/ martes 16 de febrero de 2021

Psicología para todos|Errores grotescos

Mucho pesará en el juicio de la historia la forma en como el gobierno federal gestionó la pandemia, su obstinación por no corregir el rumbo, por no abrir la puerta a otras soluciones. La vida para millones de mexicanos depende de un sistema de salud desmantelado y de las malas decisiones de quienes lideran la lucha contra el virus.

Por décadas hemos retratado los trámites gubernamentales como un viacrucis; que le falta a tu oficio, la fotocopia que era por triplicado, el certificado que debe ser original, la excepción que puede darte el jefe del área, pero ya sale de vacaciones. ¿Qué pasa si en lugar de papeles se trata de la vida de un ser querido?

Historias vimos en video, circulando la semana pasada, es un testimonio brutal de lo que nos hemos convertido. Un hombre yace en el suelo a las puertas cerradas de un centro de salud. Familiares imploran, hincados, para que les abran. Un joven grita: “¡Señorita, sea humana, por favor!”, “¡está vivo!”, “¡allá hay un especialista!”. Alguien detrás del cristal se acerca, parece un oficial de seguridad, así como llegó se retira. Un familiar intenta dar respiración de boca a boca ante la frialdad de los testigos. El joven golpea, desesperado, las puertas de cristal, con su palma de la mano toca uno de los varios logotipos de la institución, esa águila protectora que con sus alas resguarda a la familia mexicana, ese centro que en estos momentos es una puerta cerrada, terca, obstinada en seguir las reglas más que en salvar vidas. “¡Tiene insuficiencia renal, no es Covid-19!”, “¡Papá, papá, papá, no no no no, papá!”, exclama el hijo, “¡Puta madre, pinche servicio ojete!”, se desahoga una mujer. El hombre murió.

Otros casos de terror: “¿Todavía no tienes servicio funerario?”, pregunta el “gestor” en un juzgado donde se tramitan certificados de defunción en la Ciudad de México. No está afuera del inmueble, sino adentro, ofreciendo sus servicios a sólo tres pasos de un policía capitalino que resguarda el juzgado y que permite transcurrir la negociación.

-“Mira”, prosigue el gestor. “Nosotros podemos hacer un paquete con el certificado de defunción y el servicio de cremación directa, o en su caso inhumación. Nosotros vamos por el cuerpo, lo certificamos y cobramos 1o mil pesos, pero ya nosotros liberamos todo. Incluye el ataúd si es inhumación; si es cremación, nada más es la bolsa séptica y la urna. Liberamos los trámites, el certificado, el crematorio, el acta de defunción, sino la hace con nosotros todo, hasta la entrega del cuerpo se tardará dos semanas”.

La escena ocurre en el juzgado habilitado extraordinariamente por el Registro Civil en la sede de la Agencia de Protección Sanitaria de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México (Sedesa), en la alcaldía Cuauhtémoc. En una de las entradas del inmueble oficial, la dependencia colocó un aviso: “Todos los trámites que se realizan en esta oficina son gratuitos. Por ningún motivo acepte ayuda de desconocidos o de gente ajena a esta oficina, como los que se encuentran en los alrededores ofreciendo la emisión de certificados de defunción”.

Mucho pesará en el juicio de la historia la forma en como el gobierno federal gestionó la pandemia, su obstinación por no corregir el rumbo, por no abrir la puerta a otras soluciones. La vida para millones de mexicanos depende de un sistema de salud desmantelado y de las malas decisiones de quienes lideran la lucha contra el virus.

Por décadas hemos retratado los trámites gubernamentales como un viacrucis; que le falta a tu oficio, la fotocopia que era por triplicado, el certificado que debe ser original, la excepción que puede darte el jefe del área, pero ya sale de vacaciones. ¿Qué pasa si en lugar de papeles se trata de la vida de un ser querido?

Historias vimos en video, circulando la semana pasada, es un testimonio brutal de lo que nos hemos convertido. Un hombre yace en el suelo a las puertas cerradas de un centro de salud. Familiares imploran, hincados, para que les abran. Un joven grita: “¡Señorita, sea humana, por favor!”, “¡está vivo!”, “¡allá hay un especialista!”. Alguien detrás del cristal se acerca, parece un oficial de seguridad, así como llegó se retira. Un familiar intenta dar respiración de boca a boca ante la frialdad de los testigos. El joven golpea, desesperado, las puertas de cristal, con su palma de la mano toca uno de los varios logotipos de la institución, esa águila protectora que con sus alas resguarda a la familia mexicana, ese centro que en estos momentos es una puerta cerrada, terca, obstinada en seguir las reglas más que en salvar vidas. “¡Tiene insuficiencia renal, no es Covid-19!”, “¡Papá, papá, papá, no no no no, papá!”, exclama el hijo, “¡Puta madre, pinche servicio ojete!”, se desahoga una mujer. El hombre murió.

Otros casos de terror: “¿Todavía no tienes servicio funerario?”, pregunta el “gestor” en un juzgado donde se tramitan certificados de defunción en la Ciudad de México. No está afuera del inmueble, sino adentro, ofreciendo sus servicios a sólo tres pasos de un policía capitalino que resguarda el juzgado y que permite transcurrir la negociación.

-“Mira”, prosigue el gestor. “Nosotros podemos hacer un paquete con el certificado de defunción y el servicio de cremación directa, o en su caso inhumación. Nosotros vamos por el cuerpo, lo certificamos y cobramos 1o mil pesos, pero ya nosotros liberamos todo. Incluye el ataúd si es inhumación; si es cremación, nada más es la bolsa séptica y la urna. Liberamos los trámites, el certificado, el crematorio, el acta de defunción, sino la hace con nosotros todo, hasta la entrega del cuerpo se tardará dos semanas”.

La escena ocurre en el juzgado habilitado extraordinariamente por el Registro Civil en la sede de la Agencia de Protección Sanitaria de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México (Sedesa), en la alcaldía Cuauhtémoc. En una de las entradas del inmueble oficial, la dependencia colocó un aviso: “Todos los trámites que se realizan en esta oficina son gratuitos. Por ningún motivo acepte ayuda de desconocidos o de gente ajena a esta oficina, como los que se encuentran en los alrededores ofreciendo la emisión de certificados de defunción”.