomó por costumbre asistir a las funciones de cine de los miércoles en el Portal del Diezmo; a los recorridos In situ con un servidor y a las presentaciones de libros que hablaran sobre San Juan. Recuerdo cuando me pidió le dedicara mi libro Crónica de San Juan del Río…”quiero acordarme de usted siempre” me dijo. Descanse en paz el Ángel de San Juan.