/ miércoles 22 de julio de 2020

Sólo para villamelones

Para ser torero, primero hay que parecerlo.

Eso reza el antiguo y tradicional dicho, haciendo alusión a aquellos toreros de antaño, que, con el puro en la boca, como Gaona, o con la garbosa figura, como Garza, seguían siendo toreros fuera de las plazas, en la calle, los restaurantes y hasta el cine.

Toreros que lo parecían aún vistiendo de “paisanos”, con el sombrero sobre el engomado pelo, los pantalones de casimir perfectamente planchados, y los lustrosos zapatos librando las inclemencias del piso. Toreros que parecían serlo siempre, las veinticuatro horas del día, como si, más que una profesión, la de torero fuera una forma de vida.

Aunque, hoy por hoy, muchos son los toreros que no lo parecen, y que necesariamente tienen que estar vestidos de luces para que la gente se entere de su profesión. Muchos hay por esos caminos de la vida cotidiana que podrían ser cualquier cosa, dedicarse a las más honestas profesiones u oficios, y vestirse, caminar, acudir a un restaurante o a una entrevista periodística, exactamente igual. Ejemplos sobran con solo echar a andar la imaginación y la memoria.

Y es que la elegancia, el porte, la personalidad torera, están reservados a unos cuantos, aunque, hay que reconocerlo, antes abundaban más, y hoy menos, mucho menos.

El comentario sale a cuento por esa fotografía que ha circulado en las redes sociales de Alejando Talavante, sentado en el cofre de un auto de lujo, en “shorts”, y con calcetas. Alguien la comparó con un Manolete, elegantemente vestido, a la par de otro auto de lujo, y las imágenes se hicieron virales.

Y eso que Talavante es un torero que sí parece serlo, a pesar de que le ha dado por escandalizar a los más tradicionalistas con fotografías que él mismo sube a las redes (una, incluso, desnudo). Imagine usted la misma pose y vestimenta en algunos de nuestros matadores de toros de los rumbos de Aguascalientes o Tlaxcala, por mencionar posibilidades.

En fin, que eso de que para ser torero primero hay que parecerlo, es una afirmación un tanto pasada de moda y equívoca, que, en realidad, pretendía darme pie para hablar de El Calita, un torero que, me parece, también parece serlo.

Hijo de padre mexicano y madre sevillana, egresado de la escuela taurina de Sevilla, Ernesto Javier Tapia, apodado “El Calita”, tiene ya sus historias con el mundo del toro en España, y hace unos días se presentó en la plaza de Ávila, en representación única hasta ahora de la baraja taurina nacional, donde cortó una oreja.

Es la buena noticia que podemos tener los mexicanos en este año de tristezas y desasosiegos: la del triunfo de un torero que lo parece y que, tal vez, si la fortuna lo acompaña, vivirá en el futuro inmediato la mejor de sus etapas. Y acaso entonces, como antaño, El Calita andará por la calle sin que nadie a su alrededor dude de que se trata de un torero.

Para ser torero, primero hay que parecerlo.

Eso reza el antiguo y tradicional dicho, haciendo alusión a aquellos toreros de antaño, que, con el puro en la boca, como Gaona, o con la garbosa figura, como Garza, seguían siendo toreros fuera de las plazas, en la calle, los restaurantes y hasta el cine.

Toreros que lo parecían aún vistiendo de “paisanos”, con el sombrero sobre el engomado pelo, los pantalones de casimir perfectamente planchados, y los lustrosos zapatos librando las inclemencias del piso. Toreros que parecían serlo siempre, las veinticuatro horas del día, como si, más que una profesión, la de torero fuera una forma de vida.

Aunque, hoy por hoy, muchos son los toreros que no lo parecen, y que necesariamente tienen que estar vestidos de luces para que la gente se entere de su profesión. Muchos hay por esos caminos de la vida cotidiana que podrían ser cualquier cosa, dedicarse a las más honestas profesiones u oficios, y vestirse, caminar, acudir a un restaurante o a una entrevista periodística, exactamente igual. Ejemplos sobran con solo echar a andar la imaginación y la memoria.

Y es que la elegancia, el porte, la personalidad torera, están reservados a unos cuantos, aunque, hay que reconocerlo, antes abundaban más, y hoy menos, mucho menos.

El comentario sale a cuento por esa fotografía que ha circulado en las redes sociales de Alejando Talavante, sentado en el cofre de un auto de lujo, en “shorts”, y con calcetas. Alguien la comparó con un Manolete, elegantemente vestido, a la par de otro auto de lujo, y las imágenes se hicieron virales.

Y eso que Talavante es un torero que sí parece serlo, a pesar de que le ha dado por escandalizar a los más tradicionalistas con fotografías que él mismo sube a las redes (una, incluso, desnudo). Imagine usted la misma pose y vestimenta en algunos de nuestros matadores de toros de los rumbos de Aguascalientes o Tlaxcala, por mencionar posibilidades.

En fin, que eso de que para ser torero primero hay que parecerlo, es una afirmación un tanto pasada de moda y equívoca, que, en realidad, pretendía darme pie para hablar de El Calita, un torero que, me parece, también parece serlo.

Hijo de padre mexicano y madre sevillana, egresado de la escuela taurina de Sevilla, Ernesto Javier Tapia, apodado “El Calita”, tiene ya sus historias con el mundo del toro en España, y hace unos días se presentó en la plaza de Ávila, en representación única hasta ahora de la baraja taurina nacional, donde cortó una oreja.

Es la buena noticia que podemos tener los mexicanos en este año de tristezas y desasosiegos: la del triunfo de un torero que lo parece y que, tal vez, si la fortuna lo acompaña, vivirá en el futuro inmediato la mejor de sus etapas. Y acaso entonces, como antaño, El Calita andará por la calle sin que nadie a su alrededor dude de que se trata de un torero.