/ sábado 3 de octubre de 2020

Lo que no nos define | La semana de ayer

El mal es la inestabilidad inherente a la humanidad entera que lleva al hombre fuera de sí, más allá de si, hacia algo insondable

Stefan Sweig

¿Qué está en juego? Está en juego el curso del mundo. La semana de ayer nos levantamos con la profunda tristeza de que Armenia y Azerbaiyán —dos exrepúblicas soviéticas— estaban en guerra por un conflicto territorial, mientras el cálculo político jugaba con Putin. Otra muestra es que Europa, la configuradora histórica de los valores occidentales, está desaparecida, y en materia de seguridad y política exterior, se le ha visto invertebrada.

En Estados Unidos se calcinó el debate presidencial, mismo que fue resultado de la predicación de dos absolutos: el estatus y el resultado.

¿Qué está en juego? Está en juego la democracia. ¿La democracia? ¿está en juego? Sí. Está en juego como valor fundamental de la sociedad o como principio de consulta, y a su vez, se discute la ley como principio esencial de acción del derecho.

Está en juego el resultado de nuestro aislamiento. Mi amigo, Raudel Ávila, escribió esta semana que el populismo y la soledad tienen una conexión infinita. Asimismo, está en juego la polarización del hombre. Estamos confinados, y en consecuencia, nos enfrentamos a la disyuntiva de salir o no de nuestros hogares. Queremos socializar y convivir, porque deseamos platicar y reivindicar. Está en juego jugarnos la vida o el futuro.

Mientras el mundo se desangra, nosotros seguimos preguntándonos por el cúmulo de deudas históricas que desde siglos atrás siguen configurando nuestra voluntad de no ser. Estamos sumergidos en un mundo convulso e inestable, en el que se acentúa cada vez más un clima de violencia. Frente a la crisis que atraviesa la humanidad, no es momento de hacer predicciones sobre el futuro, sino de orientar los esfuerzos sociales —desde la solidaridad y la concordia— para evitar que nuestro presente se esfume y difumine. Todas las semanas de ayer son los amaneceres de mañana.

El mal es la inestabilidad inherente a la humanidad entera que lleva al hombre fuera de sí, más allá de si, hacia algo insondable

Stefan Sweig

¿Qué está en juego? Está en juego el curso del mundo. La semana de ayer nos levantamos con la profunda tristeza de que Armenia y Azerbaiyán —dos exrepúblicas soviéticas— estaban en guerra por un conflicto territorial, mientras el cálculo político jugaba con Putin. Otra muestra es que Europa, la configuradora histórica de los valores occidentales, está desaparecida, y en materia de seguridad y política exterior, se le ha visto invertebrada.

En Estados Unidos se calcinó el debate presidencial, mismo que fue resultado de la predicación de dos absolutos: el estatus y el resultado.

¿Qué está en juego? Está en juego la democracia. ¿La democracia? ¿está en juego? Sí. Está en juego como valor fundamental de la sociedad o como principio de consulta, y a su vez, se discute la ley como principio esencial de acción del derecho.

Está en juego el resultado de nuestro aislamiento. Mi amigo, Raudel Ávila, escribió esta semana que el populismo y la soledad tienen una conexión infinita. Asimismo, está en juego la polarización del hombre. Estamos confinados, y en consecuencia, nos enfrentamos a la disyuntiva de salir o no de nuestros hogares. Queremos socializar y convivir, porque deseamos platicar y reivindicar. Está en juego jugarnos la vida o el futuro.

Mientras el mundo se desangra, nosotros seguimos preguntándonos por el cúmulo de deudas históricas que desde siglos atrás siguen configurando nuestra voluntad de no ser. Estamos sumergidos en un mundo convulso e inestable, en el que se acentúa cada vez más un clima de violencia. Frente a la crisis que atraviesa la humanidad, no es momento de hacer predicciones sobre el futuro, sino de orientar los esfuerzos sociales —desde la solidaridad y la concordia— para evitar que nuestro presente se esfume y difumine. Todas las semanas de ayer son los amaneceres de mañana.