/ miércoles 18 de septiembre de 2019

Sólo para villamelones

El solicitar el cambio de tercio tras la colocación de tan solo dos pares de banderillas es un detalle muy significativo de la falta de seriedad que pueden tenerle los protagonistas de la Fiesta de Toros a ese espectáculo que es también, desde siempre, un rito.

El ablandamiento en los cánones taurinos, que tanto se da en México, sobre todo en plazas de la mal llamada provincia, es tan evidente y tan en crecimiento, que empieza a ser, desde hace tiempo, preocupante. El hacer las reglas menos rígidas, en beneficio personal de los toreos, los empresarios o los ganaderos, resulta una práctica que en nada ayuda al mundo del toro.

Y un ejemplo muy claro y triste es, como he dicho, la constante solicitud de pasar el segundo tercio con tan solo dos visitas al “balcón” de los pitones. Una solicitud, que por desgracia y también tristemente, es atendida con demasiada frecuencia por las autoridades de las plazas. Una práctica que le falta al respeto a una de las suertes elementales de la lidia.

La pasada y tradicional corrida del quince de septiembre en la plaza de toros de Provincia Juriquilla, no fue la excepción a esta costumbre, pues los tres alternantes (Joselito Adame, Sergio Flores y Fermín Espinosa) hicieron la solicitud; ¿y cómo no?, si en esa misma plaza se les había concedido la intención sin problema y sin insistencia.

Afortunadamente, sólo en una ocasión se les concedió, atendiendo seguramente al criterio de las dificultades que representaba banderillar al primero de Adame, aferrado a la querencia de tablas y negándose a asistir a los vuelos del capote que quería ponerlo en suerte. Pero aún ahí, desde mi personal punto de vista, fue un error conceder el cambio de tercio.

El cambio debe darse, según mi idea personal, cuando las condiciones del burel pongan en serio peligro a los banderilleros, o impidan marcadamente una continuidad en el desarrollo de la lidia, y el que nos ocupa no era el caso. Antes bien, habíamos podido disfrutar de un par al sesgo por parte de Juan Ramón Saldaña, uno de los más avezados subalternos mexicanos, que con lujo de conocimiento y valentía se había aventurado a esa empresa torera. El inoportuno cambio, cuando el banderillero iniciaba nuevamente la suerte, malogró un torero momento y aderezó con un peligro de más la ocasión.

El caso es que los toreros piensan que más allá de la Plaza México (y creo que también ahí podrían solicitarlo), en los cosos de “provincia” la práctica puede resultar costumbre, y solicitan casi siempre que, en vez de tres, dos sean los pares que se les coloquen a los bureles, debilitando una de las reglas más evidentes en la lidia de reses bravas y apoyando la idea de que la comodidad puede prevalecer sobre el rigor.

Malo es que los diestros lo pidan; peor es que les digan que sí, como si nada.

El solicitar el cambio de tercio tras la colocación de tan solo dos pares de banderillas es un detalle muy significativo de la falta de seriedad que pueden tenerle los protagonistas de la Fiesta de Toros a ese espectáculo que es también, desde siempre, un rito.

El ablandamiento en los cánones taurinos, que tanto se da en México, sobre todo en plazas de la mal llamada provincia, es tan evidente y tan en crecimiento, que empieza a ser, desde hace tiempo, preocupante. El hacer las reglas menos rígidas, en beneficio personal de los toreos, los empresarios o los ganaderos, resulta una práctica que en nada ayuda al mundo del toro.

Y un ejemplo muy claro y triste es, como he dicho, la constante solicitud de pasar el segundo tercio con tan solo dos visitas al “balcón” de los pitones. Una solicitud, que por desgracia y también tristemente, es atendida con demasiada frecuencia por las autoridades de las plazas. Una práctica que le falta al respeto a una de las suertes elementales de la lidia.

La pasada y tradicional corrida del quince de septiembre en la plaza de toros de Provincia Juriquilla, no fue la excepción a esta costumbre, pues los tres alternantes (Joselito Adame, Sergio Flores y Fermín Espinosa) hicieron la solicitud; ¿y cómo no?, si en esa misma plaza se les había concedido la intención sin problema y sin insistencia.

Afortunadamente, sólo en una ocasión se les concedió, atendiendo seguramente al criterio de las dificultades que representaba banderillar al primero de Adame, aferrado a la querencia de tablas y negándose a asistir a los vuelos del capote que quería ponerlo en suerte. Pero aún ahí, desde mi personal punto de vista, fue un error conceder el cambio de tercio.

El cambio debe darse, según mi idea personal, cuando las condiciones del burel pongan en serio peligro a los banderilleros, o impidan marcadamente una continuidad en el desarrollo de la lidia, y el que nos ocupa no era el caso. Antes bien, habíamos podido disfrutar de un par al sesgo por parte de Juan Ramón Saldaña, uno de los más avezados subalternos mexicanos, que con lujo de conocimiento y valentía se había aventurado a esa empresa torera. El inoportuno cambio, cuando el banderillero iniciaba nuevamente la suerte, malogró un torero momento y aderezó con un peligro de más la ocasión.

El caso es que los toreros piensan que más allá de la Plaza México (y creo que también ahí podrían solicitarlo), en los cosos de “provincia” la práctica puede resultar costumbre, y solicitan casi siempre que, en vez de tres, dos sean los pares que se les coloquen a los bureles, debilitando una de las reglas más evidentes en la lidia de reses bravas y apoyando la idea de que la comodidad puede prevalecer sobre el rigor.

Malo es que los diestros lo pidan; peor es que les digan que sí, como si nada.