/ miércoles 7 de agosto de 2019

Sólo para villamelones

El toreo no divierte, o no necesariamente lo hace. El toreo emociona.

Por eso, cuando surge un momento, una faena completa, o mejor aún, un torero de especiales características como para emocionar, la Fiesta de los Toros se transforma y revitaliza, se vuelve viva y latente.

Por eso se habla tanto, y tan bien, de Pablo Aguado; porque es uno de esos toreros que emocionan hasta la médula y hacen regresar a los aficionados de cepa a esas sensaciones por las que decidieron, quien sabe cuándo, serlo.

Aguado, el del triunfo rotundo en Sevilla y la reafirmación en Madrid, lo volvió a hacer. Ahora fue, apenas el pasado sábado, en Huelva, en la tercera corrida de la Feria de Colombinas de este año, en una tarde en la que alternó con Morante de la Puebla y David de Miranda, y donde lidió dos bureles de Albarreal.

Cortó dos orejas de su segundo, luego de malograr la faena de su primero con la toledana, pero los apéndices, nunca como ahora, fueron sólo retazos. Lo importante, lo trascendente, es lo que volvió a mostrar el torero sevillano con el capote y con la muleta en momentos que rayaron en lo sublime.

A pesar de que el corte de orejas se dio tras la lidia de su segundo, Pablo estuvo todavía mejor con su primero, simplemente porque era mejor y contaba con características adecuadas para que el torero mostrara sus virtudes. El de Sevilla bordó las verónicas en una tanda de antología y luego llevó al caballo al toro por chicuelinas; hizo gala de elegantes recursos cuando el burel le comprometió los terrenos y corrió la mano de manera espléndida con la muleta, por ambos lados.

Durante la lidia de su primero regaló algún prodigioso cambio de mano, dibujó muletazos de la firma perfectos y se abandonó en la elaboración de su tauromaquia. Lástima de la falla con la espada, aunque la tarea había sido cubierta con excelencia.

En su segundo, el de los dos apéndices, Aguado también bordó el toreo, tanto con la capa, donde remató una tanda a una mano con tal excelsitud que las imágenes del momento recorren las redes sociales con insistencia, y estructuró una entregada y profunda faena con la muleta que, ahora sí, coronó con la espada.

Como apoteósica catalogan algunas crónicas la presentación de Pablo Aguado en Huelva. Basta ver las imágenes para convencerse que estamos frente a un fuera de serie, uno de esos matadores de toros que, de vez en vez, vienen a recordarnos de que va esto que llaman torear.

Porque el toreo, el verdadero toreo, como decíamos, no se queda en el ambiguo significado de divertir, sino que emociona y transforma por dentro a quien lo interpreta y a quien lo observa interpretar.

Anhelo que el diestro sevillano venga este fin de año a México. Anhelo también que se mantenga en su estilo y alejado de la práctica en la que desgraciadamente han caído muchos de sus connacionales en nuestro país, abogando por el toro chico y el billete grande.

Sí, no temo equivocarme si aseguro que Pablo Aguado es un fuera de serie, un torero que de tan clásico se vuelve distinto; un torero de verdad, de honda y emocionante verdad.

El toreo no divierte, o no necesariamente lo hace. El toreo emociona.

Por eso, cuando surge un momento, una faena completa, o mejor aún, un torero de especiales características como para emocionar, la Fiesta de los Toros se transforma y revitaliza, se vuelve viva y latente.

Por eso se habla tanto, y tan bien, de Pablo Aguado; porque es uno de esos toreros que emocionan hasta la médula y hacen regresar a los aficionados de cepa a esas sensaciones por las que decidieron, quien sabe cuándo, serlo.

Aguado, el del triunfo rotundo en Sevilla y la reafirmación en Madrid, lo volvió a hacer. Ahora fue, apenas el pasado sábado, en Huelva, en la tercera corrida de la Feria de Colombinas de este año, en una tarde en la que alternó con Morante de la Puebla y David de Miranda, y donde lidió dos bureles de Albarreal.

Cortó dos orejas de su segundo, luego de malograr la faena de su primero con la toledana, pero los apéndices, nunca como ahora, fueron sólo retazos. Lo importante, lo trascendente, es lo que volvió a mostrar el torero sevillano con el capote y con la muleta en momentos que rayaron en lo sublime.

A pesar de que el corte de orejas se dio tras la lidia de su segundo, Pablo estuvo todavía mejor con su primero, simplemente porque era mejor y contaba con características adecuadas para que el torero mostrara sus virtudes. El de Sevilla bordó las verónicas en una tanda de antología y luego llevó al caballo al toro por chicuelinas; hizo gala de elegantes recursos cuando el burel le comprometió los terrenos y corrió la mano de manera espléndida con la muleta, por ambos lados.

Durante la lidia de su primero regaló algún prodigioso cambio de mano, dibujó muletazos de la firma perfectos y se abandonó en la elaboración de su tauromaquia. Lástima de la falla con la espada, aunque la tarea había sido cubierta con excelencia.

En su segundo, el de los dos apéndices, Aguado también bordó el toreo, tanto con la capa, donde remató una tanda a una mano con tal excelsitud que las imágenes del momento recorren las redes sociales con insistencia, y estructuró una entregada y profunda faena con la muleta que, ahora sí, coronó con la espada.

Como apoteósica catalogan algunas crónicas la presentación de Pablo Aguado en Huelva. Basta ver las imágenes para convencerse que estamos frente a un fuera de serie, uno de esos matadores de toros que, de vez en vez, vienen a recordarnos de que va esto que llaman torear.

Porque el toreo, el verdadero toreo, como decíamos, no se queda en el ambiguo significado de divertir, sino que emociona y transforma por dentro a quien lo interpreta y a quien lo observa interpretar.

Anhelo que el diestro sevillano venga este fin de año a México. Anhelo también que se mantenga en su estilo y alejado de la práctica en la que desgraciadamente han caído muchos de sus connacionales en nuestro país, abogando por el toro chico y el billete grande.

Sí, no temo equivocarme si aseguro que Pablo Aguado es un fuera de serie, un torero que de tan clásico se vuelve distinto; un torero de verdad, de honda y emocionante verdad.