/ martes 10 de septiembre de 2019

La apatía a vencer

No es novedad que la desconfianza hacia la clase política se encuentra en sus niveles más bajos desde que dicha variable se mide. De acuerdo la Encuesta Mundial de Valores 2018 (EMV), en México poco menos de 2 de cada 10 ciudadanos tiene confianza en el gobierno y sólo uno lo hace con los partidos políticos. La métrica a la baja aplica también para el resto de las instituciones del país: diputados, senadores, fuerzas armadas, instituciones de impartición de justicia, organismos federales y locales.

Esta incredulidad hacia la vida institucional del país cobra factura diaria, afectando considerablemente el involucramiento y participación de los ciudadanos en el quehacer cívico. Es así, que el mayor desincentivo de creación de ciudadanía es el descrédito que se ha auto infligido la clase política y administrativa del país, y si bien debo reconocer que existen justos y pecadores en esa arena, la realidad es que al final el ojo crítico ciudadano no distingue a unos de otros.

El problema de esta apatía son los efectos que generan en la nación y en la sociedad. Menciono dos: Primero, la apuesta ciudadana por la apatía no sólo está llena de desesperanza y reclamos no escuchados, sino de una manifestación implícita (quizás no consciente) de apostar por modelos de gobierno menos democráticos. Es en sí una renuncia al gobierno de todos por el gobierno de unos cuantos, o quizás peor, por el gobierno de uno. De acuerdo al seguimiento anual que hace el Latinobarómetro sobre satisfacción con la democracia, la última vez que tuvimos niveles de satisfacción medios (44% decía estar muy o algo satisfecho con la democracia) fue en el 2006, y a partir de ese año todo ha sido erosión en dicha satisfacción hasta llegar al día de hoy con solo 16 de cada 100 ciudadanos conformes con el modelo democrático.

Resulta evidente que la caída de confianza en las instituciones fortalece la visión de los ciudadanos de que la democracia no funciona, y ello los lleva a desactivarse de participar en y con ciudadanía.

Segundo, el divorcio de los ciudadanos con la vida pública parece también estar afectando los niveles de convivencia social, pues conforme aumenta la discordia y desconfianza con el gobierno también tiende a incrementarse la desconfianza del ciudadano para con otros ciudadanos. La EMV 2018 refiere que en los últimos 18 años la confianza entre ciudadanos se ha deteriorado, pasando de 34% de la población mexicana que decía confiar en la mayoría de la gente a solo 11% actualmente. Las razones no son gratis, los ciudadanos creen que el gobierno ha sido ineficaz en mantener a los malos habitantes fuera de las calles y por ello prefieren desconfiar a ser víctimas.

Por ello el reto hoy es vencer la apatía ciudadana de la mano de reivindicar y dignificar la labor de la política a todos los niveles. Es crear incentivos para que los buenos ciudadanos con visión de país y responsabilidad social se sientan llamados a involucrarse en política a favor de un cambio positivo que garantice mejoras para sus comunidades y que abone al renacimiento de una convivencia solidaria entre los mexicanos.

Veo para ello una señal de esperanza y es que, mientras todas las instituciones nacionales caen en descrédito de manera constante y acelerada, hay unas que no sólo se mantienen en el ánimo ciudadano sino que han ido incrementando gradualmente su reputación social: las ONG’s, esos organismos civiles comprometidos con causas específicas que están haciendo trabajo y política pública con transparencia y honestidad a favor de todos. Ellas son el mejor ejemplo de cómo se combate la apatía y se gana democracia y bienestar al mismo tiempo.

No es novedad que la desconfianza hacia la clase política se encuentra en sus niveles más bajos desde que dicha variable se mide. De acuerdo la Encuesta Mundial de Valores 2018 (EMV), en México poco menos de 2 de cada 10 ciudadanos tiene confianza en el gobierno y sólo uno lo hace con los partidos políticos. La métrica a la baja aplica también para el resto de las instituciones del país: diputados, senadores, fuerzas armadas, instituciones de impartición de justicia, organismos federales y locales.

Esta incredulidad hacia la vida institucional del país cobra factura diaria, afectando considerablemente el involucramiento y participación de los ciudadanos en el quehacer cívico. Es así, que el mayor desincentivo de creación de ciudadanía es el descrédito que se ha auto infligido la clase política y administrativa del país, y si bien debo reconocer que existen justos y pecadores en esa arena, la realidad es que al final el ojo crítico ciudadano no distingue a unos de otros.

El problema de esta apatía son los efectos que generan en la nación y en la sociedad. Menciono dos: Primero, la apuesta ciudadana por la apatía no sólo está llena de desesperanza y reclamos no escuchados, sino de una manifestación implícita (quizás no consciente) de apostar por modelos de gobierno menos democráticos. Es en sí una renuncia al gobierno de todos por el gobierno de unos cuantos, o quizás peor, por el gobierno de uno. De acuerdo al seguimiento anual que hace el Latinobarómetro sobre satisfacción con la democracia, la última vez que tuvimos niveles de satisfacción medios (44% decía estar muy o algo satisfecho con la democracia) fue en el 2006, y a partir de ese año todo ha sido erosión en dicha satisfacción hasta llegar al día de hoy con solo 16 de cada 100 ciudadanos conformes con el modelo democrático.

Resulta evidente que la caída de confianza en las instituciones fortalece la visión de los ciudadanos de que la democracia no funciona, y ello los lleva a desactivarse de participar en y con ciudadanía.

Segundo, el divorcio de los ciudadanos con la vida pública parece también estar afectando los niveles de convivencia social, pues conforme aumenta la discordia y desconfianza con el gobierno también tiende a incrementarse la desconfianza del ciudadano para con otros ciudadanos. La EMV 2018 refiere que en los últimos 18 años la confianza entre ciudadanos se ha deteriorado, pasando de 34% de la población mexicana que decía confiar en la mayoría de la gente a solo 11% actualmente. Las razones no son gratis, los ciudadanos creen que el gobierno ha sido ineficaz en mantener a los malos habitantes fuera de las calles y por ello prefieren desconfiar a ser víctimas.

Por ello el reto hoy es vencer la apatía ciudadana de la mano de reivindicar y dignificar la labor de la política a todos los niveles. Es crear incentivos para que los buenos ciudadanos con visión de país y responsabilidad social se sientan llamados a involucrarse en política a favor de un cambio positivo que garantice mejoras para sus comunidades y que abone al renacimiento de una convivencia solidaria entre los mexicanos.

Veo para ello una señal de esperanza y es que, mientras todas las instituciones nacionales caen en descrédito de manera constante y acelerada, hay unas que no sólo se mantienen en el ánimo ciudadano sino que han ido incrementando gradualmente su reputación social: las ONG’s, esos organismos civiles comprometidos con causas específicas que están haciendo trabajo y política pública con transparencia y honestidad a favor de todos. Ellas son el mejor ejemplo de cómo se combate la apatía y se gana democracia y bienestar al mismo tiempo.