/ domingo 12 de mayo de 2019

El Cronista Sanjuanenser

El Mayorazgo de La Llave


El primer siglo posterior a la fundación de San Juan del Río fue crucial para solucionar los problemas de asentamientos, llevar a la población agua para consumo y riego, repartir las tierras, evangelizar a los naturales y construir las primeras edifi­caciones civiles y religiosas. Al terminar la fundación, los españoles otorgaron apoyos financieros a los descubridores y conquistadores por medio de tierras, agua, montes, pastos y minerales considerados como “bienes de la Corona de España”, pero es­taba prohibido otorgar estos bienes a las órdenes religiosas. Estas propie­dades eran encomiendas, es decir, una forma de repartir de bienes que eran de los indígenas y que se hizo en la época de Nueva España a distintos conquistadores y colonos en gran extensión de tierras. A ellos se les llamaba encomenderos. El encomendero era la cabeza de una institución colonial, tenía numerosas obligaciones de las cuales las principales eran enseñar la doctrina cristiana y defender, a su vez, a sus encomendados, en este caso sus indígenas. Sus tierras solían ser de gran productividad, los indígenas tenían la labor de trabajar la tierra y producir; de las ganancias obtenidas, una parte era para la monarquía y otra para el encomendero.

Este bien en encomienda no era asignado para siempre, pero, al perderlo, podían solicitar el mayorazgo, con el cual se adquiría dominio legítimo sobre esas tierras y con capacidad de heredarlas. El mayorazgo era una institu­ción del antiguo derecho castellano que permitía mantener un conjunto de bienes vinculados entre sí, de manera que no pudiera nunca separarse. Los bienes así vinculados pasaban al heredero, normalmente el mayor de los hijos, de forma que el grueso del patrimonio de una familia no se disemina­ba, sino que sólo podía aumentar. En San Juan del Río surgió entonces una gran extensión de tierras en dominio: el mayorazgo de La Llave. Su dueña y fundadora, hacia el año 1585, fue la mujer más rica de toda Nueva Es­paña: doña Beatriz de Andrada, española, quien en 1531 casó en segundas nupcias con Juan Jaramillo “El Viejo” (viudo, a su vez, de doña Marina, erróneamente nombrada “La Malinche”, erróneo porque es así como apodaban a Hernán Cortés), de quien heredó la encomienda de Jilotepec.

Otro elemento que afianza el poder de los españoles en el siglo XVI fue el otorgar mercedes reales, es decir, la concesión de un “premio” como reconocimiento de los méritos de alguna clase, contraídos por un vasallo, aunque el mismo nombre indica que no se hace como un pago debido en ningún contrato, sino como donativo por la voluntad del rey de España. Estas mercedes eran otorgadas principalmente a los hispanos que arribaron a la Nueva España. Con la repartición de tierras para los españoles aseguraron otorgarles mano indígena.

Finalmente quedaban aquellas tierras aptas para la agricultura y el ganado, de ahí surgen las haciendas, que eran aquellas propiedades con territorio sobre las mil hectáreas, y a veces con otras características como la alta productividad o los cultivos comerciales -cereales, agave y derivados-, con los que se lograba dicha clasificación para predios con menor extensión. Estas tierras eran otorgadas a peninsulares, algunos criollos o personas de “buen comportamiento” para la Corona. La riqueza y fertilidad de la meseta de San Juan del Río dio origen a tener cerca de treinta y cinco haciendas en el siglo XVI, pero la joya de San Juan del Río, por sobre todas, fue el mayorazgo de La Llave. Después de doña Beatriz, y entre herederos de su familia, se sabe que en el año 1856, don José Leonel Gómez de Cervantes y la Higuera era dueño de la hacienda de La Llave, a él le correspondió cumplir con la ley de desamortización de los comunales conocida como la “Ley Lerdo de Tejada”.

Así, con el paso heredado entre familias, llegó la hacienda a posesión de don José María Gómez de Cervantes y Altamirano de Velasco Padilla y Obando, Conde de Santiago de Calimaya y Marqués de Salinas, quien además fue un oficial del ejército que firmó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Este personaje, fue quien vendió la hacienda de La Llave a don Francisco de Iturbe en el año de 1858, ya desvinculada del mayorazgo. Éste manda destruirla y construye otra a quinientos metros más al norte, copia del estilo arquitectónico de Francia plasmado en el Palacio de Versalles. Dicha casona palaciega es la que se conoce hasta nuestros días como la Hacienda La Llave.

El Mayorazgo de La Llave


El primer siglo posterior a la fundación de San Juan del Río fue crucial para solucionar los problemas de asentamientos, llevar a la población agua para consumo y riego, repartir las tierras, evangelizar a los naturales y construir las primeras edifi­caciones civiles y religiosas. Al terminar la fundación, los españoles otorgaron apoyos financieros a los descubridores y conquistadores por medio de tierras, agua, montes, pastos y minerales considerados como “bienes de la Corona de España”, pero es­taba prohibido otorgar estos bienes a las órdenes religiosas. Estas propie­dades eran encomiendas, es decir, una forma de repartir de bienes que eran de los indígenas y que se hizo en la época de Nueva España a distintos conquistadores y colonos en gran extensión de tierras. A ellos se les llamaba encomenderos. El encomendero era la cabeza de una institución colonial, tenía numerosas obligaciones de las cuales las principales eran enseñar la doctrina cristiana y defender, a su vez, a sus encomendados, en este caso sus indígenas. Sus tierras solían ser de gran productividad, los indígenas tenían la labor de trabajar la tierra y producir; de las ganancias obtenidas, una parte era para la monarquía y otra para el encomendero.

Este bien en encomienda no era asignado para siempre, pero, al perderlo, podían solicitar el mayorazgo, con el cual se adquiría dominio legítimo sobre esas tierras y con capacidad de heredarlas. El mayorazgo era una institu­ción del antiguo derecho castellano que permitía mantener un conjunto de bienes vinculados entre sí, de manera que no pudiera nunca separarse. Los bienes así vinculados pasaban al heredero, normalmente el mayor de los hijos, de forma que el grueso del patrimonio de una familia no se disemina­ba, sino que sólo podía aumentar. En San Juan del Río surgió entonces una gran extensión de tierras en dominio: el mayorazgo de La Llave. Su dueña y fundadora, hacia el año 1585, fue la mujer más rica de toda Nueva Es­paña: doña Beatriz de Andrada, española, quien en 1531 casó en segundas nupcias con Juan Jaramillo “El Viejo” (viudo, a su vez, de doña Marina, erróneamente nombrada “La Malinche”, erróneo porque es así como apodaban a Hernán Cortés), de quien heredó la encomienda de Jilotepec.

Otro elemento que afianza el poder de los españoles en el siglo XVI fue el otorgar mercedes reales, es decir, la concesión de un “premio” como reconocimiento de los méritos de alguna clase, contraídos por un vasallo, aunque el mismo nombre indica que no se hace como un pago debido en ningún contrato, sino como donativo por la voluntad del rey de España. Estas mercedes eran otorgadas principalmente a los hispanos que arribaron a la Nueva España. Con la repartición de tierras para los españoles aseguraron otorgarles mano indígena.

Finalmente quedaban aquellas tierras aptas para la agricultura y el ganado, de ahí surgen las haciendas, que eran aquellas propiedades con territorio sobre las mil hectáreas, y a veces con otras características como la alta productividad o los cultivos comerciales -cereales, agave y derivados-, con los que se lograba dicha clasificación para predios con menor extensión. Estas tierras eran otorgadas a peninsulares, algunos criollos o personas de “buen comportamiento” para la Corona. La riqueza y fertilidad de la meseta de San Juan del Río dio origen a tener cerca de treinta y cinco haciendas en el siglo XVI, pero la joya de San Juan del Río, por sobre todas, fue el mayorazgo de La Llave. Después de doña Beatriz, y entre herederos de su familia, se sabe que en el año 1856, don José Leonel Gómez de Cervantes y la Higuera era dueño de la hacienda de La Llave, a él le correspondió cumplir con la ley de desamortización de los comunales conocida como la “Ley Lerdo de Tejada”.

Así, con el paso heredado entre familias, llegó la hacienda a posesión de don José María Gómez de Cervantes y Altamirano de Velasco Padilla y Obando, Conde de Santiago de Calimaya y Marqués de Salinas, quien además fue un oficial del ejército que firmó el Acta de Independencia del Imperio Mexicano. Este personaje, fue quien vendió la hacienda de La Llave a don Francisco de Iturbe en el año de 1858, ya desvinculada del mayorazgo. Éste manda destruirla y construye otra a quinientos metros más al norte, copia del estilo arquitectónico de Francia plasmado en el Palacio de Versalles. Dicha casona palaciega es la que se conoce hasta nuestros días como la Hacienda La Llave.