/ martes 21 de septiembre de 2021

Psicología para todos | La confianza de la mujer


La fórmula había sido codificada en el siglo XIII por el teólogo, Ibn Taymiyya, con la imagen de un orden islámico fundado sobre el concepto de hisba, conjunto de medidas dirigidas a cumplir el precepto coránico de “ordenar lo mandado e impedir lo prohibido”, enlazando vigilancia y castigos implacables. El poder talibán y el estado islámico fueron la plasmación de tal exigencia.

Para las mujeres, esa aspiración de rigor sin fisuras y la incidencia de los usos locales llevaron a convertir el principio de subordinación de ellas, inscrito en el Corán, en una total destrucción como persona, inspirada en la visión peyorativa de los habitantes o supuestas sentencias del profeta, donde las mujeres están en el infierno y son fuente de perversión. Desde la óptica talibana, debían ser simples reproductoras, enclaustradas en el hogar, sin proyección pública alguna, siempre bajo la amenaza del castigo físico, desde los latigazos hasta la muerte. Las mujeres engañadas desde hace 20 años, por quienes las convencieron de ser libres y defender sus derechos, y que ellas confiaron a ciegas, en unas feministas desconocidas.

En el Corán la mujer tiene acceso al paraíso, incluso en el vestido, un hadith clásico limita su visibilidad a cara y manos. Para nada la imposición del burka o del niqab, tomada de costumbres regionales, lo mismo que la ablación del clítoris. Pretendiendo ser fiel a la sharía, la destrucción talibana de la mujer era el simple fruto de una orientación represiva. Han faltado voces femeninas que en Occidente y en México encabezadas por las iluminadas y tradicionales feministas a nivel nacional o local y otras mujeres demócratas—, no han convocado una movilización general en defensa de los derechos de la mujer afgana. Sorprende, el silencio del feminismo-oficialmente-militante del movimiento Me Too, o del bloque gubernamental femenino (con excepciones).

Es cierto que su misión o nuestra misión inmediata, consiste en seguir defendiéndonos, frente al machismo que no cesa, pero es que las afganas, las aún recientes esclavas, víctimas del estado Islámico, son también mujeres. Finalmente en mi casa y ahora mientras veo la serie, The White Lotus y mientras escucho el discurso en esa familia tan peculiar, en la que una chica defiende las causas nobles del planeta mientras maltrata a su hermano sin misericordia, pensé en lo que muy ligeramente habría aconsejado a un amigo o familiar, sobre algo, y lo puntilloso y riguroso que esos consejos que se hacen cuando los pide un desconocido. Quizá tenga que ver con la primera o única impresión que los demás se llevarán de ti, aunque no sepan ni tu nombre y mañana no recuerden ni tu cara, y en cierto modo eso está bien, pues maltratar a quien quieres, no es correcto. La solidaridad entre mujeres debe ser en todo momento, aclaración para las nuevas sensibilidades.


La fórmula había sido codificada en el siglo XIII por el teólogo, Ibn Taymiyya, con la imagen de un orden islámico fundado sobre el concepto de hisba, conjunto de medidas dirigidas a cumplir el precepto coránico de “ordenar lo mandado e impedir lo prohibido”, enlazando vigilancia y castigos implacables. El poder talibán y el estado islámico fueron la plasmación de tal exigencia.

Para las mujeres, esa aspiración de rigor sin fisuras y la incidencia de los usos locales llevaron a convertir el principio de subordinación de ellas, inscrito en el Corán, en una total destrucción como persona, inspirada en la visión peyorativa de los habitantes o supuestas sentencias del profeta, donde las mujeres están en el infierno y son fuente de perversión. Desde la óptica talibana, debían ser simples reproductoras, enclaustradas en el hogar, sin proyección pública alguna, siempre bajo la amenaza del castigo físico, desde los latigazos hasta la muerte. Las mujeres engañadas desde hace 20 años, por quienes las convencieron de ser libres y defender sus derechos, y que ellas confiaron a ciegas, en unas feministas desconocidas.

En el Corán la mujer tiene acceso al paraíso, incluso en el vestido, un hadith clásico limita su visibilidad a cara y manos. Para nada la imposición del burka o del niqab, tomada de costumbres regionales, lo mismo que la ablación del clítoris. Pretendiendo ser fiel a la sharía, la destrucción talibana de la mujer era el simple fruto de una orientación represiva. Han faltado voces femeninas que en Occidente y en México encabezadas por las iluminadas y tradicionales feministas a nivel nacional o local y otras mujeres demócratas—, no han convocado una movilización general en defensa de los derechos de la mujer afgana. Sorprende, el silencio del feminismo-oficialmente-militante del movimiento Me Too, o del bloque gubernamental femenino (con excepciones).

Es cierto que su misión o nuestra misión inmediata, consiste en seguir defendiéndonos, frente al machismo que no cesa, pero es que las afganas, las aún recientes esclavas, víctimas del estado Islámico, son también mujeres. Finalmente en mi casa y ahora mientras veo la serie, The White Lotus y mientras escucho el discurso en esa familia tan peculiar, en la que una chica defiende las causas nobles del planeta mientras maltrata a su hermano sin misericordia, pensé en lo que muy ligeramente habría aconsejado a un amigo o familiar, sobre algo, y lo puntilloso y riguroso que esos consejos que se hacen cuando los pide un desconocido. Quizá tenga que ver con la primera o única impresión que los demás se llevarán de ti, aunque no sepan ni tu nombre y mañana no recuerden ni tu cara, y en cierto modo eso está bien, pues maltratar a quien quieres, no es correcto. La solidaridad entre mujeres debe ser en todo momento, aclaración para las nuevas sensibilidades.