/ miércoles 26 de junio de 2019

Sólo para villamelones

Los grandes están destinados a serlo. Nada parece detenerlos, ni nadie opaca su brillo.

Uno diría, a veces con razón y fundamento, que aquello que no se practica constantemente acaba por perderse; que al pianista se le entumen los dedos si no los coloca con frecuencia en el teclado, que al corredor de fondo se le acaba el aliento si no hay un entrenamiento constante, o que al médico se le puede morir el paciente si no se mantiene actualizado sobre los nuevos descubrimientos en su materia. Uno diría eso, con razón y fundamento.

Y también uno sostendría lógicamente estas aseveraciones tratándose de un torero, porque cuando un torero no torea, no se pone frente a las astas de un toro bravo con cierta frecuencia, se dice que pierde “sitio”, esa capacidad de encontrarle la distancia a los bureles y estructurar faenas con solvencia. Dícese que cuesta trabajo hacerlo si no se lidia con constancia, y las consecuencias suelen verse claramente desde los tendidos.

Y entonces, si esto es razonablemente así, ¿cómo explicamos el fenómeno José Tomás?

Se podrán criticar muchas cosas del diestro de Galapagar: Las pocas oportunidades que brinda para verlo, sus melindres para autorizar la trasmisión de sus participaciones, las plazas, los toros y los alternantes que escoge para presentarse, los altos precios de las entradas, la excesiva dadivosidad en sus premios; las condiciones generales, en fin, de sus escasas presentaciones. Pero creo que muy pocos podrán ponerle peros a su toreo.

Un toreo que practica poco, muy poco, al menos en público; apenas un par de festejos al año, escogidos con acuciosidad y generadores de una expectación que sobrepasa, con mucho, a la presentación de cualquier otro torero del momento, incluido Andrés Roca Rey, quien es el que acapara las posibilidades de colgar el letrerito de “no hay billetes” sobre la taquilla.

Pero si al pianista se le entumen los dedos, el corredor baja sus tiempos y al médico se le muere el paciente, si no practican y se actualizan a diario, ¿por qué a José Tomás, ese fenómeno taurino de nuestro tiempo, no le pasa factura la inactividad? ¿Por qué y de qué manera, con dos tardes al año, tiene, y le sobra, para poner al espectador al filo del asiento, moviendo sensibilidades, provocando sentimientos, generalizando admiraciones? A saber…

Lo cierto, lo que se puede constatar, es que Tomás volvió una tarde (la única anunciada hasta ahora) a Granada, en un festejo con todo a su favor: un alternante rejoneador, cuatro toros de diversas ganaderías para él, un público quizá no tan exigente, y las condiciones de no trasmisión televisiva de siempre. Volvió y lo hizo de manera rotunda: 6 orejas y un rabo.

Sí, quizá trofeos entregados con demasiada soltura, y quizá un público tomasista en los tendidos, dispuesto a corear todo. Quizá, pero ¿alguien puede permanecer impávido ante un muletazo de quien casi pierde la vida, hace algunos años, en Aguascalientes? ¿Alguien no se estremece con las cercanías, con la trasmisión, con la grandeza de su toreo?

José Tomás es un grande, un fuera de serie. Sólo así se explica lo que provoca con apenas pararse en las plazas de toros. Un grande que escribe una de las páginas más importantes, y extrañas, de la historia del toreo.

Los grandes están destinados a serlo. Nada parece detenerlos, ni nadie opaca su brillo.

Uno diría, a veces con razón y fundamento, que aquello que no se practica constantemente acaba por perderse; que al pianista se le entumen los dedos si no los coloca con frecuencia en el teclado, que al corredor de fondo se le acaba el aliento si no hay un entrenamiento constante, o que al médico se le puede morir el paciente si no se mantiene actualizado sobre los nuevos descubrimientos en su materia. Uno diría eso, con razón y fundamento.

Y también uno sostendría lógicamente estas aseveraciones tratándose de un torero, porque cuando un torero no torea, no se pone frente a las astas de un toro bravo con cierta frecuencia, se dice que pierde “sitio”, esa capacidad de encontrarle la distancia a los bureles y estructurar faenas con solvencia. Dícese que cuesta trabajo hacerlo si no se lidia con constancia, y las consecuencias suelen verse claramente desde los tendidos.

Y entonces, si esto es razonablemente así, ¿cómo explicamos el fenómeno José Tomás?

Se podrán criticar muchas cosas del diestro de Galapagar: Las pocas oportunidades que brinda para verlo, sus melindres para autorizar la trasmisión de sus participaciones, las plazas, los toros y los alternantes que escoge para presentarse, los altos precios de las entradas, la excesiva dadivosidad en sus premios; las condiciones generales, en fin, de sus escasas presentaciones. Pero creo que muy pocos podrán ponerle peros a su toreo.

Un toreo que practica poco, muy poco, al menos en público; apenas un par de festejos al año, escogidos con acuciosidad y generadores de una expectación que sobrepasa, con mucho, a la presentación de cualquier otro torero del momento, incluido Andrés Roca Rey, quien es el que acapara las posibilidades de colgar el letrerito de “no hay billetes” sobre la taquilla.

Pero si al pianista se le entumen los dedos, el corredor baja sus tiempos y al médico se le muere el paciente, si no practican y se actualizan a diario, ¿por qué a José Tomás, ese fenómeno taurino de nuestro tiempo, no le pasa factura la inactividad? ¿Por qué y de qué manera, con dos tardes al año, tiene, y le sobra, para poner al espectador al filo del asiento, moviendo sensibilidades, provocando sentimientos, generalizando admiraciones? A saber…

Lo cierto, lo que se puede constatar, es que Tomás volvió una tarde (la única anunciada hasta ahora) a Granada, en un festejo con todo a su favor: un alternante rejoneador, cuatro toros de diversas ganaderías para él, un público quizá no tan exigente, y las condiciones de no trasmisión televisiva de siempre. Volvió y lo hizo de manera rotunda: 6 orejas y un rabo.

Sí, quizá trofeos entregados con demasiada soltura, y quizá un público tomasista en los tendidos, dispuesto a corear todo. Quizá, pero ¿alguien puede permanecer impávido ante un muletazo de quien casi pierde la vida, hace algunos años, en Aguascalientes? ¿Alguien no se estremece con las cercanías, con la trasmisión, con la grandeza de su toreo?

José Tomás es un grande, un fuera de serie. Sólo así se explica lo que provoca con apenas pararse en las plazas de toros. Un grande que escribe una de las páginas más importantes, y extrañas, de la historia del toreo.