/ miércoles 6 de mayo de 2020

Sólo para villamelones

Aquella tarde en Marbella, a finales de una década -la de los sesentas- que había sido la mejor de su carrera, Jaime Ostos aprovechó que la corrida se televisaba, se dirigió a los micrófonos de la televisión oficial -única en la época en España- y, al micrófono del propio receptor del brindis, espetó en directo a todo el país: “Tengo el gusto de brindar la muerte de este toro a don Manuel Lozano Sevilla, que es el trincón más grande y más sinvergüenza que hubo jamás en la crítica taurina”. El torero nacido en la localidad sevillana de Écija demostraba ahí, como nunca, las agallas que siempre le caracterizaron.

Y es que Lozano Sevilla era el crítico taurino de la época y protegido del régimen -taquígrafo de Franco, ni más ni menos-. Ostos desafiaba así al sistema establecido y a la costumbre de entregar una cantidad de dinero por temporada a estos personajes, para que la reseña de sus actuaciones fuera benévola. Hubo un proceso judicial posterior, que el torero acabó ganando, y el crítico perdió sus empleos en prensa, televisión y radio.

Esa es, quizá, la anécdota más recordada Ostos, quien tomó la alternativa en Zaragoza, en 1956, de manos de Miguel Báez, “Litri”, y la confirmó en Madrid, en mayo del 58, ahora apadrinado por Antonio Bienvenida. Y desde luego, aquella cornada recibida Tarazona de Aragón, que lo puso al borde de la muerte, al grado de que le dieron la extremaunción y se mantuvo diez días en coma.

De carácter fuerte y de sonados enfrentamientos, dentro y fuera del ruedo, el sevillano fue también presidente de la Agrupación Sindical de Matadores de Toros, Novilleros y Rejoneadores de España, y alcanzó la cúspide del escalafón taurino, cuando, en 1962, toreó 79 corridas de toros. Aunque anunció su retiro en 1974, reapareció, sin mayor éxito, en nuestra queretana plaza “Santa María” en diciembre del 76.

Hoy recuerdo a Jaime Ostos, a sus ochenta y nueve años recién cumplidos, porque desde hace tiempo libra la más difícil de sus faenas. Ya había sido ingresado hace unos meses en un hospital madrileño por un severo problema de columna, y en marzo pasado, otra vez, en la clínica de La Zarzuela por los mismos motivos. Aunque el crítico Manolo Molés aseguró en su cuenta de Twitter que, además, el diestro padece Coronavirus, la versión oficial de su familia asegura que el torero fue trasladado a otro nosocomio -el Nisa-, precisamente para alejarlo de ese terrible virus.

Sea como fuere, Jaime Ostos libra una batalla más, que desgraciadamente, muchos temen sea la última. Un torero poderoso frente a los bureles, que hizo época y que nunca se quedó callado. Él sí -nunca mejor dicho- siempre ha tomado al toro por los cuernos.

Aquella tarde en Marbella, a finales de una década -la de los sesentas- que había sido la mejor de su carrera, Jaime Ostos aprovechó que la corrida se televisaba, se dirigió a los micrófonos de la televisión oficial -única en la época en España- y, al micrófono del propio receptor del brindis, espetó en directo a todo el país: “Tengo el gusto de brindar la muerte de este toro a don Manuel Lozano Sevilla, que es el trincón más grande y más sinvergüenza que hubo jamás en la crítica taurina”. El torero nacido en la localidad sevillana de Écija demostraba ahí, como nunca, las agallas que siempre le caracterizaron.

Y es que Lozano Sevilla era el crítico taurino de la época y protegido del régimen -taquígrafo de Franco, ni más ni menos-. Ostos desafiaba así al sistema establecido y a la costumbre de entregar una cantidad de dinero por temporada a estos personajes, para que la reseña de sus actuaciones fuera benévola. Hubo un proceso judicial posterior, que el torero acabó ganando, y el crítico perdió sus empleos en prensa, televisión y radio.

Esa es, quizá, la anécdota más recordada Ostos, quien tomó la alternativa en Zaragoza, en 1956, de manos de Miguel Báez, “Litri”, y la confirmó en Madrid, en mayo del 58, ahora apadrinado por Antonio Bienvenida. Y desde luego, aquella cornada recibida Tarazona de Aragón, que lo puso al borde de la muerte, al grado de que le dieron la extremaunción y se mantuvo diez días en coma.

De carácter fuerte y de sonados enfrentamientos, dentro y fuera del ruedo, el sevillano fue también presidente de la Agrupación Sindical de Matadores de Toros, Novilleros y Rejoneadores de España, y alcanzó la cúspide del escalafón taurino, cuando, en 1962, toreó 79 corridas de toros. Aunque anunció su retiro en 1974, reapareció, sin mayor éxito, en nuestra queretana plaza “Santa María” en diciembre del 76.

Hoy recuerdo a Jaime Ostos, a sus ochenta y nueve años recién cumplidos, porque desde hace tiempo libra la más difícil de sus faenas. Ya había sido ingresado hace unos meses en un hospital madrileño por un severo problema de columna, y en marzo pasado, otra vez, en la clínica de La Zarzuela por los mismos motivos. Aunque el crítico Manolo Molés aseguró en su cuenta de Twitter que, además, el diestro padece Coronavirus, la versión oficial de su familia asegura que el torero fue trasladado a otro nosocomio -el Nisa-, precisamente para alejarlo de ese terrible virus.

Sea como fuere, Jaime Ostos libra una batalla más, que desgraciadamente, muchos temen sea la última. Un torero poderoso frente a los bureles, que hizo época y que nunca se quedó callado. Él sí -nunca mejor dicho- siempre ha tomado al toro por los cuernos.