/ domingo 20 de septiembre de 2020

El Cronista Sanjuanense | Pinturas rupestres

El arte rupestre representa la expresión humana ancestral, método por el cual se daba a entender la comprensión del mundo de quienes la crearon. El estudio de estos símbolos ha permitido averiguar en torno a las creencias de los antiguos habitantes de la tierra. En las pinturas rupestres se manifiestan los complejos pensamientos de los antiguos humanos que mediante símbolos, quedaron inmortalizados en cavernas y abrigos rocosos alrededor del mundo.

En inmediaciones del barrio La Magdalena, ubicado al sur del municipio de San Juan del Río, a una altitud de 1950 m.s.n.m, por la cañada del río San Juan, se encontraron pinturas rupestres en algunos espacios rocosos, refugios de distintos grupos de cazadores-recolectores nómadas y seminómadas. Para poder imaginar, recrear y comprender la vida de nuestros antecesores, debemos estudiar y analizar este fenómeno gráfico y su diversidad, para tratar de entender su cosmovisión. Estas manifestaciones nos muestran lo que los ojos de aquellos humanos observaban en su entorno, quienes plasmaron sobre roca todo aquello que era importante, necesario o vital, lo que su pensamiento mágico o real quería comunicar o dejar testimonio.

El sitio arqueológico de las pinturas de La Magdalena consta de una serie de pequeños abrigos rocosos distribuidos a lo largo de la rivera del río San Juan, en los que es posible apreciar terrazas acondicionadas para vivienda; las investigaciones de los arqueólogos en superficie, encontraron fragmentos de talla lítica, principalmente de obsidiana, aunque también de otras rocas, como pedernal y cuarzo.

Los motivos pictóricos están agrupados principalmente en el techo del abrigo, aunque existen algunos motivos aislados fuera del mismo; las pinturas del interior son de color blanco, principalmente motivos abstractos que se asemejan tanto en el color como en la forma. Abundan los pectiniformes (en forma de peines), círculos con rayos en el exterior, series de líneas paralelas, etcétera. Los motivos aislados en el exterior del abrigo rocoso fueron pintados en negro, otros en rojo y en blanco. Algunos de ellos, al parecer antropomorfos (de apariencia humana), en posición horizontal.

En el estado de Querétaro, el primer aporte arqueológico relacionado con la gráfica rupestre la encontramos en un artículo de Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta de 1985, en el cual se informa de la existencia de dos sitios en la Sierra Gorda: uno de pintura conocido como “El Durazno” y otro de grabado denominado “Las Ánimas”. Entre 1985 y 1988 se registraron un total de 45 sitios. Para 1990 se informó de otros 5 abrigos rocosos con pintura y grabado en la zona limítrofe entre Querétaro y Guanajuato, en la cuenca del río Ayutla. A principios de los años 90 del siglo XX, se dieron a conocer sitios como “La Nopalera” en Cadereyta y “La Colmena” en Colón. No fue sino hasta 1997 que se inició un estudio sistemático de sitios arqueológicos de manifestaciones gráficas rupestres a escala regional. De tal forma que a fines del año 2000 ya se conocía la ubicación de un total de 108 sitios, que incluyen paneles de pintura rupestre, petrograbados y geoglifos; de éstos, 57 han sido registrados y calcados de manera sistemática, entre ellos los de La Magdalena.

Aunque los abrigos rocosos solían emplearse como sitios de resguardo contra las inclemencias ambientales, en ciertas ocasiones también se les utilizaba para realizar rituales o simplemente dejar constancia de algún evento importante. Sobre las sociedades que habitaron la región suroriente del actual estado de Querétaro, la más representativa fue la de los recolectores-cazadores. Estas sociedades vivieron en la región durante toda la época prehispánica, muchas veces en situación de frontera y convivencia con los agricultores, comerciantes y mineros mesoamericanos que durante el primer milenio de la era colonizaron gran parte del norte de México.

Los antiguos, establecieron sus primeras aldeas alrededor del 500 a. C. en las inmediaciones del río San Juan y después de colonizar buena parte del territorio norteño, lo abandonaron de forma definitiva en el siglo XVII. Fue a partir de ese momento que los nómadas y seminómadas, conocidos como chichimecas, se convirtieron en dueños de la región. La llegada de los españoles significó guerra y a pesar de su feroz resistencia, los chichimecas fueron sometidos y el territorio colonizado por población de origen otomí. Fueron ellos, los otomíes, los últimos creadores del arte rupestre en la región.

Para ellos, dejar una imagen en una roca que perdurara y resignificara el paisaje era un acto crucial y por eso los asuntos a los que hacen referencia en el arte rupestre, revelan mucho sobre lo que les era importante. Los grandes temas de la producción rupestre de los recolectores cazadores fueron las figuras y siluetas humanas o antropomorfas, los animales o zoomorfos y los motivos geométricos como el círculo.

Las pinturas rupestres son vestigios únicos e irrepetibles que nos hablan de un pasado rico en sus expresiones culturales, en su diversidad y en su persistencia. Reservarlas para el futuro es nuestra responsabilidad. Son por derecho propio parte fundamental del patrimonio cultural de México.

El arte rupestre representa la expresión humana ancestral, método por el cual se daba a entender la comprensión del mundo de quienes la crearon. El estudio de estos símbolos ha permitido averiguar en torno a las creencias de los antiguos habitantes de la tierra. En las pinturas rupestres se manifiestan los complejos pensamientos de los antiguos humanos que mediante símbolos, quedaron inmortalizados en cavernas y abrigos rocosos alrededor del mundo.

En inmediaciones del barrio La Magdalena, ubicado al sur del municipio de San Juan del Río, a una altitud de 1950 m.s.n.m, por la cañada del río San Juan, se encontraron pinturas rupestres en algunos espacios rocosos, refugios de distintos grupos de cazadores-recolectores nómadas y seminómadas. Para poder imaginar, recrear y comprender la vida de nuestros antecesores, debemos estudiar y analizar este fenómeno gráfico y su diversidad, para tratar de entender su cosmovisión. Estas manifestaciones nos muestran lo que los ojos de aquellos humanos observaban en su entorno, quienes plasmaron sobre roca todo aquello que era importante, necesario o vital, lo que su pensamiento mágico o real quería comunicar o dejar testimonio.

El sitio arqueológico de las pinturas de La Magdalena consta de una serie de pequeños abrigos rocosos distribuidos a lo largo de la rivera del río San Juan, en los que es posible apreciar terrazas acondicionadas para vivienda; las investigaciones de los arqueólogos en superficie, encontraron fragmentos de talla lítica, principalmente de obsidiana, aunque también de otras rocas, como pedernal y cuarzo.

Los motivos pictóricos están agrupados principalmente en el techo del abrigo, aunque existen algunos motivos aislados fuera del mismo; las pinturas del interior son de color blanco, principalmente motivos abstractos que se asemejan tanto en el color como en la forma. Abundan los pectiniformes (en forma de peines), círculos con rayos en el exterior, series de líneas paralelas, etcétera. Los motivos aislados en el exterior del abrigo rocoso fueron pintados en negro, otros en rojo y en blanco. Algunos de ellos, al parecer antropomorfos (de apariencia humana), en posición horizontal.

En el estado de Querétaro, el primer aporte arqueológico relacionado con la gráfica rupestre la encontramos en un artículo de Margarita Velasco y Antonio Urdapilleta de 1985, en el cual se informa de la existencia de dos sitios en la Sierra Gorda: uno de pintura conocido como “El Durazno” y otro de grabado denominado “Las Ánimas”. Entre 1985 y 1988 se registraron un total de 45 sitios. Para 1990 se informó de otros 5 abrigos rocosos con pintura y grabado en la zona limítrofe entre Querétaro y Guanajuato, en la cuenca del río Ayutla. A principios de los años 90 del siglo XX, se dieron a conocer sitios como “La Nopalera” en Cadereyta y “La Colmena” en Colón. No fue sino hasta 1997 que se inició un estudio sistemático de sitios arqueológicos de manifestaciones gráficas rupestres a escala regional. De tal forma que a fines del año 2000 ya se conocía la ubicación de un total de 108 sitios, que incluyen paneles de pintura rupestre, petrograbados y geoglifos; de éstos, 57 han sido registrados y calcados de manera sistemática, entre ellos los de La Magdalena.

Aunque los abrigos rocosos solían emplearse como sitios de resguardo contra las inclemencias ambientales, en ciertas ocasiones también se les utilizaba para realizar rituales o simplemente dejar constancia de algún evento importante. Sobre las sociedades que habitaron la región suroriente del actual estado de Querétaro, la más representativa fue la de los recolectores-cazadores. Estas sociedades vivieron en la región durante toda la época prehispánica, muchas veces en situación de frontera y convivencia con los agricultores, comerciantes y mineros mesoamericanos que durante el primer milenio de la era colonizaron gran parte del norte de México.

Los antiguos, establecieron sus primeras aldeas alrededor del 500 a. C. en las inmediaciones del río San Juan y después de colonizar buena parte del territorio norteño, lo abandonaron de forma definitiva en el siglo XVII. Fue a partir de ese momento que los nómadas y seminómadas, conocidos como chichimecas, se convirtieron en dueños de la región. La llegada de los españoles significó guerra y a pesar de su feroz resistencia, los chichimecas fueron sometidos y el territorio colonizado por población de origen otomí. Fueron ellos, los otomíes, los últimos creadores del arte rupestre en la región.

Para ellos, dejar una imagen en una roca que perdurara y resignificara el paisaje era un acto crucial y por eso los asuntos a los que hacen referencia en el arte rupestre, revelan mucho sobre lo que les era importante. Los grandes temas de la producción rupestre de los recolectores cazadores fueron las figuras y siluetas humanas o antropomorfas, los animales o zoomorfos y los motivos geométricos como el círculo.

Las pinturas rupestres son vestigios únicos e irrepetibles que nos hablan de un pasado rico en sus expresiones culturales, en su diversidad y en su persistencia. Reservarlas para el futuro es nuestra responsabilidad. Son por derecho propio parte fundamental del patrimonio cultural de México.