/ miércoles 29 de abril de 2020

Sólo para villamelones

La situación, para todos, no es fácil, y específicamente para el sector taurino, es desastrosa.

En México, donde han tenido que suspenderse buen número de festejos, entre los que destacan los que componen la Feria de San Marcos, en Aguascalientes, la más importante del país, la pérdida estimada de la industria, de acuerdo con la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, podría alcanzar la espeluznante cifra de tres mil millones de pesos.

En España, donde la Fiesta de los Toros representa una importante arista de la economía, las pérdidas ya se estiman en 700 millones de euros; es decir, más de dieciocho mil millones de pesos, atendiendo al tipo de cambio actual. Allá se han suspendido ferias como la de Valencia y Sevilla, y desde luego, la más importante del mundo: la de San Isidro, en Madrid.

Infinidad de cabezas de ganado de lidia han empezado a ser sacrificadas en mataderos, ante la imposibilidad de seguir manteniéndolas en el campo bravo, y atendiendo a que difícilmente podrán ser lidiadas en las plazas de toros en los meses subsecuentes. Los toreros están, lógicamente, parados, y con ellos, una impresionante cantidad de trabajadores alrededor de la Fiesta.

Desde los mozos de espada y ayudantes de los matadores de toros, pasando por los subalternos, y hasta los sastres, los proveedores de enseres diversos, los taquilleros de las plazas, y un interminable número de integrantes de la familia taurina están viviendo tiempos de incertidumbre manifiesta.

La gravedad de la situación, en efecto, alcanza a todos los sectores productivos de la sociedad en el mundo, pero ha venido a aclarar, a desvelar a los que lo ignoraban, la enorme trascendencia económica que tiene la industria del toro en el mundo, y fundamentalmente en países como en el que vivimos.

No se trata de un sector tan minoritario, ni tan fácil de ignorar.

Quizá estos tiempos de pandemia, tan proclives a la reflexión, nos ayuden también a sopesar la importancia de la Fiesta Brava, a aquilatar sus bondades, y, sobre todo, a enriquecer y respetar su existencia futura.

La situación, para todos, no es fácil, y específicamente para el sector taurino, es desastrosa.

En México, donde han tenido que suspenderse buen número de festejos, entre los que destacan los que componen la Feria de San Marcos, en Aguascalientes, la más importante del país, la pérdida estimada de la industria, de acuerdo con la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, podría alcanzar la espeluznante cifra de tres mil millones de pesos.

En España, donde la Fiesta de los Toros representa una importante arista de la economía, las pérdidas ya se estiman en 700 millones de euros; es decir, más de dieciocho mil millones de pesos, atendiendo al tipo de cambio actual. Allá se han suspendido ferias como la de Valencia y Sevilla, y desde luego, la más importante del mundo: la de San Isidro, en Madrid.

Infinidad de cabezas de ganado de lidia han empezado a ser sacrificadas en mataderos, ante la imposibilidad de seguir manteniéndolas en el campo bravo, y atendiendo a que difícilmente podrán ser lidiadas en las plazas de toros en los meses subsecuentes. Los toreros están, lógicamente, parados, y con ellos, una impresionante cantidad de trabajadores alrededor de la Fiesta.

Desde los mozos de espada y ayudantes de los matadores de toros, pasando por los subalternos, y hasta los sastres, los proveedores de enseres diversos, los taquilleros de las plazas, y un interminable número de integrantes de la familia taurina están viviendo tiempos de incertidumbre manifiesta.

La gravedad de la situación, en efecto, alcanza a todos los sectores productivos de la sociedad en el mundo, pero ha venido a aclarar, a desvelar a los que lo ignoraban, la enorme trascendencia económica que tiene la industria del toro en el mundo, y fundamentalmente en países como en el que vivimos.

No se trata de un sector tan minoritario, ni tan fácil de ignorar.

Quizá estos tiempos de pandemia, tan proclives a la reflexión, nos ayuden también a sopesar la importancia de la Fiesta Brava, a aquilatar sus bondades, y, sobre todo, a enriquecer y respetar su existencia futura.