/ miércoles 5 de febrero de 2020

Sólo para villamelones

Hay días en los que el humor, el ánimo, la visión del entorno, están tan nublados como el cielo. Hay días, tardes, así, en los que el frío invade nuestro interior, no conforme con haberse aposentando en el exterior.

Quizá por ello me dejó tan desasosegado la corrida del tres de febrero en la monumental Plaza México, donde Enrique Ponce, José Mauricio y Joselito Adame le vieron las caras a un encierro de don Fernando de la Mora, del que sólo se salvó el corrido en cuarto lugar.

Desasosiego por ver a una figura indiscutible, a un torero de época, como Ponce, poniendo tanto terreno de por medio, y luego mendigando las orejas y hasta haciendo un ridículo berrinche cuando la autoridad no le concedió una segunda, imposible de otorgar con un mínimo de rigor.

Malestar de mirar a Adame, esta vez sacando lo mejor de sí en muletazos de calidad, tratando de calentar a las alturas con movimientos de brazos, como si se tratara de un futbolista frente a la porra de su equipo, y tomándose una vuelta al ruedo cuando ya la espada había sentenciado el resultado.

Desazón de ver cómo los tendidos le chiflaron a José Mauricio cuando, tras jugarse la vida ante el peor lote, trató de, pulcramente, torear por abajo.

Y es que cuando el ánimo está como el ambiente de esta reciente tarde de lunes, más vale resguardarse y evitarse malos momentos. Acaso en otros tiempos solariegos el berrinche de uno, la actitud futbolera de otro, y la ingrata actitud popular, hubiesen sido más tolerables. No en esa tarde fría, nublada, oscura prematuramente.

Rescato, claro está, el pundonor de José Mauricio, sobre todo en su segundo, que lo prendió en tres ocasiones, afortunadamente sin consecuencias, y algunos muletazos, sobre todo por el lado izquierdo de ese Joselito que sale, de pronto, de la epidermis del que le da por dar coba a las alturas.

Tarde fría, como el ánimo. Tarde desasosegada, por fuera y por dentro.

Hay días en los que el humor, el ánimo, la visión del entorno, están tan nublados como el cielo. Hay días, tardes, así, en los que el frío invade nuestro interior, no conforme con haberse aposentando en el exterior.

Quizá por ello me dejó tan desasosegado la corrida del tres de febrero en la monumental Plaza México, donde Enrique Ponce, José Mauricio y Joselito Adame le vieron las caras a un encierro de don Fernando de la Mora, del que sólo se salvó el corrido en cuarto lugar.

Desasosiego por ver a una figura indiscutible, a un torero de época, como Ponce, poniendo tanto terreno de por medio, y luego mendigando las orejas y hasta haciendo un ridículo berrinche cuando la autoridad no le concedió una segunda, imposible de otorgar con un mínimo de rigor.

Malestar de mirar a Adame, esta vez sacando lo mejor de sí en muletazos de calidad, tratando de calentar a las alturas con movimientos de brazos, como si se tratara de un futbolista frente a la porra de su equipo, y tomándose una vuelta al ruedo cuando ya la espada había sentenciado el resultado.

Desazón de ver cómo los tendidos le chiflaron a José Mauricio cuando, tras jugarse la vida ante el peor lote, trató de, pulcramente, torear por abajo.

Y es que cuando el ánimo está como el ambiente de esta reciente tarde de lunes, más vale resguardarse y evitarse malos momentos. Acaso en otros tiempos solariegos el berrinche de uno, la actitud futbolera de otro, y la ingrata actitud popular, hubiesen sido más tolerables. No en esa tarde fría, nublada, oscura prematuramente.

Rescato, claro está, el pundonor de José Mauricio, sobre todo en su segundo, que lo prendió en tres ocasiones, afortunadamente sin consecuencias, y algunos muletazos, sobre todo por el lado izquierdo de ese Joselito que sale, de pronto, de la epidermis del que le da por dar coba a las alturas.

Tarde fría, como el ánimo. Tarde desasosegada, por fuera y por dentro.