/ miércoles 5 de junio de 2019

Sólo para villamelones

Hay quien sostiene que esta edición 2019 de la Feria de San Isidro ha sido la mejor de los últimos tiempos, pero hay también quien piensa que no ha hecho mas que reflejar un sombrío momento que vive la Fiesta. Lo que nadie puede negar es que el serial, que ya va a la mitad de su realización, ha contado con elementos que lo han hecho un tanto distinto y nada aburrido.

Elementos que van desde la desgracia de las cornadas frecuentes, los errores de autoridad, las faenas recordables, el nacimiento de nuevos nombres y la reafirmación de algunos otros. Con ellos también va, para quienes somos mexicanos, la participación mayoritariamente gris de nuestros representantes aztecas.

Lo que parece ser un hecho, es que San Isidro, o Las Ventas de Madrid, para regocijo de unos y molestia de otros, se torna en un espacio un poco más moldeable, más presto a las concesiones; en suma, más fácil. Cierto es que siguen devolviéndose toros a la menor provocación, pero también que cortar una oreja, o dos, no parece la hazaña que significaba antes.

Varias orejas han sido los concedidas este año que, ni por asomo, hubiesen sido cortadas en otros tiempos, y hasta una puerta grande, la de Miguel Ángel Perera, careció del convencimiento popular que tal acontecimiento presumiría y desató la ira del sector venteño más exigente, el del tendido siete, que exigió, con mantas, la destitución de unos de los presidentes de la Feria. A eso habría que sumar una substitución tardía de un burel y la negativa de otros trofeos que, para muchos, habrían sido justos.

De lo mejor, el triunfo de un joven torero en su misma confirmación de alternativa: David de Miranda; la reafirmación del peruano Andrés Roca Rey como el amo de la taquilla, al agotar el boletaje en sus presentaciones madrileñas y demostrar en el ruedo el porqué de las expectativas; la recia voluntad de Paco Ureña, los muletazos de ensueño de Pablo Aguado; o la faena, acaso sobredimensionada, de Antonio Ferrera, quien se dio el lujo, inédito al menos en décadas, de matar recibiendo desde diez metros de distancia.

Sí, la de este año, a mitad del camino, ya ha sido una Feria interesante, distinta, donde cuatro mexicanos hicieron el paseíllo, destacando la solicitud de oreja para Luis David, que finalmente no fue concedida, y la vibrante actuación del queretano Diego San Román, que hizo gala de un valor que mucho le honra, pero que acaso no basta, o no bastaba, para una plaza como la de Madrid.

Hay quien sostiene que esta edición 2019 de la Feria de San Isidro ha sido la mejor de los últimos tiempos, pero hay también quien piensa que no ha hecho mas que reflejar un sombrío momento que vive la Fiesta. Lo que nadie puede negar es que el serial, que ya va a la mitad de su realización, ha contado con elementos que lo han hecho un tanto distinto y nada aburrido.

Elementos que van desde la desgracia de las cornadas frecuentes, los errores de autoridad, las faenas recordables, el nacimiento de nuevos nombres y la reafirmación de algunos otros. Con ellos también va, para quienes somos mexicanos, la participación mayoritariamente gris de nuestros representantes aztecas.

Lo que parece ser un hecho, es que San Isidro, o Las Ventas de Madrid, para regocijo de unos y molestia de otros, se torna en un espacio un poco más moldeable, más presto a las concesiones; en suma, más fácil. Cierto es que siguen devolviéndose toros a la menor provocación, pero también que cortar una oreja, o dos, no parece la hazaña que significaba antes.

Varias orejas han sido los concedidas este año que, ni por asomo, hubiesen sido cortadas en otros tiempos, y hasta una puerta grande, la de Miguel Ángel Perera, careció del convencimiento popular que tal acontecimiento presumiría y desató la ira del sector venteño más exigente, el del tendido siete, que exigió, con mantas, la destitución de unos de los presidentes de la Feria. A eso habría que sumar una substitución tardía de un burel y la negativa de otros trofeos que, para muchos, habrían sido justos.

De lo mejor, el triunfo de un joven torero en su misma confirmación de alternativa: David de Miranda; la reafirmación del peruano Andrés Roca Rey como el amo de la taquilla, al agotar el boletaje en sus presentaciones madrileñas y demostrar en el ruedo el porqué de las expectativas; la recia voluntad de Paco Ureña, los muletazos de ensueño de Pablo Aguado; o la faena, acaso sobredimensionada, de Antonio Ferrera, quien se dio el lujo, inédito al menos en décadas, de matar recibiendo desde diez metros de distancia.

Sí, la de este año, a mitad del camino, ya ha sido una Feria interesante, distinta, donde cuatro mexicanos hicieron el paseíllo, destacando la solicitud de oreja para Luis David, que finalmente no fue concedida, y la vibrante actuación del queretano Diego San Román, que hizo gala de un valor que mucho le honra, pero que acaso no basta, o no bastaba, para una plaza como la de Madrid.