/ miércoles 30 de octubre de 2019

Sólo para villamelones

¿Quién es Pablo Aguado Lucena? Ese torero de veintiocho años, una edad con la que ya, algunos, podían jactarse de ser figuras del toreo, pero que apenas parece haber sido descubierto por un público atónito ante la profundidad de su toreo.

Todo por Sevilla y esa Feria de Abril que le permitió salir a hombros por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Caballería; todo por ese par de toros negros de Jandilla, “Cafetero” y Oceánico”, que le permitieron mostrar sus formas, y, sobre todo, sus fondos.

Debutó con caballos teniendo veintitrés y tomó la alternativa, ahí mismo en Sevilla, hasta los veintiséis, de manos de Ponce y con Talavante como testigo. Con “Recobero”, el burel de su doctorado y herrado por Garcigrande, no pasó mayor cosa, como tampoco en su confirmación, apenas en septiembre del año pasado, en Las Ventas madrileña.

Y es que Pablo ha hecho su carrera “a su ritmo”, como a su ritmo torea. Nieto de ganadero e hijo de un agricultor que cultivaba algodón, trigo, girasol y maíz en Carmona, y que tan solo le dio tiempo, antes de morir, de verlo doctorarse, estudió primero, a exigencia de sus padres, la licenciatura en Administración y Dirección de Empresas. Estudió la universidad a la par que se abría camino, cuando el tiempo lo permitía, en el difícil mundo del toreo. A un tiempo se ganó la vida como camarero.

Pero a partir de esa tarde de feria en Sevilla todo pareció adquirir un rumbo distinto, inesperado. Cuando Aguado lidió, vestido de tabaco y oro a aquellos dos Jandillas; cuando les metió el acero y les cortó cuatro orejas, la vida le dio un giro impresionante. Este mismo año abrió las puertas grandes de Valladolid y de Nimes, y provocó, al torear, el silencio más sepulcral que se recuerde en Las Ventas.

¿Quién es Pablo Aguado Lucena? ¿De dónde salió?, preguntaban, maravillados, los que no lo habían visto, y que a Sevilla habían ido para admirar a Morante y a Roca Rey. ¿De dónde sacaba ese temple inusual, esa lentitud pasmosa, esa suavidad de terciopelo, esa inspiración de genio y esa naturalidad de grande?

Esos, y otros más, que en Madrid optaron por el silencio de quien admira una obra de arte, mientras el sevillano lidiaba con tal profundidad que motivaba al mutismo que debe acompañar siempre a la creación artística.

Y Pablo Aguado viene a México, y antes de presentarse en la Monumental capitalina hará el paseíllo este viernes por la noche en la queretana plaza de Juriquilla. Será su presentación en tierras mexicanas y ante un toro que, me parece, puede amoldarse más al ritmo de su toreo. Ese ritmo, el suyo propio, que lo acompaña también en su vida.

Es tiempo de guardar silencio. Si a Aguado le sale un toro a modo, vamos a redescubrir porqué seguimos sosteniendo que esto del toro tiene que ver con el arte.

¿Quién es Pablo Aguado Lucena? Ese torero de veintiocho años, una edad con la que ya, algunos, podían jactarse de ser figuras del toreo, pero que apenas parece haber sido descubierto por un público atónito ante la profundidad de su toreo.

Todo por Sevilla y esa Feria de Abril que le permitió salir a hombros por la Puerta del Príncipe de la Real Maestranza de Caballería; todo por ese par de toros negros de Jandilla, “Cafetero” y Oceánico”, que le permitieron mostrar sus formas, y, sobre todo, sus fondos.

Debutó con caballos teniendo veintitrés y tomó la alternativa, ahí mismo en Sevilla, hasta los veintiséis, de manos de Ponce y con Talavante como testigo. Con “Recobero”, el burel de su doctorado y herrado por Garcigrande, no pasó mayor cosa, como tampoco en su confirmación, apenas en septiembre del año pasado, en Las Ventas madrileña.

Y es que Pablo ha hecho su carrera “a su ritmo”, como a su ritmo torea. Nieto de ganadero e hijo de un agricultor que cultivaba algodón, trigo, girasol y maíz en Carmona, y que tan solo le dio tiempo, antes de morir, de verlo doctorarse, estudió primero, a exigencia de sus padres, la licenciatura en Administración y Dirección de Empresas. Estudió la universidad a la par que se abría camino, cuando el tiempo lo permitía, en el difícil mundo del toreo. A un tiempo se ganó la vida como camarero.

Pero a partir de esa tarde de feria en Sevilla todo pareció adquirir un rumbo distinto, inesperado. Cuando Aguado lidió, vestido de tabaco y oro a aquellos dos Jandillas; cuando les metió el acero y les cortó cuatro orejas, la vida le dio un giro impresionante. Este mismo año abrió las puertas grandes de Valladolid y de Nimes, y provocó, al torear, el silencio más sepulcral que se recuerde en Las Ventas.

¿Quién es Pablo Aguado Lucena? ¿De dónde salió?, preguntaban, maravillados, los que no lo habían visto, y que a Sevilla habían ido para admirar a Morante y a Roca Rey. ¿De dónde sacaba ese temple inusual, esa lentitud pasmosa, esa suavidad de terciopelo, esa inspiración de genio y esa naturalidad de grande?

Esos, y otros más, que en Madrid optaron por el silencio de quien admira una obra de arte, mientras el sevillano lidiaba con tal profundidad que motivaba al mutismo que debe acompañar siempre a la creación artística.

Y Pablo Aguado viene a México, y antes de presentarse en la Monumental capitalina hará el paseíllo este viernes por la noche en la queretana plaza de Juriquilla. Será su presentación en tierras mexicanas y ante un toro que, me parece, puede amoldarse más al ritmo de su toreo. Ese ritmo, el suyo propio, que lo acompaña también en su vida.

Es tiempo de guardar silencio. Si a Aguado le sale un toro a modo, vamos a redescubrir porqué seguimos sosteniendo que esto del toro tiene que ver con el arte.