/ sábado 12 de junio de 2021

Lo que no nos define | De realidades y horizontes

México atraviesa por tiempos agitados en medio de un mar de adversidades. A menudo señalamos a la corrupción como la fuente de todos nuestros males. No obstante, ésta sólo refleja un ángulo de la fotografía completa.

La realidad mexicana es profundamente compleja. En este sentido, se requieren planteamientos serios con un enfoque multidimensional. Sólo así podremos revertir nuestra condición de atraso. Indudablemente esto exige la integración de todos los componentes de la sociedad.

La pandemia evidenció con crudeza nuestras debilidades. México se sumió una vez más en las tinieblas de la crisis. A pesar de las promesas, nuestras deficiencias nos arrastraron nuevamente a los terrenos de la desesperanza.

Seamos claros: la vida nacional transita por un momento álgido. Mucho estará en juego en los años venideros, particularmente en lo que respecta a las próximas generaciones: ¿qué mundo le entregaremos a nuestra niñez y juventud? Serán ellos los grandes arquitectos del mañana.

Al hablar de futuro, los proyectos de nación —y no de gobierno— son pieza clave. Deberán basarse en temas con perspectiva a largo plazo como el medio ambiente, la educación y la tecnología. Sin embargo, pocas soluciones pueden articularse en medio de una sociedad fracturada.

La soberbia y el rencor nos han polarizado rotundamente. Los canales de diálogo y entendimiento están obstruidos por discursos vacíos, triviales y absurdos. Asimismo, hemos olvidado nuestros puntos de encuentro y esto ha provocado que no podamos reencontrarnos; es decir, anteponemos lo que no nos define a los elementos que sí compartimos. Por eso se necesitan crear espacios de conciliación y no de destrucción. Un país dividido es uno propenso a extraviarse con facilidad.

Así pues, debemos reemplazar la política de confrontación por una de reconciliación. No seamos ingenuos: hoy en día hay más muros que puentes edificados.

Si bien las elecciones del pasado domingo constituyeron un símbolo de civismo, los resultados no pueden interpretarse con demasiado optimismo. Ya lo apuntó José Saramago: "Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay." En ocasiones es necesario quitarnos la venda de los ojos.

Otro obstáculo al que nos enfrentaremos es el resentimiento y el hartazgo social. Ambos se convirtieron en el caldo de cultivo para el surgimiento de una oleada populista. Bajo este contexto, las ideologías han funcionado como ingredientes disruptivos.

Hay mucho que hacer por delante. Habremos de elegir cuidadosamente nuestras batallas en un mundo más muerto que vivo. Todo sea por un México mejor.

¿Será el optimismo lo que no nos define?


Consultor y profesor universitario

Twitter: Petaco10marina

Facebook: Petaco Diez Marina

Instagram: Petaco10marina

México atraviesa por tiempos agitados en medio de un mar de adversidades. A menudo señalamos a la corrupción como la fuente de todos nuestros males. No obstante, ésta sólo refleja un ángulo de la fotografía completa.

La realidad mexicana es profundamente compleja. En este sentido, se requieren planteamientos serios con un enfoque multidimensional. Sólo así podremos revertir nuestra condición de atraso. Indudablemente esto exige la integración de todos los componentes de la sociedad.

La pandemia evidenció con crudeza nuestras debilidades. México se sumió una vez más en las tinieblas de la crisis. A pesar de las promesas, nuestras deficiencias nos arrastraron nuevamente a los terrenos de la desesperanza.

Seamos claros: la vida nacional transita por un momento álgido. Mucho estará en juego en los años venideros, particularmente en lo que respecta a las próximas generaciones: ¿qué mundo le entregaremos a nuestra niñez y juventud? Serán ellos los grandes arquitectos del mañana.

Al hablar de futuro, los proyectos de nación —y no de gobierno— son pieza clave. Deberán basarse en temas con perspectiva a largo plazo como el medio ambiente, la educación y la tecnología. Sin embargo, pocas soluciones pueden articularse en medio de una sociedad fracturada.

La soberbia y el rencor nos han polarizado rotundamente. Los canales de diálogo y entendimiento están obstruidos por discursos vacíos, triviales y absurdos. Asimismo, hemos olvidado nuestros puntos de encuentro y esto ha provocado que no podamos reencontrarnos; es decir, anteponemos lo que no nos define a los elementos que sí compartimos. Por eso se necesitan crear espacios de conciliación y no de destrucción. Un país dividido es uno propenso a extraviarse con facilidad.

Así pues, debemos reemplazar la política de confrontación por una de reconciliación. No seamos ingenuos: hoy en día hay más muros que puentes edificados.

Si bien las elecciones del pasado domingo constituyeron un símbolo de civismo, los resultados no pueden interpretarse con demasiado optimismo. Ya lo apuntó José Saramago: "Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay." En ocasiones es necesario quitarnos la venda de los ojos.

Otro obstáculo al que nos enfrentaremos es el resentimiento y el hartazgo social. Ambos se convirtieron en el caldo de cultivo para el surgimiento de una oleada populista. Bajo este contexto, las ideologías han funcionado como ingredientes disruptivos.

Hay mucho que hacer por delante. Habremos de elegir cuidadosamente nuestras batallas en un mundo más muerto que vivo. Todo sea por un México mejor.

¿Será el optimismo lo que no nos define?


Consultor y profesor universitario

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