/ miércoles 11 de septiembre de 2019

Sólo para villamelones

Cuando se sueña se imagina lo mejor: El mejor momento, la mejor experiencia, la mejor sensación. Imaginar que todo sale perfecto nos hace felices. Y a veces, pocas por cierto, la imaginación se hace realidad, o también, nos sobrepasa.

La tarde del pasado sábado, en la preciosa plaza francesa de Arles, con su ruedo ovalado y su historia acumulada, había sido la escogida por Juan Bautista para su anunciada despedida como matador de toros en activo. Tras algunos meses de inactividad y la lesión de Andrés Roca Rey, que le impidió estar en tan señalada fecha, Bautista hizo el paseíllo en compañía de Enrique Ponce, con la intención de matar una corrida donde se anunciaban toros de diversas ganaderías.

¿Qué se puede desear para una tarde así de significativa? ¿Qué se puede imaginar para el colofón de una brillante carrera?

El torero francés cortó la oreja de su primero y luego las dos de su segundo. Hasta ahí todo marchaba de manera inmejorable. Pero saltó al ruedo el sexto del festejo, un toro de Vegahermosa, que había sido nombrado “Ingenioso” y que representaba el último en la vida taurina del torero. Salió tan bueno que fue indultado para que quién se despedía paseara, al final de la lidia, dos orejas y rabo simbólicos.

Y como si todo ese sueño no fuera suficiente, una vez concluido formalmente el festejo, la esposa de Bautista, acompañada de la banda de música de la plaza, entonó una canción de Edith Piaf y llenó con su voz el histórico recinto, poniendo, con su interpretación, un emotivo punto final a la última tarde del torero.

Con lo vivido el pasado sábado se volvió a demostrar que, a veces, demasiado pocas, la imaginación de los sueños puede verse rebasada por la realidad. Juan Bautista va a ser extrañado en los ruedos y su última tarde será recordada para la eternidad.

Cuando se sueña se imagina lo mejor: El mejor momento, la mejor experiencia, la mejor sensación. Imaginar que todo sale perfecto nos hace felices. Y a veces, pocas por cierto, la imaginación se hace realidad, o también, nos sobrepasa.

La tarde del pasado sábado, en la preciosa plaza francesa de Arles, con su ruedo ovalado y su historia acumulada, había sido la escogida por Juan Bautista para su anunciada despedida como matador de toros en activo. Tras algunos meses de inactividad y la lesión de Andrés Roca Rey, que le impidió estar en tan señalada fecha, Bautista hizo el paseíllo en compañía de Enrique Ponce, con la intención de matar una corrida donde se anunciaban toros de diversas ganaderías.

¿Qué se puede desear para una tarde así de significativa? ¿Qué se puede imaginar para el colofón de una brillante carrera?

El torero francés cortó la oreja de su primero y luego las dos de su segundo. Hasta ahí todo marchaba de manera inmejorable. Pero saltó al ruedo el sexto del festejo, un toro de Vegahermosa, que había sido nombrado “Ingenioso” y que representaba el último en la vida taurina del torero. Salió tan bueno que fue indultado para que quién se despedía paseara, al final de la lidia, dos orejas y rabo simbólicos.

Y como si todo ese sueño no fuera suficiente, una vez concluido formalmente el festejo, la esposa de Bautista, acompañada de la banda de música de la plaza, entonó una canción de Edith Piaf y llenó con su voz el histórico recinto, poniendo, con su interpretación, un emotivo punto final a la última tarde del torero.

Con lo vivido el pasado sábado se volvió a demostrar que, a veces, demasiado pocas, la imaginación de los sueños puede verse rebasada por la realidad. Juan Bautista va a ser extrañado en los ruedos y su última tarde será recordada para la eternidad.