/ sábado 14 de noviembre de 2020

Lo que no nos define|Grandeza y transición en Estados Unidos

Uno de los temas más apasionantes del análisis político es la observación del contexto en el que determinados personajes asumen las riendas de sus naciones; y, de la misma manera, las circunstancias en las que otros dejan el poder. Hay todo un imaginario que se construye, proyecta e interpreta al respecto y que permite dar vuelta a la página – o no del todo- y abrir un nuevo capítulo del trazo histórico en este eterno presente focalizado.

Estados Unidos; es decir, su sociedad, instituciones y sistema democrático, se encuentran en este punto de inflexión y sobre el cual ya demasiadas letras se han escrito y se seguirán escribiendo al respecto. Al parecer todavía quedan muchas sorpresas por venir, y lo que es un hecho es que en los próximos días viviremos algunas sacudidas interesantes con una proyección que marcará tendencia global y será un precedente relevante que nutrirá el entorno público mundial por mucho tiempo.

Hablamos de un selecto grupo de personas que en los próximos días tendrán la encomienda histórica de tomar decisiones de Estado. Se habla, por ejemplo, de la responsabilidad que tendrán los juzgadores de determinar la validez o no de la elección, con las consecuencias que esto implica para la credibilidad del sistema democrático norteamericano, su representatividad a nivel global y, sobre todo, para la tranquilidad social en una nación altamente polarizada.

Observamos las declaraciones del todavía presidente Donald Trump y de su núcleo más cercano en el marco de la estratégica posición que tienen en la Suprema Corte; lo que implica que la moneda se encuentra en el aire; sí, en ese denso aire.

Se suma también el grupo de mandatarios que han optado por reconocer los resultados de la elección o los que han preferido reservarse hasta en tanto no se haya declarado en definitiva los resultados de la misma, sacudiendo y agrupando todavía más los bloques deterministas.

Habrá que preguntarse sobre la posición que tomarán también sus fuerzas armadas; los gobernadores, empresarios, liderazgos partidistas y candidatos electos; así como también las posibles acciones legales que se emprendan en adelante ante un panorama aún más turbio; porque todavía se puede un poco más.

En política el contexto genera liderazgo; el desafío, talante; y el atino, grandeza. El político que se proyecta a la altura del momento histórico que su nación le demanda alimenta el misticismo de Estado y lo revitaliza.

Algunos Hombres de Estado son recordados por su visión, arrojo y determinación; otros por la capacidad de conciliar sus entornos polarizadores para fundar los cimientos fundacionales de la convergencia; y los hay también los que proyectan su humildad en la increíble y tormentosa soledad de la derrota.

Se antoja difícil que Donald Trump, un hombre que por su estilo y acciones ha sacudido y marcado tendencia mundial de muchas maneras, se baje del ladrillo y aterrice de golpe, sin pretextos y sospechas, en las pistas de la congruencia y el sentido común en la transición del poder. Sin embargo, la humidad será siempre una opción para él y para todos los mandatarios que se ven reflejados en él.

Todavía es muy optimista afirmar que esta coyuntura permita sentar tendencia para los gobiernos populistas y estilos totalitarios que vemos hoy en día; siempre habrá una tensión no resuelta entre la tentación y la cordura; la megalomanía y la entereza; la concentración y la pluralidad; y entre el determinismo ciego y la luz de la verdad.

Esa tensión siempre perdurará en las transiciones del poder; en los núcleos que la arropan y en la autocontemplación que se genera. El gobernante no es el Estado. Lo público no es lo estatal y uno no es solo su circunstancia, sino como transita en el proceso de su definición.

Uno de los temas más apasionantes del análisis político es la observación del contexto en el que determinados personajes asumen las riendas de sus naciones; y, de la misma manera, las circunstancias en las que otros dejan el poder. Hay todo un imaginario que se construye, proyecta e interpreta al respecto y que permite dar vuelta a la página – o no del todo- y abrir un nuevo capítulo del trazo histórico en este eterno presente focalizado.

Estados Unidos; es decir, su sociedad, instituciones y sistema democrático, se encuentran en este punto de inflexión y sobre el cual ya demasiadas letras se han escrito y se seguirán escribiendo al respecto. Al parecer todavía quedan muchas sorpresas por venir, y lo que es un hecho es que en los próximos días viviremos algunas sacudidas interesantes con una proyección que marcará tendencia global y será un precedente relevante que nutrirá el entorno público mundial por mucho tiempo.

Hablamos de un selecto grupo de personas que en los próximos días tendrán la encomienda histórica de tomar decisiones de Estado. Se habla, por ejemplo, de la responsabilidad que tendrán los juzgadores de determinar la validez o no de la elección, con las consecuencias que esto implica para la credibilidad del sistema democrático norteamericano, su representatividad a nivel global y, sobre todo, para la tranquilidad social en una nación altamente polarizada.

Observamos las declaraciones del todavía presidente Donald Trump y de su núcleo más cercano en el marco de la estratégica posición que tienen en la Suprema Corte; lo que implica que la moneda se encuentra en el aire; sí, en ese denso aire.

Se suma también el grupo de mandatarios que han optado por reconocer los resultados de la elección o los que han preferido reservarse hasta en tanto no se haya declarado en definitiva los resultados de la misma, sacudiendo y agrupando todavía más los bloques deterministas.

Habrá que preguntarse sobre la posición que tomarán también sus fuerzas armadas; los gobernadores, empresarios, liderazgos partidistas y candidatos electos; así como también las posibles acciones legales que se emprendan en adelante ante un panorama aún más turbio; porque todavía se puede un poco más.

En política el contexto genera liderazgo; el desafío, talante; y el atino, grandeza. El político que se proyecta a la altura del momento histórico que su nación le demanda alimenta el misticismo de Estado y lo revitaliza.

Algunos Hombres de Estado son recordados por su visión, arrojo y determinación; otros por la capacidad de conciliar sus entornos polarizadores para fundar los cimientos fundacionales de la convergencia; y los hay también los que proyectan su humildad en la increíble y tormentosa soledad de la derrota.

Se antoja difícil que Donald Trump, un hombre que por su estilo y acciones ha sacudido y marcado tendencia mundial de muchas maneras, se baje del ladrillo y aterrice de golpe, sin pretextos y sospechas, en las pistas de la congruencia y el sentido común en la transición del poder. Sin embargo, la humidad será siempre una opción para él y para todos los mandatarios que se ven reflejados en él.

Todavía es muy optimista afirmar que esta coyuntura permita sentar tendencia para los gobiernos populistas y estilos totalitarios que vemos hoy en día; siempre habrá una tensión no resuelta entre la tentación y la cordura; la megalomanía y la entereza; la concentración y la pluralidad; y entre el determinismo ciego y la luz de la verdad.

Esa tensión siempre perdurará en las transiciones del poder; en los núcleos que la arropan y en la autocontemplación que se genera. El gobernante no es el Estado. Lo público no es lo estatal y uno no es solo su circunstancia, sino como transita en el proceso de su definición.