/ miércoles 16 de octubre de 2019

Sólo para villamelones

La de los toros es una fiesta de arte, de emoción y de luces, pero también de sombras y de tragedia. No podría ser de otra manera en un espectáculo donde la muerte está siempre presente y donde el peligro es parte esencial en su desarrollo.

El triunfo, lo conmovedor de una obra ejecutada con un engaño frente a un toro bravo, a veces se desdibuja, se enturbia y entristece, con un percance de mayores consecuencias. Es así la Tauromaquia, y precisamente, en esos contrastes radica su riqueza.

A tres días de distancia, la vida de Mariano de la Viña aún está en riesgo. Un torero de plata, peón de confianza de Enrique Ponce desde siempre, fue prendido por un toro en la arena de la Plaza de la Misericordia en Zaragoza, justo en el epílogo de la feria del Pilar. Un par de gravísimas cornadas, una de las cuales le arrancó la arteria femoral, y una conmoción cerebral, lo tienen postrado en un hospital zaragozano.

En Madrid, mientras tanto, Gonzalo Caballero está padeciendo, en otro hospital, una insuficiencia renal, producto de la enorme pérdida de sangre tenida tras una cornada de dos trayectorias, sufrida en la arena de la plaza de Las Ventas en la tradicional corrida de la hispanidad.

Y como remate, Miguel Ángel Perera se recupera en Zaragoza de otra cornada, también recibida en la última corrida de la Feria del Pilar, aunque con pronóstico menos grave que los anteriores.

Es la Fiesta de los Toros que, de pronto, nos hace volver el rostro a la peligrosa realidad que representa lidiar toros bravos, y de paso, nos da la ocasión para reflexionar sobre ello. Es esa Fiesta que se torna oscura y que nos recuerda que el peligro sigue siendo el principal de sus ingredientes. Ese peligro que acecha a cada muletazo, a cada lance, a cada suerte, que en el nombre lleva la esencia.

Es cuando, más allá de las críticas que necesariamente también tienen que hacerse a los protagonistas de este espectáculo, se recapitula sobre su valor sin límites y sobre las condiciones de riesgo perenne en las que trabajan.

El que exista gente capaz de alegrarse de una desgracia como las relatadas aquí, no viene sino a corroborar la triste, lamentable, condición humana; esa que no se conduele del dolor ajeno de un semejante, en aras del ataque a una ocupación que desconocen, ya no en sus entrañas, sino por completo.

Fuerza pues a De la Viña, Caballero y Perera. Fuerza a todos los toreros que arriesgan la vida en un ruedo. Fuerza para un espectáculo que se niega a morir a pesar de tantos enemigos.

La de los toros es una fiesta de arte, de emoción y de luces, pero también de sombras y de tragedia. No podría ser de otra manera en un espectáculo donde la muerte está siempre presente y donde el peligro es parte esencial en su desarrollo.

El triunfo, lo conmovedor de una obra ejecutada con un engaño frente a un toro bravo, a veces se desdibuja, se enturbia y entristece, con un percance de mayores consecuencias. Es así la Tauromaquia, y precisamente, en esos contrastes radica su riqueza.

A tres días de distancia, la vida de Mariano de la Viña aún está en riesgo. Un torero de plata, peón de confianza de Enrique Ponce desde siempre, fue prendido por un toro en la arena de la Plaza de la Misericordia en Zaragoza, justo en el epílogo de la feria del Pilar. Un par de gravísimas cornadas, una de las cuales le arrancó la arteria femoral, y una conmoción cerebral, lo tienen postrado en un hospital zaragozano.

En Madrid, mientras tanto, Gonzalo Caballero está padeciendo, en otro hospital, una insuficiencia renal, producto de la enorme pérdida de sangre tenida tras una cornada de dos trayectorias, sufrida en la arena de la plaza de Las Ventas en la tradicional corrida de la hispanidad.

Y como remate, Miguel Ángel Perera se recupera en Zaragoza de otra cornada, también recibida en la última corrida de la Feria del Pilar, aunque con pronóstico menos grave que los anteriores.

Es la Fiesta de los Toros que, de pronto, nos hace volver el rostro a la peligrosa realidad que representa lidiar toros bravos, y de paso, nos da la ocasión para reflexionar sobre ello. Es esa Fiesta que se torna oscura y que nos recuerda que el peligro sigue siendo el principal de sus ingredientes. Ese peligro que acecha a cada muletazo, a cada lance, a cada suerte, que en el nombre lleva la esencia.

Es cuando, más allá de las críticas que necesariamente también tienen que hacerse a los protagonistas de este espectáculo, se recapitula sobre su valor sin límites y sobre las condiciones de riesgo perenne en las que trabajan.

El que exista gente capaz de alegrarse de una desgracia como las relatadas aquí, no viene sino a corroborar la triste, lamentable, condición humana; esa que no se conduele del dolor ajeno de un semejante, en aras del ataque a una ocupación que desconocen, ya no en sus entrañas, sino por completo.

Fuerza pues a De la Viña, Caballero y Perera. Fuerza a todos los toreros que arriesgan la vida en un ruedo. Fuerza para un espectáculo que se niega a morir a pesar de tantos enemigos.