/ viernes 18 de octubre de 2019

Humanitas: arte y pasión

Parece verdad que en los últimos tiempos el consumo del arte en Occidente se ha disparado de manera exponencial. Me refiero al consumo como la actividad de acercarse a los objetos artísticos, a través de exposiciones en galerías, museos, espacios públicos, internet, universidades, centros culturales, centros comerciales, ferias, bienales y demás sitios. Podemos decir que hoy como nunca el arte está presente en la vida de la sociedad a través de estos sitios de consumo masivo. Nunca antes los humanos habían visitado tantos museos como en el siglo XXI, algunas cifras de museos emblemáticos de Europa nos dan cuenta de ello: el Museo de Louvre recibe más de diez millones de visitantes al año; el British Museum cerca de 9 millones y el MET de Nueva York más de 7millones en el mismo lapso de tiempo.

La pregunta es en estos tiempos de tanto arte y artistas ¿Realmente está sirviendo para algo a las sociedades del siglo XXI? Según el crítico del arte Hubertus Amelnxen no sirve de gran cosa. Hubertus afirma que los visitantes al museo realizan una suerte de visita banal, ya que de acuerdo a los estudios que ha realizado el público invierte 8 segundos a la visibilidad de una obra de arte, además que la práctica común en los espacios culturales es tomarse una selfi. Nadie se detiene a mirar una obra, a dialogar, a pensar la experiencia artística. Todos creen que entienden todo, y procrastinan la comprensión de la obra con el argumento de que si quieren saber más consultaran internet en el momento que lo requieran.

En estos tiempos de olvido y de desmemoria, de control tecnológico de las audiencias; de individualismos, de racismo, de desconfianza, de subjetividad al máximo, hay todavía quien afirma que el arte es una bocanada de oxígeno, una medicina para la sociedad enferma, intoxicada de individualidad. Las tecnologías nos controlan y vigilan permanentemente sin que estemos conscientes de ello.

En un mundo en el que se desborda el fenómeno artístico, en el que cada día aparecen nuevos artistas, la sociedad al mismo tiempo empeora, el crimen aumenta, la ignorancia se celebra, y la falta de comunidad nos hace despreciar al otro.

El capitalismo y su razón instrumental, la tecnología del poder, se expresan en todos los ámbitos de la vida humana, incluso en el arte.

Para el filósofo e historiador del arte Hubertus von Amelunxen lo importante es enseñar a los públicos a ser críticos, eso libera a los hombres, los hace ser más humanos.

Ser críticos es una tarea ardua, ya que se tiene que aprender a mirar el presente, con sus luces y sus sombras. La mayoría de las personas se complacen con admirar y deslumbrarse con las luces de su presente y son incapaces de observar las sombras que producen estas luces. En ellas se oculta lo que se excluye, lo que desecha y provoca el capitalismo rapaz y salvaje. El crítico es el que es capaz de mirar las sombras, la oscuridad del presente, la tiniebla de su época. Y en muchas ocasiones los artistas son quienes observan la oscuridad de la época, y son aptos entonces para mirar el pasado y hacer intersecciones con el presente que pueden renovar lo tóxico de la época.

Por ello es que todavía se confía en las posibilidades que tiene el arte para renovar los conceptos y las ideas banales sobre el presente, a través de la complejidad de las prácticas artísticas contemporáneas, que crean saberes que contribuyen a la construcción de sentido para las nuevas generaciones.

bobiglez@gmail.com

Parece verdad que en los últimos tiempos el consumo del arte en Occidente se ha disparado de manera exponencial. Me refiero al consumo como la actividad de acercarse a los objetos artísticos, a través de exposiciones en galerías, museos, espacios públicos, internet, universidades, centros culturales, centros comerciales, ferias, bienales y demás sitios. Podemos decir que hoy como nunca el arte está presente en la vida de la sociedad a través de estos sitios de consumo masivo. Nunca antes los humanos habían visitado tantos museos como en el siglo XXI, algunas cifras de museos emblemáticos de Europa nos dan cuenta de ello: el Museo de Louvre recibe más de diez millones de visitantes al año; el British Museum cerca de 9 millones y el MET de Nueva York más de 7millones en el mismo lapso de tiempo.

La pregunta es en estos tiempos de tanto arte y artistas ¿Realmente está sirviendo para algo a las sociedades del siglo XXI? Según el crítico del arte Hubertus Amelnxen no sirve de gran cosa. Hubertus afirma que los visitantes al museo realizan una suerte de visita banal, ya que de acuerdo a los estudios que ha realizado el público invierte 8 segundos a la visibilidad de una obra de arte, además que la práctica común en los espacios culturales es tomarse una selfi. Nadie se detiene a mirar una obra, a dialogar, a pensar la experiencia artística. Todos creen que entienden todo, y procrastinan la comprensión de la obra con el argumento de que si quieren saber más consultaran internet en el momento que lo requieran.

En estos tiempos de olvido y de desmemoria, de control tecnológico de las audiencias; de individualismos, de racismo, de desconfianza, de subjetividad al máximo, hay todavía quien afirma que el arte es una bocanada de oxígeno, una medicina para la sociedad enferma, intoxicada de individualidad. Las tecnologías nos controlan y vigilan permanentemente sin que estemos conscientes de ello.

En un mundo en el que se desborda el fenómeno artístico, en el que cada día aparecen nuevos artistas, la sociedad al mismo tiempo empeora, el crimen aumenta, la ignorancia se celebra, y la falta de comunidad nos hace despreciar al otro.

El capitalismo y su razón instrumental, la tecnología del poder, se expresan en todos los ámbitos de la vida humana, incluso en el arte.

Para el filósofo e historiador del arte Hubertus von Amelunxen lo importante es enseñar a los públicos a ser críticos, eso libera a los hombres, los hace ser más humanos.

Ser críticos es una tarea ardua, ya que se tiene que aprender a mirar el presente, con sus luces y sus sombras. La mayoría de las personas se complacen con admirar y deslumbrarse con las luces de su presente y son incapaces de observar las sombras que producen estas luces. En ellas se oculta lo que se excluye, lo que desecha y provoca el capitalismo rapaz y salvaje. El crítico es el que es capaz de mirar las sombras, la oscuridad del presente, la tiniebla de su época. Y en muchas ocasiones los artistas son quienes observan la oscuridad de la época, y son aptos entonces para mirar el pasado y hacer intersecciones con el presente que pueden renovar lo tóxico de la época.

Por ello es que todavía se confía en las posibilidades que tiene el arte para renovar los conceptos y las ideas banales sobre el presente, a través de la complejidad de las prácticas artísticas contemporáneas, que crean saberes que contribuyen a la construcción de sentido para las nuevas generaciones.

bobiglez@gmail.com