/ miércoles 4 de diciembre de 2019

Sólo para villamelones

Lo que el viento se llevó


Así se llamó la clásica película protagonizada por Vivien Leigh y Clark Gable, y así pudo titularse también, a manera de sucinta crónica, lo acontecido en la corrida celebrada el pasado domingo en la Monumental Plaza México.

Y es que, efectivamente, el viento se llevó todo, o casi todo. Se llevó, literalmente, lo que hubiese podido ser una gran faena de Enrique Ponce, que no pudo controlar su flameante muleta tras confeccionar una media verónica perfecta y una tanda de redondos con la derecha que preveían faena grande.

Y el viento se llevó también, metafóricamente, el sitio, la distancia y hasta la actitud de un Pablo Aguado del que se tenían las más altas expectativas, y que pasó, por el embudo de Insurgentes, con mucha más pena que gloria, enfundado en preocupaciones y dudas, víctima de su desconocimiento del toro mexicano, empobrecido en actitud.

Actitud, por otra parte, que le sobró a Joselito Adame, éste sí sabedor de lo que la México ha representado en su carrera, y sobre todo, de lo que puede representar en tiempos de encrucijada profesional. Se le podrá recriminar al de Aguascalientes su tauromaquia a base de piernas y trapazos, pero nunca su actitud, ésa que quedó incólume, pese al viento que todo parecía llevarse, ante el mejor lote de la corrida.

Y el viento también se llevó en volandas quizá la mayor, la irrepetible, oportunidad de Fabián

Barba de dar un campanazo consistente y hacerse de un sitio y un nombre en el difícil mundo del toro. Ni con su primero, ni con su segundo, logró cristalizar en hechos los muchos años de trayectoria y esa capacidad que parecía tener como lidiador. Con dos bureles por encima de sus capacidades vio, no sé si conscientemente, como su carrera acompañaba a los frágiles papelillos que tiran junto a la barrera para descubrir el lugar del ruedo con menos viento.

Y, finalmente, lo que el viento se ha llevado desde hace tiempo de la México es la seriedad. Ese embudo, prestigiado otrora, es ya un circo benévolo donde la voz de mayorías vociferantes y ruidosas imponen criterios y llevan al barranco, merced a una autoridad endeble, su reputación.

Como en un remolino permanente, el viento trae siempre a la México orejas, premios, reconocimientos de fruslería que en nada ayudan a la Fiesta.

El viento pues. Ese que casi todo se lleva.

Lo que el viento se llevó


Así se llamó la clásica película protagonizada por Vivien Leigh y Clark Gable, y así pudo titularse también, a manera de sucinta crónica, lo acontecido en la corrida celebrada el pasado domingo en la Monumental Plaza México.

Y es que, efectivamente, el viento se llevó todo, o casi todo. Se llevó, literalmente, lo que hubiese podido ser una gran faena de Enrique Ponce, que no pudo controlar su flameante muleta tras confeccionar una media verónica perfecta y una tanda de redondos con la derecha que preveían faena grande.

Y el viento se llevó también, metafóricamente, el sitio, la distancia y hasta la actitud de un Pablo Aguado del que se tenían las más altas expectativas, y que pasó, por el embudo de Insurgentes, con mucha más pena que gloria, enfundado en preocupaciones y dudas, víctima de su desconocimiento del toro mexicano, empobrecido en actitud.

Actitud, por otra parte, que le sobró a Joselito Adame, éste sí sabedor de lo que la México ha representado en su carrera, y sobre todo, de lo que puede representar en tiempos de encrucijada profesional. Se le podrá recriminar al de Aguascalientes su tauromaquia a base de piernas y trapazos, pero nunca su actitud, ésa que quedó incólume, pese al viento que todo parecía llevarse, ante el mejor lote de la corrida.

Y el viento también se llevó en volandas quizá la mayor, la irrepetible, oportunidad de Fabián

Barba de dar un campanazo consistente y hacerse de un sitio y un nombre en el difícil mundo del toro. Ni con su primero, ni con su segundo, logró cristalizar en hechos los muchos años de trayectoria y esa capacidad que parecía tener como lidiador. Con dos bureles por encima de sus capacidades vio, no sé si conscientemente, como su carrera acompañaba a los frágiles papelillos que tiran junto a la barrera para descubrir el lugar del ruedo con menos viento.

Y, finalmente, lo que el viento se ha llevado desde hace tiempo de la México es la seriedad. Ese embudo, prestigiado otrora, es ya un circo benévolo donde la voz de mayorías vociferantes y ruidosas imponen criterios y llevan al barranco, merced a una autoridad endeble, su reputación.

Como en un remolino permanente, el viento trae siempre a la México orejas, premios, reconocimientos de fruslería que en nada ayudan a la Fiesta.

El viento pues. Ese que casi todo se lleva.